LXIII Edición: Temporada de lluvias
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Aventarse al agua y no sentir el frío. Caminar descalzo por el pasto. Dormir sobre un tapete mojado e ignorar la lluvia. Lamer al perro. Ver al sol salir por un espacio entre dos picos.
Buscar el vaso aunque ya esté vacío. Mover las manos. Presionar un chocolate, sentir el dulce, comer la mitad del bombón en forma de payaso y tirarme al piso. Brazo derecho, la cabeza sobre el vidrio. Comenzar a reír y seguir con constancia. Una y otra vez, regresar al piso. Levantar el cuerpo, estirar el brazo, buscar más vino.
Una posibilidad es que los hongos sean impotentes, sigo pensando que el cambio de estado fue resultado único de prolongar la miopía. Perdí los lentes.
Ver un cuerpo y no conocer su forma. Da igual, las figuras abstractas se comunican. Ah, son ustedes, los mismos que estaban cuando podía distinguir personas. Recuerdo que estoy dentro del agua. Siento el frío sobre la piel que está fuera de ella y no en la que está adentro. Tal vez mi cuerpo es capaz de generar calor por unas horas. Salgo de ahí. Camino hacia la silla. Dejo un camino de agua, el pantalón chorrea. No busco los lentes, levanto el vino.
¿Un vaso de éstos ha sido el origen del deseo? Lo bebo. He probado mejores. ¿Ya intentaron con el azúcar? Un cubito bajo la lengua por cinco minutos.
Camino al baño y me siento frente al espejo. ¿Cuántos balazos le metieron a aquel peluquero que le cortaba el cabello a un guerrillero? Iré la otra semana para sentir la navaja. Camino a la sala y quedo en silencio. Escucho una conversación sobre las culpas y algunos se quejan sobre la poca intensidad del efecto.
Una mujer dibuja sobre un cuaderno, un hombre flota sobre el fuego. Un esqueleto de ave a mi derecha, inmóvil, levita sobre la madera. Veo unas botas, converso con ellas, un tema estúpido, estoy descalzo. No escribiré una novela esta noche, aviento la libreta hacia la mesa, me levanto por la derecha y llego a la puerta. Veo un círculo negro en el jardín, plástico negro sobre resortes. Brinco sobre un pie, cinco minutos. Recostarse sobre la superficie y seguir sin frío.
Despertar cuando hay luz de nuevo. Cumplir la rutina. Desayunar y estirar los músculos. Hacer la misma pregunta. Sentirse incómodo, confundido. Encontrar los lentes, tomar el baño. Regresar por los nísperos y no saber más, si fueron los hongos o los efectos del cansancio.
Ser lamido por el perro. Servir café, reír de nuevo. Nadar de nuevo y sentir el frío. Tal vez –si me quito los lentes— se hará presente algún remanente del efecto.
Suena música de nuevo, acaricio al perro.
Aventarse al agua y sentir caliente. Caminar descalzo sobre la arena y sentir dolor. Dormir sobre una piedra y despertar con la lluvia. Ser lamido por un perro.
Créditos de la imagen: Pixabay, Claudia Peters, https://pixabay.com/photos/dalmatian-dog-lick-tongue-pet-1020790/
Adrián Hernández Santisteban
Letras tropicales
Editor de La idea lista
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