LXIII Edición: Temporada de lluvias

Transahogado

Matías de las Carreras*
(Argentina)
Primer lugar del V Concurso
“Aplicaciones del amor”

Compré una mujer de acero inoxidable y elastómero termoplástico –TPE–, un material blando, siliconezco, que, bajo ciertas circunstancias, parece piel. Pesa veintiocho kilos la mina. Se llama Julieta, pero llevamos sólo unas horas juntos, así que el nombre no es definitivo.

Costó subir los dos pisos por escalera hasta mi departamento con la caja en que venía; costó encontrar un buen lugar, amplio y con poca luz exterior –para abrirla, recomiendan no exponerla por tiempos prolongados al sol–.

Y me di cuenta de que ya, a mis treinta y dos años, soy un viejo sucio.

Porque le hablaba a la muñeca cuando le enroscaba la cabeza al cuerpo (vinieron separados en la caja) y le ponía la peluca.

–Igual así, sin peluca, te doy. Ya estás preciosa sin peluca –le dije–. Pero mejor con… te queda mejor.

Nunca había usado esa palabra: preciosa. Nunca. No sé de dónde salió. Supe que la sabía cuando la pronuncié –que realmente la sabía; que la tenía interiorizada–.

Me sentí más yo cuando la dije y a Julieta la sentí más ella.

–Avísame…– empecé a decir, pero me detuve.

Ése fue mi primer y único síntoma de cordura desde que había abierto la caja y la vi entre las blancas estructuras de Telgopor que le fijaban las piernas y los brazos, las blancas planchuelas de espuma de polietileno que le hacían de colchón y los varios metros cuadrados de plástico burbuja que la envolvían como nubes de azúcar: etérea, impoluta y perfecta, en el centro de todo, como un ángel sin cabeza. “Avisame si te pica”, le había estado a punto de decir y hasta hubiera agregado, “La peluca, digo; avísame si te pica, Juli”. Pero me detuve.

Por las ilustraciones de copas rotas en el costado de la caja, asumo que las letras chinas en las etiquetas significan “Frágil” o “Manipular con cuidado”.

El manual vino en español.

Dice que Julieta tiene un sistema de simulación de gemidos. Yo le había visto un parlante en la nuca mientras la ensamblaba. Parece que se carga por USB y que, si quisiera que grite, le aprieto el botoncito que tiene ahí y arranca. Parece. No sé. No lo probé y no creo que lo pruebe. Me atrae tener la cabeza suelta sobre el CPU, junto a la lámpara, la taza con restos de café y los auriculares rotos, mientras se carga el sistema, pero la verdad es que siempre me infló un poco los huevos toda la movida de los gemidos: miro porno sin sonido y cuando me interesaban las mujeres de carne y hueso y tenía suerte, les hundía la cara en la almohada si yo estaba atrás o les metía un dedo en la boca si era de frente. No siempre funcionaba.

Se recontra puede gritar con un dedo en la boca; una vez a una boluda se le salió la cadena y me mordió. 

Con Julieta, si le llegara a cargar la batería al simulador de gemidos, lo usaría una sola vez, para ver cómo suena; para ver si son gritos chinos.

Mis problemas con ella habían empezado cuando la tuve que sacar de la caja y la ponía en pose, torciéndole una a una las articulaciones de acero bajo el TPE, para sentarla y engancharle la cabeza. Veintiocho kilos me parecían nada, pero lo son; sobre todo si están anatómicamente distribuidos y no se la puede arrastrar desde el brazo o una pierna, como cualquiera haría con un cadáver: “Cuando mover muñeca debe sostener por tronco, no llevar de extremidades” [sic], dice el manual.

Al terminar con la peluca levanté la muñeca y la tiré sobre la cama.

Pobre Juli. Estaba acostada boca arriba, pero seguía en pose de sentada. Parecía una tortuga.

Le metí una almohada bajo la cabeza, le enderecé las articulaciones, apagué la luz y puse música. Pink Floyd puse.

–Me voy a comprar una faja lumbar –le dije–. Me dejaste la espalda a la miseria.

Le agarré la mano: unas manitos divinas tiene; finas, delicadas y con las uñitas pintadas; bien coqueta Juli. Parecía brillar en la pálida luz de la tarde que atravesaba las cortinas. Le podía ver el perfil a contraluz, inmóvil.

–Y a vos te tengo que comprar algo de ropa, no podés andar siempre en bolas– me faltaba un poco el aire. -Primero te tengo que medir. Cuando termine este disco. Discaso. Mil novecientos setenta y siete. Unos enfermos los tipos.-

Había estudiado todo sobre corpiños mientras esperaba que llegara la caja desde China. La interrelación entre el tamaño de banda y tamaño de copa, la tabla de equivalencias y cómo se supone que el corpiño en sí tiene que quedar. Me hice apuntes: 1) la banda en la espalda paralela al piso, recta, 2) que entren dos dedos entre los breteles y los hombros; ni más ni menos, 3) que la copa envuelva el busto en su totalidad; ceñido, pero sin ejercer presión; sin “pisarlo”.

Estudié como si fuera yo el de las tetas. 

24DDD es el talle de Juli; o 24F, es lo mismo, aunque no sé si estas medidas se usan en Argentina. Son casi seis pulgadas de diferencia entre la medida del torso alrededor del busto y la medida justo debajo, para la banda. Varios años de pornografía me habían convencido de que DDD era mucho. Bestial, era la palabra que me hubiera venido a la cabeza.

Y no. Es modesta Juli. Tetas normales; tetas de piba que podría cruzarme en la calle, pero ya ni miraría de reojo porque quizás termino preso. El mismo par de tetas que andaría cómodo en un corpiño 30C, 32B o 34A según la tabla de equivalencias. Misma teta –mismo volumen de teta–, pero en un cuerpo más chico.

