LXIII Edición: Temporada de lluvias

Pasa desapercibido

– ¡Agache la cabeza!, ¡un poco más!, ya casi lo logra.


Una estructura de carne y hueso de dos metros y más de ciento treinta kilos de peso se apareció de repente, traía puesta una chamarra de los Lakers, pantalones cortos de color amarillo, tenis tipo Jordan número cuarenta y seis, y toda esa representación coronada por unas gafas RayBan de lentes oscuros.


Con un español agringado, preguntó:

– ¿Ustedes van a presentar en sus pantallas el juego de la NBA?

– Sí, lo tenemos, en unos minutos comienza el partido.

– ¡Siéntese por favor!


No sabíamos cómo acomodar a ese mastodonte.

Entonces sentó su enorme estructura en un taburete, donde cabía solamente el cincuenta por ciento de su totalidad. Un instante después la pequeña forma de madera, donde reposaba este portento, comenzó a crujir. Cuando alcancé a decir ¡cuidado!, tan largo y ancho como es, ya estaba desparramado por el suelo del pequeño salón, me acerqué rápidamente y le pregunté:

– ¿Está usted bien?

 y me respondió: Sí, sí, ¡no se preocupe!


Todo se salió de su calma, corrían para socorrerlo, otros le traían agua, nos juntamos entre cuatro para ayudar a levantarlo. Una vez lograda la hazaña de reincorporarlo, le insistimos que si quería tomar algo. Respiró profundo, luego soltó el aire lentamente y exclamó:

– ¡Quiero una chela!


De nuevo regresó la paz. Pero unos minutos después, todo fue sacudido por un sismo de seis grados en la escala de Richter. LeBron había encestado un triple y esta mole saltó de tal manera que todo se estremeció. Al cabo de siete triples, todo era caos y desorden …  Tomamos una decisión sabia, nos sumamos a su guachafita, ¡chelas para todos!


Antes de terminar el juego, ya nos habíamos presentado.

– ¿Usted de dónde nos visita?
– ¿Viene de paseo o de negocios?


Todo el cuestionario pertinente para la ocasión.


– Vivo en California y vine de vacaciones al DF, pues no conocía. Como ustedes pueden notar me gusta el básquetbol, yo lo practiqué en mi juventud.


Por supuesto, con esa estatura uno podía deducir que había practicado la destrucción de pequeños inmuebles. Y bueno, también el deporte de la cesta.


Un rato después le pregunté si quería cenar, me contestó que sí, que tenía un poco de hambre. Así que pidió un corte de carne, dos ensaladas, orden de papas, una botella de vino, un pastel de chocolate y helado para el postre, luego se tomó una botella de mezcal para asentar la panza.


Al despedirse, después de una conmovedora, muy movedora y perturbadora estancia, nos anticipó que regresaba para el próximo juego.


Estamos haciendo todos los preparativos que se requieren para la ocasión y, esta vez, tendremos bodega suficiente de chelas, buena despensa de carnes y vinos, y unas cuantas botellas de mezcal para no sufrir, sino disfrutar el acontecimiento, nos sumaremos a su despapaye.

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