El cerro detrás del pabellón
XVII Edición (Temática: Patologías de la mente)07 de diciembre de 2020Es que me da miedo caminar por la calle y que no me importe si la acera se acaba o continua por donde pasan los coches. Rara vez he cruzado una calle sin voltear hacia los dos lados, eso es que me da miedo, cruzar sin zapatos, ver el cerro que está enfrente, o más bien, la sierra y subir hasta algún punto –que no a la cima— y quedarme ahí unas horas. Me preocupa que sea una caminata hacia ningún sitio, más bien sólo un recorrido hasta un punto cualquiera en el que me siente en el piso. Llegar ahí sin nada, sólo el corte del viento sobre la cara, tener que buscar la humedad debajo de las piedras o masticar un bloque de tierra para chupar el agua de las raíces. Ese caminar sin ninguna planificación no sólo me aterra, si no que me hace pensar que lo disfrutaría lo suficiente y me quedaría ahí tirado hasta que el señor del pabellón preguntara a las personas si me habían visto pasar y le dirían que sí, que hacia allá, que fui dejando papel de baño por pedazos porque se me había atorado en los pies. Cuando me encontrara le diría que el tiempo estaba soleado y que se veía que ya estaba entrada la temporada de estiaje. Además que era un buen día para ver aves. –Las raíces ya están más secas, ¿no traerá en su mochila una botella de agua?—. Después me levantaría y daría unos pasos hacia adelante, pocos y lentos, sólo dos o tres para que no fuera a pensar que me quería ir corriendo cuando en verdad sí, lo que quería hacer era eso, escapar hacia el otro lado del cerro y que no me llevara de regreso. A lo mejor hasta me encontraba una cueva de ésas que usaban antes para esconderse los que mataban gente. Esos sitios son buenos para un par de noches, ya después la humedad se mete a los huesos y tiene uno que salir a secarse.
El pabellón del hospital también es frío pero el señor que nos cuida de repente nos da cigarros. Algunos sí los saben fumar pero otros los usan para prenderlos y colocarlos con sal en el ombligo. Dicen que así controlan sus gases. Comemos bien, verduras en todas las comidas y poco azúcar, pero el terrón de suelo sabe mejor. Comer insectos no es contra natura, siempre se ha hecho: en salsa, en tacos, solos, aunque no se cocinen pero sí hay que colocarles sal y eso no le gusta a los doctores. Qué la salud mental es importante y la de la lengua más. A mí me da miedo que por buscar un salero en todo el hospital termine saliéndome del lugar, cruce las avenidas y llegue hasta el cerro. Del otro lado está la carretera así que también podría pedirle a una persona que me abra la puerta del coche y me lleve hasta un puesto de tacos. Ahí siempre hay. Después regresaría al pabellón con los doctores. Tampoco es que me quiera escapar para siempre. Ahí está mi cama, pero se duerme mejor después de estar unos días fuera de casa y regresar bronceado, después de haber visto los caballos, con sal para los cigarros y con tierra en la bolsa.
Créditos de la imagen: Giuseppe Arcimboldo, Inverno, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Giuseppe_arcimboldo,_inverno,_1573,_02.JPG
Adrián Hernández Santisteban
Letras tropicales
Editor de La idea lista
Rudo y esperanzador
Zaforastel,se puede leer el libro “Ética del despiadado”,
Adriana Rayo.
¡Qué impresión leerte desde esta perspectiva!
Me gusta mucho, demasiado.