LXIII Edición: Temporada de lluvias

Orfandad, historia y cocina

Dejaré claro mi lugar de enunciación, el que es absolutamente contradictorio. Por un lado, soy Francisco Robles Gil Martínez del Río y enuncio mis apellidos porque en ellos llevo la carga biográfica (a mis muertos), es decir, mi especificidad que nada tiene que ver con una pretensión de autenticidad frente a otros.

Por otro lado, soy un ciudadano mexicano en tanto que tengo mi registro ante el INE, pago impuestos y soy sujeto de derecho, es decir, de obligaciones. También soy un sujeto que por algunos años militó y configuró su existencia en torno a ciertas demandas sociales y trabajó por instituir un orden en el que las vejaciones a la dignidad no fueran el pan de cada día.

Hoy, 8 de septiembre de 2021, soy un desencantado tanto de la militancia como del movimiento social pero no por eso menos comprometido, solamente he cambiado de perspectiva. Esto se escribe en unas cuantas teclas pero ha requerido bastantes años de reflexión que han terminado en rupturas, las que, estoy seguro nunca acabarán, ya que de las pocas certezas que tengo es que no hay nada más fiel a una causa que traicionarla.

Es parte de este proceso de reflexión la que me gustaría escribir y compartir con ustedes en el momento en que me estén leyendo. Me encuentro trabajando en torno a mi tesis doctoral titulada “¿Qué iba a ser de ti después de las tormentas de fuego y acero? Una aproximación historiográfica al Movimiento de Acción Revolucionaria, 1963 – 1972” ¿De dónde viene este título? En estos últimos cuatro años me ha estado acechando la siguiente evocación:

¿Qué iba a ser de ti después de las tormentas de fuego y acero? ¿Qué ibas a hacer? Arder, chillar, convertirte en estigma, oscuridad. Convertirte en cenizas dejar que te cubrieran lentamente primero con polvo, luego con tierras, semillas, musgo, dejando tras de ti la mandíbula y los dientes, para convertirte al final en un montón de tierra que cubre una lápida, en el que crecen flores y que está vació por dentro.

Jean Genet, “Un cautivo enamorado”, Debate, Madrid, 1988, p. 150.

¡Un montón de tierra en donde crecen flores y que está vacío por dentro! He aquí la huella de la catástrofe. Vuelvo, soy vecino de la alcaldía Cuauhtémoc, a unas cuadras de Reforma, eje de la memoria nacional, disputa de las efigies, estatuas cagadas por palomas, indignaciones y disputas fariseas.

También soy huérfano de padre, en junio del año pasado escribí “Secretar la vida: cáncer y escritura” en donde, después de una borrachera en Valle de Bravo en la que exorcicé el dolor que la ya inminente muerte de Francisco me estaba provocando, escribí “(…) el cáncer es una caricaturización. Hay una deformación celular, es como una sátira, una exageración y un exceso del gesto celular, ¿un secretar la vida?”

Soy también un ex fumador, hace ya cuatro meses que no aspiro ese bendito humo, ¿dejaré de tomar? No lo creo, allí sí tendría que estar muerto. Hablando de vicios ahora me llega a la memoria una escena en la que empecé a quitarme algún peso de encima, lo que no significa que me haya aligerado de algún modo la existencia, pero insisto, me liberé de un peso.

Estaba en unos caldos de gallina en Insurgentes y Puebla. (Faltaban algunos años para estos tiempos pandémicos, bueno, vivíamos otras pandemias, las de la adicción, por ejemplo.) Al otro lado de la esquina había una cervecería y decidí ir para allá y así poder bajarme el caldo con un buen trago, de pronto, pasando algunas horas, se me aproximaron una chica y un chico para platicar, nos alcanzó la madrugada y ella comentó –vayamos a mi departamento- con ella nos fuimos aquellas y aquellos restantes de la noche y al llegar a sus aposentos, nos repartió a cada quien un gramo. En esa noche y con algunas rayas encima alguien me llamó y me dijo –oye amigo- y yo sólo alcancé a comentar –no, no soy tu amigo y está bien- y en ese momento después de reventarnos el hígado a tequilazos comprendí que el absurdo nos había llevado hasta allí.

Voy años más atrás, entre el 2012 al 2014. Estaba estudiando la maestría en el ICSYH-BUAP y fue cuando me rompí, no solamente por la maestría sino en la manera en que me relacionaba con la vida. Fue una ruptura bellísima y de dos mujeres es que aprendí a reconfigurarme y, desde esa ruptura, es que no puedo reivindicar ya bandera alguna.

Soy un casi un bebe, tendré ¿cinco o seis años? Estoy en los brazos de mi madre quien me introduce al mar y yo berreo absolutamente aterrado al ver que esas inmensas olas se aproximan. Años después, estoy en “La Plebe” una imemsa o panga que mi padre construyó. Estamos en la costa de Zihuatanejo, pescando, buceando y adquiero una mirada de albatros, aprendo a seguir las burbujas de los buzos, a diferenciar un bajo de una corriente, devengo mar y años después, 2021, escribo una tesis sobre el MAR [Movimiento de Acción Revolucionaria].

Veo los números y los diecinueve militantes del MAR representan el 0.000039% de la población total de 1970 en México. ¿Por qué escribir sobre este “ínfimo” porcentaje? Podría responder que tengo una deuda con aquél pasado, pero esta respuesta no sería honesta, también podría decir que hay en mí un sentimiento de absoluta extrañeza. Esto estaría más cercano al móvil de mi escritura, es decir, lo que pretendo con esta investigación es no solamente comprender sino quizá dar justa dimensión a una etapa de mi vida en la que mi lectura de la realidad y por ende mi configuración existencial partía de un principio que se configuraba en torno a un sentimiento de malestar, el cual obedecía a un “falso” proceder ante mi existencia, es decir, era yo mismo un fantasma, configuraba mis relaciones a partir de la presencia de una ausencia; ahora puedo decir que esta investigación empezó a germinar durante mi maestría en Puebla, momento en el que empieza una ruptura con la configuración existencial ya descrita.

Soy un reverendo cabrón. Este fin de semana G me hizo ver algo cuando me desplegué en la cocina. He allí uno de mis puntos ciegos; cocinar para mí, sí, tiene que ver con el goce pero también allí está el peso del soberano, de aquél que hoy ya no está pero que sigue haciendo presencia. (De nuevo el fantasma, la presencia de la ausencia.) Para mí la cocina tiene que ver con una suerte de trauma. G me dijo: “Tu terapia es la cocina porque ahí hay algo que te atormenta. Y cuando cocinas es cierto que te frustras mucho, no lo ves como diversión, es más un exorcismo.” Y una vez más ella tiene razón, puedo llegar a ser un reverendo cabrón.

Francisco Robles Gil Daellenbach, S/T, circa 1998, tinta en tela.

2 comments

  • Aguilar escribió

    Fue una ruptura bellísima y de dos mujeres es que aprendí a reconfigurarme y, desde esa ruptura, es que no puedo reivindicar ya bandera alguna.

    El centro

  • La Mirada de la Mosca escribió

    Una ruptura, otra ruptura, un texto honesto, ya no es tuyo, ahora es mío, una ausencia, otras ausencias, una G con mayúscula de presencia y de amor, un cigarrillo sin filtro para mí y dos cervezas y una copa de vino para brindar.

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