LXIII Edición: Temporada de lluvias

Author: IV Concurso: Muerte y naturaleza

Vagabundus

Mi perro se llamaba Vagabundus, digo se llamaba porque lo atropelló un pequeño en su triciclo cuando íbamos a la tienda, se le hizo una bola en el cuello y cuando regresé de trabajar había estirado la pata. Le lloré unos 32 minutos, lo enterré abajo en el pasto en el que estaciono el coche. Odié al chiquillo y su cara (no se me olvidará nunca), aunque quizá él no tuvo la culpa, yo no llevaba a Vagabundus con su correa, pero tampoco es que le hiciera falta. Salía a menudo y él me acompañaba, a veces veíamos las vacas y los caballos […] Leer

La cena

La compañía de Elisa y Francisco me parecía más agradable cuando estaba Irene, mi esposa. Desde que murió, descubrí que las horas en compañía de ellos eran un abismo hacia el tedio y la abulia. Quizás, la presencia de Irene, que lo eclipsaba todo, había absorbido la intrascendencia de ese matrimonio que estaba en nuestras vidas desde hacía tanto tiempo. Ahora, sin ella, advertía lo poco que me interesaron las conversaciones sosas de la última vez que me invitaron a cenar, que fueron de la variedad de orquídeas que habían conseguido en la feria […] Leer

El perro blanco y los demonios

La mañana estaba hermosa y Aguirre salió rengueando a tomar unos amargos como todos los días al paredón de la vereda, vendado en el pie y con restos de sangre. Levantó la vista y enfrente, imperturbable y con una oreja llena de sangre, estaba el perro blanco. No lo iba a atacar. La cosa era de noche y no por yerba. 

Se quedaron mirando como estatuas por un largo rato. Aguirre pensaba que era un demonio guerrero y que algo había de cierto […] Leer

El árbol

El abuelo se murió sentado en el sillón. Creo que mamá se dio cuenta, pero siguió mirando por la ventana mientras lavaba los platos. Supuse que estaría concentrada en el naranjo que crecía en el patio y en ese sol que brillaba sobre sus hojas. Nunca supe por qué ese árbol la tranquilizaba tanto. En ese momento, no me animé a preguntarle. Le volvió a pasar la esponja a los platos, como si no me hubiera escuchado.
El vapor del agua caliente le empañaba la cara y una producción ridícula de espuma rebalsaba la pileta. Leer

De espaldas

Es conocido entre la gente que sabe, que los zopilotes inician toda su fiestecita picoteando los ojos del difunto, y como se me figura que aquel animal muerto ya no juzga, pues también pienso que en nada le ocupa, ni le preocupa, que esos alados amigos inicien con ésta o con cualquier otra parte del cuerpo su lonche. Creo también que a los avechuchos, les gusta lo gelatinoso de los ojos.
Los ojos de Jacinta son grandes y sabrosos como cuencas lecheras y de cuando en cuando son truenos que chamuscan almas. Leer