LXIII Edición: Temporada de lluvias

Envidia

En el algún momento me concentré en la circunferencia andante, clavado los ojos para pinchar el movimiento, para sucumbirlo, atravesando distancias, dividiendo calles, desplazando con un ligero revoloteo las tecnologías, la modernidad y las ganas de caminar. Se introduce en los jardines, pisa los sueños, los aplasta y los vuelve estiércol, y yo, que me sentía único, comienzo a entender que la sensación es compartida: el viento desfigurando las mejillas, la gente interfiriendo, los semáforos preparados para frenarte en seco. No niego que es grato, sí que es grato, placentero, como una tarea motivacional, en donde las rodillas, amigas de mis emociones, comienzan a flaquear. Luego de la fatiga me dedico a desvincular la falsa consigna que me enseñaron… entendiéndolo más tarde, se trata de un mensaje grupal y generalizado:

—Nunca miren al de al lado.

Me quedé con el ojo desviado, por culpa del musculoso ese, ¡tarado! Exhibiendo su buen manejo, se hacía el experimentado pero cuando no lo veía el inmaduro tocaba la bocinita.

Andar en bici. ¡Qué verbo más rebuscado! Uno no anda en bici, a uno lo sientan en la bici desde que cumple los cinco años. Y vos decís:

—No puedo.

E igual te empujan al acantilado, ¡bah! Al menos eso pasó en mi caso, el médico les advirtió a mis papás que no era muy efectivo lanzarme al vacío, pero ellos no escucharon… por eso quedé así; ¡inseguro! prestando atención a estupideces: La bicicleta es la segunda mejor amiga del hombre. ¿La cosa esa con ruedas se volvió un ser vivo y yo no me dí cuenta? ¿Qué son? ¿Frases turísticas? ¿Les pagan por hacerle promoción? 

—Si andas en bici conoces millones de lugares —aseguran.

No salgo de la plaza, la verdulería y la carnicera de acá a la esquina.

—Se llega a la felicidad sin medirse con la vara de otros —dicen aquellos campeones exitosos que místicamente agonizan al obtener el segundo puesto. Cosa rara, ¿no?

—Benjamín, no te rías, el hombre está sufriendo un infarto —me ordenaba mi tía cuando veíamos a mi vecino descompensarse gratamente por tanto deporte.

—¡Por Dios! ¿No ven que está actuando? —dije.

—Se puso pálido, no puede hablar y está tirado en el piso, ¿cómo va a estar actuando?

 —No importa, es de mentira, necesita ser el centro de atención —les arrojé el teléfono—. Maduren, la ambulancia no está para esto.

Resulta que me equivoqué.

—¿Cómo podés vivir con la culpa? —pregunta ocasionalmente la viuda del señor Canales, que en paz descanse, espero que el cielo tenga bicicletas, y que al desgraciado se le pinche una rueda.

Es incontable la plata que usufructuaron convirtiendo la autoayuda en letras para canciones. Sé feliz, sé vos mismo, la envidia envenena, amor y más amor. ¿Y todo en qué termina? Gente hablando de monedas. Vos decís bueno acá viene la situación económica del país, dejan las cosas vulgares y… ¡nada de eso! Los compositores te quieren decir -pagale con la misma moneda-. De esa forma la gente sigue otorgando obsequios en oferta, por eso para mi cumpleaños siempre me regalan bicis sin manubrios o, en ocasiones, canastos de bicicleta sin la bicicleta.

Y he aquí la frase que me lleva a tocar fondo -No es una competencia, cada quien tiene sus tiempos, y nadie es mejor ni peor, sólo distinto-.  

Simboliza un -frustrate en secreto por vivir en cámara lenta, pero no te preocupes, la satisfacción algún día llega-. Eso es válido para la gente normal, que no conecta sus sentimientos con puños; de bicicleta, claro… ¡Ya traspirados y hartos de sentir mis manos! La relación con esa cosa rodado no sé cuánto, me está traumando. ¡Sí! ¡Me está traumando! Verla todos los días en la misma posición, con las mismas costumbres, hecha para que entregue mi fuerza muscular, y deposite en el canastito de porquería mi identidad. ¡No!, me niego a colocar mi billetera, mi economía y mi salud mental, si es que la tengo todavía…

—¡Qué miran! Estoy yendo a la carnicería —ancianas avanzan, siempre se burlan, me miran con lástima—. Los frenos me funcionan, por eso no las atropello —grito.

Me consuelo y pienso -tranquilo, usan bastón pero corrieron varias maratones y por eso son más veloces-.

Si hay algo que no hago es deprimirme, no me siento inferior por ver como Jorge controla su visita al banco yendo sin manos, comiendo entre el excesivo pedaleo un pancho, ¿tanto va a presumir? Falta que se ponga a tocar el violín, el desgraciado me saca la lengua, construye frases muy largas, casi eternas.

—¿Por qué sos tan len… —no sé qué querrá comunicarme.

—¿Qué dijiste?

