LXIII Edición: Temporada de lluvias

Hizo de toda la montaña su altar

El Señor hizo de toda la montaña su altar, hasta arriba mandó clavar un Santo. Mejor protegerse. Y ahora, junto a él, las cruces de todos los que han subido. El diablo anda en burro, al menos cuando se camina cuesta abajo. Ya en la cima se pelea con el Santo y, según quién gane, así nos va de bajada. A veces el Señor también se enfada porque no somos lo suficientemente leales, pero ¿quién lo sería? Por si acaso, le dejamos también una flor a su enemigo. Así nos traen, de un lado a otro. En general gana el Santo y ni así nos escapamos de que se le vaya chueca la espada y nos corte, o cuando bajamos del cerro, con miedo y a la defensiva, porque se le suelta el demonio. Le dijeron que le pusiera el pie, pero no que lo tuviera siempre puesto. Vaya ciclo en el que nos metimos. Mejor que nosotros vivamos tranquilos y que cuando se canse, le ponga la rodilla o el codo. El Santo hasta debería tener dos fiestas grandes al año, es el más útil de todos. Además, lo dejamos asoleándose en las ermitas y no le hacemos demasiado caso el resto del tiempo. Con otros santos de repente hay ofensas, pero con él no. Ni quién se atreva a vandalizar su nicho cuando uno acaba de subir por la ladera. El diablo está en las piernas. Cuando nos cansamos, se nos trepa. Levantamos menos los pies, se nos enredan las piedras, nos vamos de frente. ¿Cómo no le vamos a rezar? Si por eso hay una autoridad, a respetarla. ¿Quién más se va a animar a esta tarea el resto del año? Así de pesado se necesita el pie, además, aguantar el año entero sin moverse. Si el diablo ha de estar enfadado por estar contra el piso y luego si uno le orina encima porque no hay cómo brincarlo. Puede ser que nos salga un diablo del Oriente y se alegre de ser bañado en orín de asno, o de humano, pero no suele ser lo común entre los cristianos. El diablo en su lugar y nosotros en el nuestro. Así que, si el Santo quiere que hagamos de toda la montaña su altar, lo hacemos. ¿Qué más se pierde con eso? El Santo contento, el diablo amarrado y nosotros seguimos ladera arriba. Pasamos a un lado de la cumbre –para no interferir en la pelea— y cruzamos del otro lado. Hay altares más sencillos, como los que se colocan en las mesas de cocina o en las salas para el día de muertos. Ésos son más manejables. Invocan al diablo, pero no lo traen de regreso. Se queda por allá y nosotros aquí con San Judas, San Andrés, Santo Tomás y San Eustaquio. Cada uno con sus flores de cempasúchil, veladoras y unos montones de seis frutas. Pero ya el cerro, que se quede con los grandes. El diablo nunca muere, nada más lo hacemos a un lado mientras no lo tenemos enfrente. Una vez arriba, le prendemos incienso, lo invocamos, le hacemos la finta de que ahora si nos vamos con él, le deseamos lo mejor para en su pelea con el Santo y agarramos velocidad ladera abajo.

Créditos de la imagen: Pixabay, LunarSeaArt, https://pixabay.com/photos/gargoyle-sculpture-gothic-stone-2516606/

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