LXIII Edición: Temporada de lluvias

La Divina Trinidad

– Me pasa un tostón, para completar usted sabe. Dígame ¿de qué está escribiendo?

– Me gusta escribir de gente como usted, Ángel. Son las doce de la noche ¿para dónde va?

– Voy por mi traguito, pa calentar la noche, está un poco fresca, no se preocupe yo le debo un par de tostones, pero en estos días cuadramos, yo no le quedo mal.

– Tranquilo, todo bien Ángel…

– Le cuento que anoche como a unos cincuenta metros de aquí, me encontré con un caco.

– ¿Cómo?

– Sí, un Cacomixtle, cara a cara, usted sabe que yo camino con la cabeza hacia el piso y de pronto unos ojos penetrantes, con orejas grandes puntiagudas, cuerpo alargado, prolongado con una cola muy larga. Quedamos petrificados los dos, ninguno se movía.

– ¿Y qué pasó?

– El caco dio un salto y fue a dar al tronco del árbol más cercano. Yo salí corriendo, un rato después no sabía por qué seguía corriendo, al girar en la esquina de Doctor Lucio, me topé con Jesús Cristo.

– Ya viene un poco pacheco, ¿no? ¿Cómo que a Chuchito?, no me tome el pelo.

– Si, traía en la cabeza una corona de espinas, el cuerpo estaba medio desnudo, la parte que se cubría tenía un tocado de lino blanco y en los pies unas sandalias de piel, de la parte superior de la cabeza salía un rayo de luz.

– A ver, ¿dónde? ¿En la esquina de Doctor Lucio y Doctor Olvera?

– Sí.

– ¿Y traía en la mano una flauta?

– Sí, ¿cómo sabe?

– ¡Claro! Usted se topó cerca de la una de la madrugada con Gerardo Elías que tiene su suite en la banqueta como a unos treinta metros donde se encontró con él. Gerardo lleva una barba de más de seis meses, su cuerpo está bastante delgado, suele llevarse de la bugambilia que tenemos aquí unas ramas y enrollárselas en la cabeza. Ayer pasó con nosotros y llevaba puestos unos huaraches que le regaló una gringa neo hippie ya sabes tú, “amor y paz”. Como estos días ha hecho mucho calor sólo se está cubriendo parte del cuerpo con una sábana blanca y el rayo de luz se lo daba seguramente el reflector que alumbra la entrada del edificio de apartamentos que hay en esa esquina.
¡Claro, por supuesto a usted se le apareció el mismo Jesucristo! Tenías que haber aprovechado el momento y pedir un milagro.

– Lo único que atiné a decir fue: ¿Eres tú Señor?

– ¿Y qué te dijo?

– ¡Deje de tomar ese licor tan malo! Me dio la bendición y pronunció:

– ¡Vaya en paz hijo mío!

– Algo pasó en mi interior, hoy me siento renovado, ¡un Ser limpio!
El día fue de calma y reflexión, aproveché para leer “Las letanías de Satán” de Charles Baudelaire:

“ Oh tú, el Ángel más bello y asimismo el más sabio
Dios privado de suerte y ayuno de alabanzas, 

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Príncipe del exilio, a quien perjudicaron,
Y que, vencido, aún te alzas con más fuerza,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que todo lo sabes, oh gran rey subterráneo,
Familiar curandero de la angustia del hombre,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú, que incluso al leproso y a los parias más bajos
Sólo por amor muestras el gusto del Edén,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Oh tú, que de la Muerte, tu vieja y firme amante,
Engendras la Esperanza – ¡esa adorable loca!

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que das al proscrito esa altiva mirada
Que en torno del cadalso condena a un pueblo entero

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria! “

– Y ahí estaba yo relajado, leyendo las Letanías de las que usted alguna vez me contó que a Elías le gustaban mucho y miré, ¡qué tal el encuentro que tuve con él!, como si yo fuera el ángel caído y Gerardo el redentor.

Tanto años por estas calles, hasta que me topé con uno igual. Yo que siempre creí que iba a recibir de un ser metafísico la redención y viene a ser uno como yo. Cuántas madrugadas hemos hablando en estas mesas sobre los olvidados, los renegados, los que hemos sido expulsados del paraíso, el jardín falso de las cosas y la materialidad. En estas charlas compartiendo una copa de vino, reencontrados en el camino de la amistad, de la fraternidad, de sus relatos sobre Gerardo aquel de la flauta de la cual salen sonidos y notas espirituales.

Creo mi querido escribano que somos tres seres de la calle como una trinidad indisoluble, yo soy el Ángel redimido, usted nos nombra y nos dice, y Gerardo hace el milagro.

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