LXIII Edición: Temporada de lluvias

El chivero

Religiosamente, cada día, el chivero saca a las siete de la mañana a su docena de chivos para llevarlos a pepenar lo que encuentren en el amplio predio del pueblo. Pastar, sería la palabra correcta, pero en este predio casi no hay pasto, la hierba es escasa y los animales hurgan ansiosamente entre lo poco que crece debido al clima semiárido.

El chivero es un hombre viejo de pocas palabras y de largas meditaciones. Enjuto como sus chivos, usa un pantalón vaquero raído, una camisa blanca que casi se transparenta de deslavada y una gorra de beisbolero. Con su vara de mezquite arrea a la manada hacia el predio y una vez que los animales reconocen su zona de pepena, el hombre clava la mirada en el horizonte por mucho tiempo. Sólo se distrae cuando algún chivo rebelde se separa del grupo.

En sus reflexiones recuerda cómo era de fiestero en su juventud. No faltaba a los bailes; eso sí, nunca le gustó la tomadera, pura bailada. ¿Por qué perdió el gusto por la fiesta? Por enamorado, por enamorarse de la madre Patria…

La conoció un 15 de septiembre, cuando las calles del pueblo se adornaban con banderitas de papel verde-blanco-rojo, y había puestos de comida y juegos de feria. Ahí estaba ella en el estrado, vestida de blanco, ceñida la frente con la corona de olivo, y sujetando la bandera nacional. Se enamoró de ella… y ella correspondió a esa mirada de chivo moribundo que le lanzó.

Esa noche respondió con más enjundia a la proclama de independencia de los héroes patrios: ¡Viva, viva, viva! Y supo que la madre Patria podría ser también la madre de sus hijos.

Sin embargo, el padre de la joven tenía otros planes para ella:

-¿Tú, novia de ese pobre diablo? Si eres la más bonita de este pueblo, no te voy a casar con ese don nadie cuida chivos. ¡Tú mereces alguien que dé una buena dote y te asegure un buen gasto para la casa! Un chivero… ¡sobre mi cadáver!

El joven se resistió al destino e intentó convencer al posible suegro. No hubo modo de dar marcha atrás:

-¡Por supuesto que no, no lo voy a permitir! ¡Yo que te veo acercarte otra vez a m´hija y te mando a matar, desgraciado! ¡Y vete lejos de mi vista que apestas a chivo!

Esas palabras son las que aún resuenan en su mente y le aprietan el corazón. Desde entonces se alejó de la bola de amigos con los que andaba, dejó de ir a los bailes y se dedicó a cuidar a su madre enferma y a su manada de chivos.

En sus largas horas de apacentar caprinos, imagina lo que pudo ser su vida con la madre Patria, su casita con árbol al centro del patio y los hijos corriendo. Y cómo habrían cuidado juntos a una gran manada de animales… porque ella, sin duda alguna, lo amaba como era, aunque oliera a chivo.

Créditos de la imagen: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Baile_de_carnaval.jpg

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