Dejo de verlo, hace un gesto desagradable con sus dedos, ahí termina por irse a Inglaterra, recorrer la Torre Eiffel con su pareja y escalar el Monte Everest en bicicleta. A todo esto yo sigo sin animarme a cruzar, tengo tanta crisis biciclística que en vez de atropellarme un auto me atropella un tándem. Claro, con cuatro piernas trabajando todos llegamos a cualquier lado, sólo que yo llego un treinta de febrero.

Continúo, juro que no me obsesiono, juro que no estuve haciendo sentadillas toda la noche para compensar este mal funcionamiento.

—Lo que pasa es que no me llevo bien con los asientos.

—Estás sentado sobre el manubrio —afirman.

No les creo. Imagínense cómo me dolería si realmente incrustaría mi parte trasera en ese metal helado, que deja -por causa de su curvatura- varias marcas rojizas, ¡descerebrados! Me pongo hielo y continuo resistiendo, ¿quién carajo inventó esto?

¡Estúpido! ¡Hueco! ¡Infeliz! No critico, supongo que tiene lógica, si los asientos fueran cómodos, todo el mundo amaría estar sentado y… no sé de qué me estoy quejando, el doctor ya me lo informó:

—Su coxis está fracturado.

Siento eso; se base en seguir resistiendo, por ende, mi metodología es fantástica, cuento las horas, analizo las maneras, canto mientras lo hago, pero el nenito (que todavía usa rueditas) se me está burlando. Trato de sabotearlo, ¡amablemente!, (sin traumarlo).

—No vas a llegar a la carnicería antes, ¡te voy a ganar! —le grito.

—Pero estoy yendo a la escuela.

—No vas a llegar a ningún lado, no vas a avanzar teniendo veinte años menos que yo.

Lamentablemente los vidrios alcanzaron su oreja y no las ruedas, se hacía el competitivo pero terminó llorando, corriendo a exponer que yo era un vecino muy malo, se mudó hace dos semanas y ya me está juzgando.

 El cartel que dice ofertas se aleja, la gente observa, ¡la gente rumorea!: —¿Conociste al hombre que no llegó a ningún lado?

Estoy cerca de la mercería, si quisiera miento, modifico mi deseo, y vocifero: —¡Amo comprar hilos!

No voy a ser tan idiota como para complacerme, sería menos agotador y hasta incluso menos masoquista, pero sufrir me gusta, encima es gratis. Quiero llegar a la carnicería, ya no tengo ganas de comprar nada, necesito que el mundo entero lo vea; una vez con los pies sobre la misma tierra, una vez ubicado en la mima la zona, en la exhibición de trofeos, y no en la del garaje de mi casa que dice con letras grandes y chuecas -sueños frustrados en venta-.

Debo apurarme. Si llego a la carnicería antes de las diez me hacen descuento, tiro la bicicleta y me compro un Fiat 600. Siempre quise usar el auto, pero es más cool decir que llegué a mis metas rompiéndome el lomo y acalambrándome todas las piernas.

—Rubén, si no te pondrías arena en las zapatillas llegarías más rápido —asegura mi tía.

—¡Callate! Quiero darlo todo, quiero morir en el intento y hacerlo como nadie jamás pudo hacerlo.

A esto le sumo unas mancuernas, doble buzo para transpirar como un condenado y de paso el consumo de ochenta manzanas para tenerlas bien atoradas en la garganta y al hacer el mínimo movimiento convertir mis dolencias en eructos eternos.

—¡Qué asco! Tápese la boca —acotan varios.

Tampoco voy a decir que me obligan, pero el mensaje subliminal es muy claro:

—No importa si sos bueno o malo, seguí al conjunto de personas que hacen algo.

Cualquier cosa; guirlandas, bufandas, galletitas, dedícate a arreglar microondas o al bordado, ¡lo que quieras!, pero siempre tenés que ser como un pececito, como un sapito, esos animales estúpidos que no tienen voz, ni pensamiento, que no les hierve la sangre y se encuentran en una ambigüedad más enfermiza que toda mi locura junta. Me entienden, ¿no?, ¿estoy tan mal?, ¿estoy tan trastornado?

—Rubén, ¿estás yendo para el otro lado?

Ese día descubrí que yo no era el conflictivo. El problema es que mi bicicleta estaba al revés. Voy para adelante y la muy desgraciada me hace retroceder.

—¿No entendés? Vos pedaleas bien, pero mirando para otro lado y con los ojos desviados.

—¡Es verdad! Tendría que enfocarme en lo mío, dejar de perturbarme, dejar de mirar cómo maneja su bici el de al lado y…

—Todo bien, Rubén, pero no tenés a nadie al lado, todos están adelante tuyo.

Y así fue como me hice vegetariano.

Créditos de la imagen: Pixabay, https://pixabay.com/photos/bike-bicycle-wheels-bicycle-wheels-190483/

2 comments

  • Antonella escribió

    Que bueno que lo hayas disfrutado!!! Y también que hayas seguido tus propios intereses, un cariño 🤗🤗

  • Marichu G. Gómez escribió

    Felicidades. Me divertí en grande leyendo tu texto que me trajo remembranzas de mis intentos inútiles de “bicicletear”. Jamás me gustó, pero el mundo a mi alrededor insistía en lo maravilloso que era. Gracias a Dios pudo más mi negación absoluta a ese deporte.

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