Cuerpos alienados
XX Edición18 de enero de 2021Cuando una persona llega al hospital renuncia a su pudor o, mejor dicho, es despojado de su pudor cuando le quitan sus ropas para colocarle la bata verde que se anuda por la parte trasera. El personal médico y de enfermería disponen del cuerpo para ejecutar el tratamiento que le convenga para recuperar su salud.
Nada de afeites que la civilización inventó para realzar la belleza; cero cremas, maquillajes, o peinados artificiosos. Sólo las acciones rigurosas de higiene: baño de esponja para quienes no pueden bajar de la cama o están inconscientes; baño en la regadera si el paciente puede moverse aún; y, para algunos, lavado de dientes.
Los cuerpos tendidos en estas camas del cuarto piso de medicina interna son cuerpos alienados por la medicina y sus oficiantes. Los enfermeros y enfermeras levantan las sábanas y la bata verde para revisar al enfermo o enferma, da igual si es mujer u hombre, debe inspeccionar si la sonda está bien colocada, si hay que cambiar pañal, o si se ha formado alguna llaga.
La mujer de la cama de enfrente está perdida, está conectada a un respirador artificial y mantiene los ojos cerrados y la boca abierta día y noche. Dos enfermeras llegan y en silenciosa armonía la limpian. Una levanta el brazo y talla con una toalla enjabonada, la segunda seca con otra toalla limpia. Y así van de brazo en brazo, de pierna en pierna, hasta llegar al pubis. No se inmutan por levantar las nalgas de la enferma para limpiarlas y cambiar el pañal debajo de ella. No la pueden voltear por las conexiones del respirador. Finalizan limpiándole la cara y la cabeza; acto seguido cambian las sábanas mojadas. Con extrema coordinación colocan las sábanas limpias y acomodan el cuerpo de la mujer de nuevo en su lugar.
La mujer no se entera de que la limpiaron, la tocaron, la manipularon para que su cuerpo quedara libre de los maliciosos gérmenes que pueden complicar más su situación de enfermedad. Su cuerpo no es suyo ahora; ella está inconsciente, en el umbral de la muerte. El cuerpo es sólo un holograma de lo que fue algún día.
Otra mujer enferma pero consciente, se resiste a que sea un enfermero quien la limpie con la esponja. No se preocupe, es mi trabajo madre, responde el enfermero con aire de militar por su porte y por su corte de cabello. Ella asiente y el enfermero se dispone a su labor con seriedad.
Ella lo observa, el enfermero es joven y ella una anciana. Él recorre su cuerpo en la faena de limpieza, parte por parte; al llegar a los genitales pide permiso: la voy a tocar, madre, usted tranquila.
¡Qué pena que me miren los enfermeros así!, me dice después. Con este cuerpo que es un costal, ya sin ninguna forma y él tan joven. Es su trabajo, están acostumbrados a todo tipo de cuerpos, no les importa la belleza sino la salud, le respondo yo. Además, no vino usted a ligar al enfermero, le digo guiñando el ojo. Ella sonríe satisfecha con una risa que me dice que su cuerpo es aún portador de los recuerdos de viejos amores y aventuras.
Artesana de paz y facilitadora de diálogos. Amante de las buenas historias en todas sus versiones.
Me gustó la limpieza del relato la objetividad y la triste realidad bien contado feñicidades