LXIII Edición: Temporada de lluvias

Author: Zaforatsel

Esas ganas

Esas ganas, esas ganas que puedan contra todo, que destruyen todo, que se colocan encima de todo. Todavía no quieres, le dices que se espere un poco, al menos hasta llegar a la cabaña, pero no, tú no escribiste las reglas. Faltan quince minutos para el destino y, cuando no han pasado ni dos, ya no puedas más. El cuerpo tiembla, se aprieta, respiras más profundo, extiendes los brazos, flexionas las piernas, lo traes de regreso a una estabilidad momentánea. Sabes que no hay un límite claro, pero no está de más retarlo. Leer

El fin de la disciplina

Me desperté a las nueve. Ya había logrado reaccionar con la primera alarma de las seis, pero calculé mentalmente el tiempo y decidí permanecer diez minutos más. Todavía había tiempo. No funcionó. Seis días seguidos dormí cinco horas, desperté a oscuras, comencé el trote y regresé a las 8:15 en punto. Cronometraba un incremento de velocidad durante los primeros tres entrenamientos, en el cuarto abrí la zancada hasta el tope y me lancé sin pensar durante los últimos tres kilómetros. Leer

Cerros verdes

Había subido varias veces ese cerro. El camino seguía pavimentado, bien señalado y bastante urbanizado. Por momentos requería un poco más de esfuerzo, pero no demasiado. Casi en la cima se llega a unas escaleras que llevan a una plataforma en la que está un soporte para colocar una cruz. Allá arriba nada ha cambiado, ningún sobresalto. En fin de semana hay vendedores de helado y de agua y algunos pinos falsos. Si se busca una sombra, se baja la mochila al suelo, se extienden las piernas y se pueden tomar quince minutos de siesta […] Leer

De la tinta al teclado

La pluma se desliza por la hoja sin interrupción. Escribir es así, una línea que no se detiene y luego se rectifica. Salen los editores con los decálogos del buen escritor, de lo que le gusta al lector y consejos para que uno siga. Joven, escribe como yo. Viejo, todavía no te sale bien. El escritor del presente es el bueno, el que se la sabe, el que coloca en la hoja lo que se va a querer leer. El del futuro es pura fantasía. Lo bueno es que la mayoría de las cosas nunca cambian, escribimos lo mismo sólo que no siempre queremos leerlo en ese momento. Leer

La mano del clavo

La mente controla el cuerpo por momentos. Sostengo con una mano el clavo y con la otra le pego al dedo. Repetidamente, hasta que sangra. De por sí la piel ya estaba rota, la capa de arriba, la que cubre los nudillos. Pensaba que era el gel antibacterial o las doce veces que pasé el jabón sobre las manos, pero es algo habitual en esta temporada. Me planto sobre el espejo y veo las canas en la barba. La cabeza le dice a sus miembros que se queden jóvenes, que no envejezcan. Nadie controla el tiempo, ni la voluntad las extremidades. Leer

Desde la punta del cerro

Desde la punta de ese cerro se debería ver igual, llevo la pintura en el celular desde hace semanas pensando que ahora sí voy a encontrar el lugar donde el artista se sentó a hacerla. Pero nada, con todo y que ya talaron algunos cerros y hayan retirado el material de sus laderas en forma de canteras, me enterco. Al menos alguna referencia debe quedar. Los cerros no se mueven, las montañas no se mudan. Eso de que si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a él, sólo es una metáfora, ¿o a poco sí ya las podemos desplazar enteras? Leer

Mentira

Mentira. Aun así me acomodo en la silla, los codos sobre la mesa y la volteo a ver: otra mentira. Cuando me di cuenta ya llevaba unas seis y ese número es el límite. Más de ahí me empiezo a confundir y los demás se dan cuenta. Mentir bien es en buena parte colocar en el discurso varios tipos de eventos verificables. Así una mentira se esconde entre la realidad y –si agarran a uno— se enfadan menos. Bueno, casi siempre digo la verdad, la mentira de vez en cuando nada más, para que sea tolerable. Ya si me agarran […] Leer

Ese deseo fugaz

Nos podemos tomar muy a pecho esa frase de que el que ama no puede pensar porque todo lo da. Y, por eso, los carmelitas subían sin zapatos hasta la parte más alta del cerro porque si querían pensar no podían andar dando de todo en las partes planas del Valle. Cómo los jodían. El infierno y el paraíso son para siempre, se repetían una y otra vez. Para llegar a cualquier de los dos, hay que trabajarle. Algo abonarían a la causa unos meses de retiro. Allá arriba, en las alturas, sólo habría pinos, o ni eso, tan sólo unas piedras porque luego los árboles ni crecen. Leer

Y recuerda que…

Y recuerda que vas a morir y que la arena que estás pisando algún día fue parte de la pupila del ojo de la mujer más bella. Para eso te regalaron la calavera, para que no lo olvides y para que te cepilles los dientes. Es lo que quedará de ti. Decían que era práctica de los ermitaños, colocar una de éstas sobre el escritorio, junto a los libros. Todo lo que no has leído en contraste con el tiempo que te queda. Está bien que necesitaras presión, pero ya que te llegara por paquetería un cráneo verdadero y barnizado, junto con los maxilares y los dientes puestos […] Leer

San Miguel y el diablo

Pues es que lo único que yo hacía bien era agarrar dos jitomates y sentarme frente al río a comer. Había visto las peregrinaciones, pero me quedaba al margen. Sí, tenía fe, ¿pero además buscaban que me supiera el rito al pie de la letra? Lo que está a la mano, se toma, lo que se tiene enfrente, se disfruta. La doctrina era clara, se respeta al que se lo merece y se habla directo. ¿Qué no funcionan así las cosas? Yo había caminado ya hasta los 3700 metros, o 3900, un número cerrado, ya muy cerca de los 4000. Ahí se veía en la cima una construcción […] Leer