LXIII Edición: Temporada de lluvias

El inicio y el fin

Me sentaba en la sala de conciertos con una liberta mientras duraba el programa. Anotaba cualquier palabra para iniciar una frase. Así es como siempre he escrito los textos cortos. No sé cuál será su estructura, pero escribo y ya después modifico el principio o lo borro del todo. Es como un calentamiento, se tira una línea, luego otra. Se conectan las ideas. Hay veces que la primera frase si es buena y lo que borro es la fecha. Casi siempre la pongo, arriba a la derecha, también sirve de calentamiento o para ver si pinta bien el instrumento. Antes pensaba que era para tener un registro de la historia de mis textos, pura pedantería. Ya que los transcribo en la computadora, no los reviso más sobre el papel. Así es la técnica. Me han pedido que dé cursos, pero no tengo más secretos. Podría hablar de algunos temas de ortografía y gramática, aunque con un libro de apoyo porque se me olvidan muchas cosas. Antes hasta hacía diagnósticos morfosintácticos pero ya se me olvidó cómo. Y eso que la sintaxis es más fácil de estudiar, pero luego quieren que hasta uno se dedique a analizar literatura. Lo dejo para otros. La verdad lo que me gusta es leerla. Qué el contexto y la hermenéutica para entender mejor la obra tiene sentido, pero a la hora de la batalla casi siempre estoy yo solito ante el libro y me creo lo que me dice, me engaño pensando saber lo que en verdad dice, pero eso es todo. Por eso las novelas buenas son adictivas, le cree uno a la persona que escribe. Una buena novela siempre fue escrita para uno y para generar teorías sobre ella. Ah, eso lo dice porque ya se sabía la historia completa de la penitencia de Cristo, la ha de haber aprendido en el seminario. Pero resulta que ni es cura, ni apóstol. Parecería un buen análisis pero cualquier buen apostador en máquinas de centros comerciales se aprende los evangelios, a esos sitios se les llega como Jesús en el desierto y así uno jamás pierde, aunque pierda. El punto de escribir está en convencer al otro, no se gana nada con caminos fáciles como los adjetivos o copiando las obras ajenos. Los análisis suelen ser ociosos, aunque me gustan los textos que se escriben sobre otros textos, eso sí, pero no los que inician después de otros. He leído intentos de tratar de continuar una novela o la segunda parte de un cuento. Para una parodia no queda tan mal, pero, ¿tomárselo en serio? Lo único que se acaba sin remedio es una hoja de papel con renglones hasta el espacio de los márgenes, entonces agregarle hojas a un cuaderno o pegarle papel debajo para extender la misma ya es un poco grotesco aunque luego lo pase uno en limpio y se deshaga de las pruebas. Para algunos nada se acaba cuando se acaba, siempre puede continuar aunque no se garantice cómo.

Entonces en mis textos cortos yo escribo mientras se me ocurren oraciones para hilar, sin un programa y cuando me quedo sin ideas, releo las primeras líneas. Busco una que pueda retomar y que me sirva para cerrar el texto. Otra buena manera de terminar de escribir rápido es cuando se tiene fecha límite de entrega para una revista. La idea lista luego nos mete en problemas porque no se puede subir un texto incompleto así que yo, el escritor y el editor, retraso todo unas horas hasta que quede. Es bueno confesarse.

Escritoras, escritores, en ocasiones la revista no está a tiempo porque no está listo mi artículo.

He intentado enseñarles a los demás editores como publicar sin esperarme pero les parece de mal gusto, así que un capricho mío hace que se recorra todo el calendario. Al fin que lo que sobran son semanas, no textos, ésos son más escasos, al menos que estén al punto para publicar una revista perfecta. Que no hay textos perfectos, pero sí revistas. El editor nunca se equivoca, los autores sólo sabemos ser soberbios. Nadie culpa al que escribe por un mal texto, pero sí al que lo selecciona. Y que no se los diga yo porque se enojan más, que vean sus números en la estadística de visitas. Nada más triste que un texto que nadie termina, que cierran la ventana o cambien de página porque no les dio la gana leerlo hasta el final. Nunca se los digo cuando pasa eso, es parte de lo que en la redacción se calla y por eso evito ver estadísticas de los míos. ¿Para qué? Nadie que me dé contención. Así como al inicio de un artículo no sé bien de que voy a escribir, también se llega a un punto en el que no sé si ya se me pasó el final. Entonces ahora toca decidir hasta qué punto termina y omitir lo que sigue. Sería más fácil si un editor decidiera por mí, pero los deseos se cumplen a medias. En todo texto sobra la verborrea, es cuestión de encontrarla.

Créditos de la imagen: Colección del autor, Museo de Arqueología de Zadar

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