LXIII Edición: Temporada de lluvias

De traición y nicotina

No hay nada más fiel a una causa que traicionarla, escribía Genet en el umbral de su muerte. ¿Por qué evocarla? Desde hace seis años que aquella grafía me acecha. Algo muy bello de las palabras, es su etimología. Traición comparte la misma raíz con Tradición; ambas derivan de la voz latina Traditio, -onis, que significa `entrega´, `transmisión´. Una vez más, No hay nada más fiel a una causa que traicionarla; de pronto, brota la fe, la que, refiere a `confianza, crédito, promesa y palabra dada´. Fe, tradición y traición; una triada desde donde, muchos de nosotros, así, como nos encontramos, arrojados al mundo, hemos hecho norte de nuestro día a día; pero ¿qué pasa cuando aquella brújula ya no nos da las coordenadas previstas?

Esta vez escribiré desde un lugar de enunciación desde el que estoy dejando de ser el que fui para devenir en otro; para quien no me conozca, he sido un fumador empedernido desde hace doce años, inicié con una cajetilla al día hasta que domé mis pulmones, los cuales, eran capaces de aspirar el humo de treinta y seis cigarros por jornada; en los últimos meses el malestar a acrecentado. Ahora no faltará el impertinente que me cuestione – ¿Por qué no dejaste de fumar antes? – Siempre he pensando que a esa pregunta le subyace una falta total de empatía, pero bueno, dialogaré con el cuestionamiento, pero primero, les contaré por qué me inicie en este delicioso vicio.

Habré tenido unos veinticuatro años, ya pasado en edad para quienes suelen iniciarse en estas artes, de pronto, me vino el recuerdo de mi ya entonces finado abuelo, quien, en aquella imagen, estaba sentado en la terraza de su casa, con su mano derecha sosteniendo el periódico y de manera delicada, sosteniendo entre los dedos índice y medio de la mano izquierda, el humeante cigarrillo. Tal fue la nostalgia que me dirigí a la tienda para comprar mi primer cajetilla de faritos y, así, tendría mi primer bautizo de fuego, lo cual me convertía en receptor de aquella chacuaca tradición familiar; hoy, catorce años después, la traiciono; pero estoy casi seguro que en algún momento volveré a caer y, de nuevo, la fe.

Vuelvo a la interrogante de mi imaginario inquisidor que no es nadie más que mi voz – ¿Por qué no dejé de fumar antes?- En un principio por nostalgia de una figura tan entrañable como la de Carlos, mi abuelo; pasando el tiempo entra el factor químico, el cual, como toda sustancia hace que tu cuerpo se vuelva adicto, es decir, a-dicto, sin dicción, ya que se hace imposible significar el mundo si no es a través del humo del cigarrillo. Entonces ¿a que causa soy fiel que estoy traicionándola? A la vida de aquel Francisco de veinticuatro años que, aunque nunca ha dejado de ser distinto, no se había dado la oportunidad de darse cuenta del cambio; y como hay veces que me gusta pensar que no creo en las casualidades, el que esté terminando este texto minuto después del casi imperceptible movimiento telúrico me lleva a evocar una vez más No hay nada más fiel a una causa que traicionarla.

Créditos de la imagen: “Francisco y Cigarro”, Genevieve Galán Tamés.

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