LXIII Edición: Temporada de lluvias

Abeja

En la orilla de la ciudad, un jardín; en el jardín, un rosal; en el rosal una rosa y en la rosa una abeja…

Esa abeja es como yo, estoy zumbando mis desilusiones porque no encuentro el néctar en las flores. Las flores están dormitando, no tienen la voluntad de producir néctar y su polen está tieso, se les pega, se les adhiere como una lama, polen saturado de plomo. ¿Para qué sirves?

Todos los días pasa lo mismo, mi marido llega estresado porque la ciudad esta sedienta de limpieza. No está límpida porque el smog la satura, no la deja respirar. Son muchos los coches que circulan, son demasiados los autos que se lanzan a transitar. Mi marido se transporta en el metro y es eso lo que debieran hacer la mayoría de los conductores. Él viaja así, para que las rosas no reciban smog, para que todas las flores tengan la oportunidad de recibir la visita de las abejas. Yo también, me traslado a mi trabajo a pie y regreso a pie, ¡para que las flores tengan oportunidad de respirar!

Había una vez, en un lugar muy muy lejano, un consejo de ministros que tuvieron la idea de prohibir que los pozos petroleros fueran usados; implantaron una ley por la cual nadie podría usar esa melaza llamada petróleo, y por lo tanto los pobladores tuvieron que dejar sus coches gasolineros, y comenzaron a usar los eléctricos. Los supermercados instalaron sobre sus techos unos aparatos que captaban los vientos y otros mecánicos que convertían esa energía en electricidad. Los campos fueron sembrados con tractores que usaban energía solar y, en las casas, los hornos solares comenzaron a construirse, pues basta una caja de cartón forrada con papel aluminio para que en ella se puedan introducir alimentos que se cocerán o freirán.

Los peatones comenzaron a aumentar porque los coches eléctricos no tuvieron gran aceptación. Eso fue muy conveniente, comenzó a bajar una de las enfermedades que tenía presos a los habitantes: la obesidad. Es el ejercicio natural del humano, se llama caminata y previene y cura muchas enfermedades.

La caminata diaria también relacionó a las personas porque cruzarse en el camino con conductores de auto, enojones y gritones, no producía buena vecindad y sí provocaba pleitos y enojos, los que cambiaron con la caminata, por sonrisas atractivas y festivas. Primero inclinaciones de cabezas, luego esas mismas inclinaciones acompañadas por sonrisas, siguieron los saludos moviendo las manos y, por último, las risas abiertas, con la elocuencia de las buenas maneras entre vecinos.

También se dieron otros cambios, el más importante fue la cercanía del trabajo. Ya las personas buscaban y encontraban sus zonas de labor a tres o cuatro calles de distancia, y los que no podían obtener esta cercanía no se quejaban, porque una caminata de diez o quince cuadras, les era beneficiosa.

Soñar es elevar el pensamiento

hasta la zona de vida en rosa

soñar es conquistar todo momento

con los deseos de un dulce corazón.

A mi marido y a mí, nadie nos imita. Comentamos con los vecinos nuestros motivos para no usar los coches, y ellos, en vez de dejar los autos en sus cocheras, siguen manejando pequeñas distancias en lugar de caminar. Continúan sentados tras los volantes, poniéndose gordos por tanta inmovilidad.

Desde sus cómodos asientos piden al del puesto de la esquina que les venda el periódico, o compran diez tamales surtidos, o se meten a los restaurantes para adquirir sus hamburguesas, para llevarlas a casa sin tener que caminar.

Cuando regreso a casa, me tropiezo al menos con un semáforo descompuesto y me arriesgo a cruzar entre los camiones, autobuses y coches que, a bocinazos, quieren obligar a los autos transversos a avanzar.

El modo de la abeja es volar, quisiera ser una abeja, soy una mujer descontenta, siempre, siempre tiene que caminar, entre nefastos coches con sus escandalosos motores.

Las rosas están decayendo, tienen un crac; no sirven para perfumar y sus hojas se vuelven de lámina de hierro, están duras y comienzan a estar renegridas. Los pétalos aterciopelados quedaron atrás, muy lejos de los jardines. Se quedaron en los tiempos remotos en los que las abejas en conjunto salían a libar. Ahora, una que otra está despierta, y se atreve a aventurarse en los jardines de piedra y hierro llamados ciudad. Inútiles prados de concreto que no acarician, que no aroman, que no sirven para que el néctar en el cuerpo de las abejas produzca la miel, y sólo están aquí para convertirse en basura apestosa, por corrompida, saturada de aceites salidos de los motores.

Mi marido, tarda en llegar a su trabajo, y tarda en llegar a casa porque para llegar al metro, debe caminar diez calles y para llegar a casa las mismas calles pero con menos diligencia, porque es la hora en la que las amas de casa van en auto por sus hijos a las escuelas y colegios. Se hacen embotellamientos que los peatones deben sortear.

Los estudiantes no caminan; las calles no son de ellos; ellos circulan en los arroyos, sentados en los asientos de los autos de sus papás. Los estudiantes no tienen el placer de ir a la escuela brincando la reata, ni de regresar jugando al cojito, en un solo pie. Los aviones pintados en las banquetas desaparecieron en los años setentas del siglo vigésimo y los hoyitos, para meter en ellos las canicas, son recuerdos de los viejos.

Mi marido es un angelote que caminando, día con día, pone la muestra para no ensuciar el ambiente con los humus del auto. Yo, soy una abeja que deseo volar, porque caminando entre los autos me siento enfurecer. Busco las flores que hace mucho tiempo miré en los setos de las banquetas y lo único que encuentro son lozas de concreto.

Quizá los aguaceros logren ahogar la maldad que llegó a los jardines sepultándolos en lodos, para que el reciclaje de la materia logre producir otras rosas, unas benevolentes y no tan malvadas que por caprichos de estarse maquillando con smog, no produzcan néctares. Las rosas respirando el smog, se niegan a reproducir néctar valioso y yo reniego de la ciudad tan mal administrada.

¿Podría haber alguna ley que prohíba circular en auto en viajes cortos?

Mi colmena quedó lejos y el Sol está nublado, ya no me guía hacia mi refugio, pero por instinto llegaré caminando y descubriendo los caminos de la ventura. Quiero encontrar los vericuetos de la dulzura, por allá, por donde el Sol se escondió de los pesares del mundo porque ya no quiso mirar tantas lágrimas de la humanidad y se metió entre diez sábanas de nubes, para acurrucarse en la noche estrellada. Todo eso hace el Sol mientras yo camino y revoloteo, para encontrar mi colmena y refugiarme en ella. Dentro de su seguridad pasaré la noche, y ya mañana buscaré si hay algún recoveco en el jardín donde las rosas no estén encaprichadas transformando sus pétalos en metal.

Ciudades malvadas llenas de smog producido por los motores de transportes y de fábricas. Sucio smog que produce el cambio climático.: cambio caluroso, tórrido que produce la muerte de las abejas.

Y llegó el ocaso, con él llegaron los abrazos de mi amor, el que traía en sus manos una maceta con un rosal sonrosado y amarillo, lleno de flores en botón, y otras abiertas con pétalos aterciopelados y estambres llenos de polen polvoriento.

Entre los brazos del amor me metí y juntos comenzamos a libar para producir una nueva colmena.

Créditos de la imagen: Pixabay, Gaetringen, https://pixabay.com/photos/graffiti-street-art-art-city-spray-276059/

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