Mañana voy a Victoria´s Secret o alguno de esos lugares.

–Alguna vez te voy a llevar, Juli –le dije–. A comprar ropa, digo. Así te probás las cosas, vos. Te subo a una sillita de ruedas, abrimos la sombrilla para que no te pegue el sol y te paseo por toda la ciudad.

Por el momento no podía ni levantar los brazos.

–Paja que este edificio no tiene ascensor. Voy a entrenar para que sea más fácil alzarte mientras bajamos. Y me voy a comprar una faja lumbar, te dije. Esas que usan los obreros de construcción. Y si me pinta me compro un casco también, no sé. A lo mejor te gusta eso. Te entro vestido de constructor.

Me reí. Fuerte. Me sentí ridículo.

–Cuando te compré pensé que eras vos la que se iba a disfrazar. Pero entiendo, preciosa. Toda relación es un juego de concesiones –le dije. -Si no te gustan los abogados, tendré que vestirme de albañil, marinero, policía… no sé. Astronauta…-

Me imaginé con una caja de cartón con un agujero en el frente sobre la cabeza, bombeando; la caja bailando de lado a lado sobre mis hombros, torciéndose, el visor ya medio de costado, y yo ahí adentro, mareado, transpirado y aspirándome todas las miguitas que quedaron de los paquetes de galletitas.

No podía parar de reírme.

Pero no cogimos. Todavía no cogimos. De tanto estudiar para vestirla, me había olvidado de comprar lubricante. Mañana será. Y después de Victoria´s Secret quizás le compre una segunda peluca, para variar, para que no se quede pelada cuando le tenga que lavar la que tiene puesta. Y un buen par de tacos, un vestidito y una cartera.

–No sé qué va a pensar la gente de Mastercard cuando me armen el resumen de cuenta –le dije–. Quizás piensen que me quedé sin trabajo y que esa es mi última inversión. El manotazo del ahogado trans. El transahogado.

Me reí fuerte, de nuevo, y le apreté un poco la mano.

Cuando la encargaba me dieron la opción de que Juli tuviera una concha removible para que fuera más fácil de lavar, pero, para mí, eso hubiera sido como descuartizarla periódicamente. Prefiero hacer el laburo. Concha removible era un tubo malísimo que le tenía que sacar de entre las piernas cada vez que le acababa adentro. Como si la estuviera ayudando a parir una salchicha.

Además, voy coger con forro; sólo el lubricante hay que limpiar. Y así, con la concha fija como la tiene ahora, es más realista. En la semi oscuridad de la tarde es indistinguible de una de piel y carne.

También me vino un calentador; un tubo blanco que puedo conectar al cargador del teléfono, hundírselo en el tajo y sacarlo a los diez minutos para meterme yo. Así le deja el túnel a Juli: caliente y rugoso, como el interior de una empanada.

Sorry que puse Pink Floyd– le dije, intentando mantenerme serio–. Me imagino que Radiohead es más tu onda… ¿Entendés? Radiohead. Por el parlante que tenés en la nuca.

Esa vez nos reímos los dos.

*Matías de las Carreras es un escritor argentino. Autor de cinco novelas que se niega a mostrar, enviar a editorial o concursar porque no las considera listas; tema recurrente en terapia. De vez en cuando publica algún microrrelato en la única red social en la que participa y apenas usa (Instagram – @matidelascarreras). Participó de la colección de cuentos “Quedate en Casa” de la editorial Viudas de Hobsbawm, con su texto “Enunciado de Kelvin-Planck”.

11 comments

  • Ricardo Rivera escribió

    Este relato me recordó el de PLASTISEX de Juan José Arreola, está narrado como un anuncio publicitario, lo leí por los años 80’s ( no sé si tiene más años) se adelantó a su tiempo, antes de que sacaran las “REAL DOLLS” a estas alturas, no me sorprende que alguien quiera gastar su lana en algo así, sobre todo los solitarios, me imagino que los discos que te inspiraron fueron “WISH YOU WERE HERE” de PINK FLOYD, y “OK COMPUTER” de RADIOHEAD, me gusto el relato, aunque me hubiera gustado conocer más de las reacciones de la muñec, me encanta este tipo de relatos que a veces rayan en lo Surrealista y lo erotico. Ojalá tuvieras más relatos así, después te pasaré algunos que he escrito de temática similar, felicidades “WELCOME TO THE MACHINE”

  • Sandra escribió

    Me encanto! Deja de ser un objeto para ser un sujeto…
    y rompe tabúes, cuántos no quisieran tener una muñeca-compañía?

  • Berlin escribió

    Ojalá pudiera des-leer esta desgracia de narración. Vulgar en escritura, cadencia y tema. Darle espacio a este tipo de historias desagradables y vacías es burlarse de las letras. Primer lugar? Absurdo.

  • Héctor escribió

    Primer lugar? ¡

  • Mercedes escribió

    Me encantó el cuento. Muy original y muy bien escrito! Me conmovieron los momentos de ternura que encontré en el texto. Felicitaciones

    • PS escribió

      Vaciedad, sin contenido. Sorprendente la falta de respeto a la literatura . Absurdo un primer lugar de este nivel de texto y falta de contenido al tema.

    • Matías de las Carreras escribió

      Hola, Mercedes! Me pone muy bien que le haya encontrado esos momentos de ternura al cuento. A pesar del tema y del tono narrativo, hubo una intención, también, de transmitir ese costado del personaje: vulnerabilidad, abandono y, dentro de sus escasos recursos, deseo de conexión.

  • Belerio Fontes escribió

    Felicidades. Me gusta el cuento. Saludos.

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