LXIII Edición: Temporada de lluvias

Este que ves

Éste que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.



Sor Juana Inés de la Cruz

La imagen que me devuelve el espejo es de otra que no soy yo. A mis 85 años no me reconozco con todas las arrugas y manchas que pintan mi piel. Los párpados caídos me dan una apariencia de tristeza permanente y mi boca sonríe gracias a las prótesis que fingen ser mis dientes.

De mis brazos cuelgan, como dos orejas de elefante, lo que en otro tiempo fueron unos bíceps fuertes fruto del trabajo rudo. ¿Acaso no les bastaron horas y horas de fuerza para mantenerse en su lugar?

El espejo es mi enemigo, me acerco poco a él, sólo para alisar el exiguo cabello que aún permanece en mi cabeza. ¿Dónde quedó la gruesa mata de cabello que me llegaba hasta la cintura y que era mi orgullo frente a las otras chicas de la fábrica?

Desde hace muchos años que no me observo al espejo de cuerpo entero, me da terror, me doy terror. Mis pechos son dos vejigas secas y flácidas que llegan prácticamente hasta mi ombligo, nada que ver con esas ubres rebosantes de leche espesa y abundante de cuando amamanté a mis cuatro hijos. ¿Para qué mirar esa desgracia?

Mis piernas, antes firmes y voluptuosas, son hoy dos chorros de atole que cuelgan de mi tórax, dos extremidades deformes y pellejudas que me duelen todos los días.

Prefiero verme en la fotografía de mi boda religiosa. Me miro hermosa, con unas medidas casi de concurso y esa cintura pequeña que competía con la de María Victoria. Estoy ahí plena y feliz a mis veintitantos, con todo en su lugar, con la piel lozana, con las ilusiones brotando por mis poros. Nada de lo que haga la medicina o la cosmética logra detener el agandalle del tiempo en el cuerpo y el mío no es la excepción. Sesenta años después de esa belleza, que impresionó a mi marido, ahora soy una vieja que espera cada día con más ansias la llegada de la muerte, la mano benévola que me libere del dolor y de la decrepitud.

Créditos de la imagen: Pixabay, sabinevanerp, https://pixabay.com/photos/hand-human-woman-grown-up-hands-3672958/

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