LXIII Edición: Temporada de lluvias

La Posvención

La sala de espera estaba abarrotada y, sin embargo, solo se escuchaba el sonido del abanico ubicado en el centro. Las sillas eran de un color azul jubiloso, así como el del cielo en un día soleado. Quizá el color más feliz que presentaba aquella sala con paredes y puertas blancas, contrastando con chapas gris mate y un letrero que se titulaba DERECHOS DE LOS PACIENTES. Contrastando con el numero negro de las puertas. Pegado con tape. Impreso en papel. Se abrió una puerta, la siete, y salió un hombre con un sombrero de palma. Salió también la indicación, proveniente de adentro: por favor, llame a la siguiente persona. Se llama Alba Morales.

Alba escuchó y se dirigió a la puerta. Tímidamente se asomó y el médico que estaba ahí le pidió: entre y cierre, por favor. -Tome asiento por favor. Dígame su número de expediente, yo soy el Dr. Lois- Alba le recitó su número de expediente y él lo tecleó mientras tarareaba una canción que ella no identificó. -Bien, así que esta es su segunda consulta de seguimiento. ¿Ya hace qué? ¿Un mes del evento? ¿Más o menos? –

Alba asintió. -Un mes y cinco días, murmuró-. Miraba al suelo recordando la lluvia de ese día. El agua que se acumuló en el patio le cubría los pies y sintió lo resbaloso de las chanclas. Su camiseta mojada, embarrándose a su pecho. Sus pezones erectos y que tuvo que jalar la camiseta para que no se notara esto al entrar de vuelta a la casa, donde se supone estaba su hijo haciendo tarea en la mesa del comedor. No recuerda bien.

-Y bien, ¿Cómo se ha sentido usted, señora Alba?-  Alba dijo que en lo que cabe, bien. Qué ya no lloraba tanto y que esta próxima semana ya va a vender la casa donde sucedió todo. El médico esperó a que agregara algo más, pero Alba enmudeció por un bulto que sintió en la garganta. -Sra. Alba, dígame, ¿cómo se ha sentido con los medicamentos que le recetamos hace un mes? Aquí en su expediente dice que por la noche toma una mitad de alprazolam y por las mañanas una de escitalopram. ¿Se las está tomando? ¿Tiene aún?-

Alba dijo que bien. Dijo que en las noches ha podido dormir un poco mejor. Que por las mañanas se despierta aún con sueño, pero el cafecito la despierta. Se pone a hacer cosas como limpiar el departamento que está rentando y que ya está lista para regresar al trabajo. Aunque, ahí le dijeron que podía regresar en dos meses, ella ya quería regresar. Pero también dijo, que le daba miedo y vergüenza también. Que a veces pensaba que era mejor empezar en otro. -Es normal Sra. Alba, después de una muerte como le ha sucedido a su hijo, es normal que usted se sienta así-. Alba no contestó, solo asintió. Recordó de nuevo estar en la cocina, vacía. Destilando agua y haciendo un charco. La mesa tenía las sillas metidas, había un vaso de vidrio sobre ella. La luz se fué en ese momento y ella le gritó a su hijo para que no bajará las escaleras. Ella subiría con la lámpara. La lluvia golpeaba contra el techo y hacía un ruido constante pero no ensordecedor.

Recordó lo extraño de la calma, – ¿no le dará miedo a este chamaco? Con el apagón. Con los truenos. Con la lluvia-.   A tientas encima del refri, agarró la lámpara y la encendió. Le gritó a su hijo que ya la había encontrado. Que iba en camino a buscarlo. Que se quede dónde está. Pero no hubo respuesta.  Pensó en que tal vez había salido a la calle el chamaco, pero nunca escuchó que la puerta se abriera y cerrara, así que subió las escaleras. Al final de ellas se topaba con tres puertas: la del baño, de frente; la del cuarto del niño a la derecha y la de ella a la izquierda. Las tres abiertas, así que entro a la derecha aluzando el cuerpo de su niño en el piso.

 -Bueno Sra. Alba, le extiendo receta de estos fármacos para treinta días y la vuelvo a ver entonces. Parece ser que va usted por el camino adecuado para su recuperación. Sé que no será fácil, pero trate de no estar sola. De nuevo le sugiero que regrese a casa de sus padres para que la acompañen y también que se integre al trabajo cuando usted ya sienta, aunque sean, poquitas ganas. También le extiendo una orden para que agende cita con el servicio de psicología cada semana este mes y dependiendo de la terapia, veremos si la espaciamos. Ya solo imprimo la nota y las recetas para firmar. ¿Tiene alguna duda? ¿Algo que quiera manifestar? – Alba dijo que no mientras recordaba estar esperando a la ambulancia en la lluvia con su hijo en brazos. El niño era un trapo con labios azulados. Los de la ambulancia se lo arrebataron y le practicaron maniobras todo el camino al hospital. Se turnaban haciendo compresiones en el pecho de su hijo, el cual no enrojecía por más que trataran de hacerle latir el corazón. Los rescatistas sudaban y jadeaban de cansancio.

Recordó que, al llegar a la desaceleración total del vehículo, las puertas se abrieron como si hubiera estallado el interior de la ambulancia y otras personas sacaron la camilla.A ella la detuvieron y mandaron a la sala de espera. A su hijo, lo adentraron al recinto por otro camino. La camiseta mojada se le pegaba al pecho, sus pezones erectos se transparentaban. Otros en la sala la miraban, pero a ella no le importaba. La chancla se le rompió en algún momento y la arrastraba al caminar. Su hijo ya nunca regresó a la vida y un médico le mostró un pedazo de salchicha que sacaron de la garganta del niño. Se le había atorado. Murió de asfixia. Este es el “agente causal”, dijo el doctor que le dio informes. -Bien, señora Alba, le digo de nuevo que aquí tenemos servicio de urgencias si es que usted se siente mal y quiere acudir. Le entregó su orden para la consulta con psicología y la receta. La veo en un mes, ¿de acuerdo?-

Alba asintió pensando en su hijo y en las grandes nubes que vio hoy en el horizonte y dio las gracias.

Crédito de la imagen de portada: Pxhere, https://pxhere.com/es/photo/747943

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