LXIII Edición: Temporada de lluvias

Estrella

A veces la tinta no fluía. La pluma se movía presurosa, encima de esa hoja tan cara, tan difícil de construir. Volaba cual si tuviera alas, porque a la mente del escritor llegaban las palabras presurosas y magníficas.

El papel se fabricaba con cañas húmedas, molidas y después prensadas. Se gastaba mucha agua para hacer alguna hoja y el agua también era muy cara porque debería ser dulce, lo dulce escaseaba. A la mente del escritor llegaron unas palabras:

Lo veo, pero no ahora, lo contemplo, pero no de cerca, una estrella saldrá de Jacob, y un cetro se levantará en Israel que aplastará la frente de Moab y derrumbará a los hijos de Set.

Números 24,17

Cuando terminó de escribir, contempló su obra magnífica y se preguntó: ¿Qué dicen estas palabras? ¿Qué me quieren enseñar? ¿Qué es lo que le muestran a la humanidad?

El escritor llegó tiempo después a los brazos de sus padres pero su tinta en el papel permaneció. Es una Escritura Sagrada que fue muchas veces copiada y, al final, editada.

Mariquita tenía seis años y muchas ganas de mirar dentro de las cajas que sus papás habían sacado del armario. Poco a poco fueron dejando encima de la mesa del comedor muchos objetos curiosos de barro, pintados. Eran unos muñecos y, mientras el papá ponía sobre otra mesa un verde llamado musgo, la mamá le explicaba qué era cada figura. Había perros, guajolotes, conejos, venados, palomas, patos, cisnes y hasta tres tortuguitas. También había unos animales altivos, con los cuellos muy altos y peludos.

Se llaman camellos -explicó la mamá- estos que tienen dos jorobas y dromedarios, estos que sólo tienen una.

–En la calle nunca he visto tales animales– aclaró Mariquita.

–Te vamos a llevar al zoológico, para que los conozcas vivos.

–¿Solamente viven en los zoológicos?

–No, viven en los desiertos, en las zonas donde hay escasez de agua. Es por eso que los colocamos en el Nacimiento, porque el Niño Jesús nació en un lugar desértico.

–A este animal sí lo conozco, se llama elefante y a éste también, se llama caballo.

–¿Sabes a quiénes montaremos en el caballo, en el elefante y en este dromedario?

–Sííí… no… ya no me acuerdo, pero sí tenían jinetes el año pasado.

–En estos animales estarán montados los Magos. Los que le llevan al Niño Jesús oro, incienso y mirra.

–Sííí… son los que vienen y nos dejan juguetes a mí y a mi hermano, ¿verdad?

–A todos los niños del mundo les dejan regalos.

Y el Nacimiento -lleno de luces, de esferas y de ramajes de abeto dándole aroma- terminó de colocarse como a las seis de la tarde. Mariquita dijo:

–Algo falta mamá.

–No, ya no falta nada –dijo el papá- Mira, las parvadas de patos, las bandadas de guajolotes y gallinas; el nido de las palomas…

–Claro que sí, falta algo en lo alto; me acuerdo muy bien. Ahí estaba el año pasado.

–¿En lo alto?

–Arriba del Portal de Belén. Allí estaba y ahora no está.

–¡Ooohhh claro! –dijo la mamá- es la estrella. Esa la colocaremos mañana porque mira, está rota, pero mira bien, ¿ves ese foco arriba del portal? La estrella estará en frente y se mirará hermosa. La iremos a comprar mañana.

Después de merendar, Mariquita se encerró en su recámara, sacó su plastilina y -con la roja- modeló una estrella que le quedó… ¡horrible! Modeló otra con plastilina blanca y -¡qué horror!-. No, ella no servía para modelar.

Sacó sus plumines, lápices de colores, su cuaderno blanco y comenzó a pintar estrellas. ¿Cuántos picos tenían las estrellas? ¡Quién sabe! ¿La Estrella de Belén, cuántos pico había tenido? ¡Quién sabe! Lo mejor sería comenzar a hacer estrellas: hizo una con tres picos y no, las estrellas de seguro que tenían más; otra con cuatro; otra con cinco, bueno, ya de cinco se veía la estrella algo bien pero… un pico le había quedando grande y otro muy pequeño y… Sí, era una voz, era como un deseo metido en sus oídos, era un gozo cristalino sonando como campanita de plata dentro de ella, le susurraba:

Toma cartulina plateada, toma tu collar de chaquira, ese con abalorios plateados que nunca usas; toma ese sobrecito que tienes arrumbado, el que está lleno de canutillos y lentejuelas, toma pegamento…

