LXIII Edición: Temporada de lluvias

La voz en el balcón

Los gritos del perico despertaron a Pablo. Otra vez. Tenía la costumbre de cantar diario a la misma hora, especialmente en domingo. Un día, harto, Pablo tocó con furia la puerta de Martha, su vecina. Ya no se quedaría callado, odiaba a ese perico.

Tocó y tocó hasta que una voz aguda le dijo -si buscas a Martha, no está. Salió temprano.-

-Sólo quiero decirle que detesto al perico, que yo no sé que voy a hacer para que se calle la próxima vez que empiece a cantar.

-Pues tú no eres el mejor vecino, Pablito- respondió la voz. -Tus fiestas de fin de semana hacen retumbar la casa y no hablemos de tus gustos musicales. ¿Y esa noviecita tuya? ¿Carla? Cada vez que la dejabas sola aprovechaba para llamar a un tal Mario. ¿Fue con ese que se fue, no?-

-Y tú ¿quién eres? ¿Cómo sabes eso?- gritaba Pablo sorprendido y enojado, más lo primero que lo segundo, pues según él, Martha vivía sola. Era una mujer entrada en años, casi nunca hablaba y nadie en la vecindad sabía a ciencia cierta de qué vivía. 

-El que te despierta y al que venías a callar- le contestó.

Pablo quedó pasmado. No podía estar hablando con un perico, él no estaba loco. Le jugaban una broma. 

-¿Crees que es una locura hablar con un perico? Tú no eres el humano más cuerdo. Te la pasas hablando solo, con tus musas. Bien lo dice tu madre, eso de ser poeta y vivir de la inspiración es tu pretexto para no trabajar. 

-Dame una prueba de que eres el perico.

-Asómate por el balcón de atrás.

Y ahí estaba, cerca de la ventana del lado de Martha, el pequeño perico verde sentado en el palo que atravesaba su jaula, inmóvil. El ave lo miraba o al menos eso parecía. 

-¿Cómo sé que eres tú el que habla? 

-Acércate- dijo el perico.

Pablo se estiraba y sin darse cuenta ya tenía medio cuerpo fuera del balcón. 

-Vamos, un poco más- repetía el perico.

La ventana estaba entreabierta. La curiosidad le quemaba. ¿Realmente el perico era capaz?

Pablo se estiró al máximo, ya sólo tenía que lograr poner sus manos en el marco de la ventana para sostenerse y brincar al otro balcón. 

Cuando casi creía lograrlo, Pablo no pudo más y cayó de cabeza al patio trasero. Un par de semanas después, todavía con collarín y un brazo enyesado, volvió a su departamento. Nadie creyó la historia del perico. Le dijeron que era un “desequilibrio emocional”, su madre incluso pensó que había intentado suicidarse. Pero él estaba seguro que no estaba loco. Durante días lo único en lo que pensaba era en volver a casa. En cuanto pudo fue a la ventana que estaba entreabierta, la jaula en el suelo, vacía. 

-Si buscas al perico, no pierdas tu tiempo, Pablo- dijo una voz ronca. Era un gato, se lamía las manos. 

-No va a volver, pero aquí estoy yo. No le digas a nadie, pensarán que estás loco.

Créditos de la imagen: Pixabay, https://pixabay.com/photos/window-house-retro-wall-old-house-1914120

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