Comenzó su lindo trabajo. Primero, por el reverso de la cartulina plateada, trazó la estrella que ya le salió hermosa, nivelada, de seis picos y todos del mismo tamaño. Después, cuando estuvo segura de que estaba muy bien, la recortó y con un alfiler comenzó a perforarle hoyitos para que las luces del foco que estaba en lo alto del portar pudieran traspasarla. Aseguró las orillas con pegamento blanco y un refuerzo de papel. Cuando todo secó, se dio a la tarea de pegar lentejuelas y chaquiras en toda la estrella y en su perímetro los canutillos dorados y plateados que semejaban rayos salidos de esa hermosura.

Sus papás se asombrarían al día siguiente porque verían a la Estrella de Belén más hermosa del mundo, y además les había ahorrado el trabajo de ir a comprar otra que -la verdad- no luciría tanto.

Más o menos dos mil años antes, Mateo oyó una voz que le decía: “Escribe Mateo, toma pluma y una piel de cabra, la adecuada para poner letras en ella, porque te voy a dictar.”

Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del Rey Herodes, vinieron de oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el Rey de los Judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo.

Mateo 2, 1-3

Ellos, habiendo oído al rey (Herodes El Grande) se fueron; y he aquí que la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando se detuvo sobre donde estaba el niño.
Al ver a la estrella se regocijaron con muy grandes gozos.

Mateo 2, 9-10

Mariquita, terminado su trabajo, se vistió el pijama, se lavó los dientes y -comprobando que la estrella estaba húmeda por el pegamento blanco pero que secaría perfectamente bien para el día siguiente- se puso a dormir con la tranquilidad que su inocencia y bondad le daban.

Cuando despertó, tempranito, inmediatamente se acordó de su estrella, el regalo que le dedicaría al Niño Dios, pues para Él la había construido. En su pupitre la estrella no estaba.

Estaba segura de haberla puesto ahí, a secar, encima de una taza para que oreara por abajo y por arriba, estaba segura.

Uuupppsss, no, no, no… Seguramente había dejado la puerta de su recámara abierta y había llegado la Mirruña, su gatita y… ¡Nooo! Debajo de su pupitre la estrella no estaba! La buscó por todo el piso. Ajá, entonces no había sido la Mirruña. Seguramente que el Canelo, su perrito, se la había llevado para mordisquearla y -ahora- debería fabricar otra y pronto, para que sus papás no tuvieran que comprarla.

Encontraría a su estrella y regañaría al Canelo. Tenía que encontrar su estrella aun cuando su creación estuviera bien mordida, despedazada y llena de saliva.

Se colocó las chanclas y fue hasta la puerta de su recamarita que estaba bien cerrada. Entonces la oyó, eran campanitas de cristal. Arriba de su puerta tintineaba. Subió la mirada y allí, reluciente, estaba la estrella llena de luz plateada.

Mariquita se quedó estática oyendo esa música celestial. La estrella bajó y abrió la puerta de la recámara ante el asombro de Mariquita. La estrella voló lentamente, aleteando con sus picos y llegó hasta la cima del Portal de Belén y lanzando trinos de colibríes. Se colocó en su lugar. Ella hizo una reverencia y se quedó estática y callada.

Llegó la mamá ante el Nacimiento y preguntó:

–Te gusta el Nacimiento, ¿qué tanto le miras?

–Miro a la estrella.

–¿A la estrella? –elevó la mirada- ¡Ooohhh… es una estrella hermosa! ¿Tú la hiciste Mariquita?, te quedó preciosa.

–¿Quién hizo una estrella?– preguntó el papá llegando.

–La hizo Mariquita, mira qué hermosura; jamás había visto una estrella tan lucidora. Tiene chaquira, también canutillo y lentejuelas. ¡Está bellísima!

–Mariquita –preguntó el papá- ¿cómo hiciste para colocarla ahí? está altísimo. ¿Te subiste a una silla? No, ni así hubieras alcanzado ¿Colocaste la escalera?

–No papá, yo no la puse ahí. La hice ayer en la tarde y la puse a secar toda la noche, sobre mi pupitre. Papá, mamá, ¿qué no saben que las estrellas vuelan?

-Y he aquí que la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos… -dijo Mateo, el evangelista.

Sí, papá, sí, mamá, las estrellas vuelan.

Todos tenemos una voz que nos dice que hagamos un bien.

Créditos de la imagen: Pixabay

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