LXIII Edición: Temporada de lluvias

Anoche con Laura

Ayer desperté dos veces. Primero desperté repentinamente, como suele ocurrir por las noches cuando dan ganas de orinar. Por la ventana, la oscuridad de la noche y el frío de fuera hacían presencia.

Me tapé de nuevo para dormir, sin ganas de levantarme, pero la urgencia no cedía. De mala gana acepté que no podría aguantarme y continuar con mi sueño, así que me descubrí de la cobija de calor y se sintió helado. Apresuré a sentarme en la cama y en la oscuridad, busqué a tientas con mis pies desnudos las pantuflas.

Frente a mí, el gancho blanco donde antes de acostarme puse la sudadera, colgaba vacío. La prenda estaba en el piso. Cayó, ¿quién sabe como? La recogí y me la vestí en penumbras y salí de la habitación con rumbo al baño. Aunque no había nadie más, como de costumbre, abrí la puerta lentamente para evitar el chillido que hace.

Un breve suspiro salió de mí al momento que inició la micción. Mi vista busco el cielo a través de la ventana horizontal del baño para evitar ver la hora en el reloj de mi muñeca. Nunca me gusta ver la hora. En ocasiones que despierto así, la he visto. Me angustia pensar en las horas que me quedan por dormir (pocas-muchas), y luego, no puedo dormir.

Terminé y no le jalé. En la mañana que me vuelva a despertar, y de nuevo vaya al baño, le jalaré para que se vaya el agua, pensé.

Regresé a mi cuarto y al abrir la puerta la encontré sentada en el piso. Vestía la pijama rosita con patitas de los perros de Paw Patrol que le había comprado en la Navidad del año antepasado. Talla 5. Me miraba con sus ojitos, y aunque no los pudiera ver en la oscuridad, me los imaginaba cafés, grandes y redondos. Alegres, bajo unas cejitas oscuras y pestañas chinas.

Nunca me di cuenta de que lo soñaba. Estaba bastante sorprendido. Mi corazón latía acelerado y un nudo en mi garganta me impedía pronunciarme, hasta que se deshizo y hablé: Mi reinita, ¿por qué estas aquí sentada en el piso helado? Vente. Súbete aquí a la cama conmigo Laurita. Ven.

Laurita en silencio me extendió lo brazos tal como lo hacía cada que regresaba yo a casa del trabajo. La primera en recibirme y la ultima en despedirme. La levanté del suelo, su cuerpo era liviano y mis brazos lo abarcaban. Sentí su corazón latir, sentí sus roles tocar mi rostro. La acosté del lado derecho de mi cama. La tapé con mi cobija. Le besé la frente y le hice cosquillas con mi boca en su cuello.

– ¿Te pica?

Ella asintió.

– Te amo, – le dije, y le besé de nuevo, – ¿sabes que papá te extraña?

Asintió.

La abracé y la aplasté. Me la brinqué como su fuera un tigre, y le gruñí y me acomodé del otro lado. Vi el brillo de sus dientitos como cuando sonríe. Enlacé torpemente mi mano derecha con su izquierda, pero fue imposible. Opté por envolver la suya, su mano de niñita, en la mía.

Por un tiempo estuve despierto, viendo como la cobija subía y bajaba rítmicamente, con cada respiro de Laurita. Me acerqué de nuevo a su cabecita, para oler su shampoo, de Johnson’s, el que tiene una princesita al frente. Bote rosa. Recordé una ocasión que la regañe por andar brincando en la ducha, había vaciado la botella.

Le dije que era peligroso. Que podríamos acabar en el hospital. Con ambas manos se quitó el cabello mojado de su rostro y me respondió, – no te enojes papi.

Si me enojé y no le permití seguir jugando en el agua. La saqué y la sequé. Ella no hablaba. Se quejó cuando le jaloneé el pelo con el peine para deshacer un nudo, y cuando le quise lavar los dientes me quitó el cepillo y lo hizo ella sola. Le ofrecí su pijama de dinosaurios, pero me dijo que no quería esa. Me dijo que quería la de Rarity.

– Lauris, ¿por qué te gusta la Rarity?

– Por que yo también tengo una gatita, como ella.

– ¡Ah poco La-uis! ¿La Rarity tiene un gatito?

– Gatita, – me corrigió, – mira apa, – señaló con su índice a una gata blanca con cara de fastidio, en el dibujo de la camiseta.

– Bueno mi amor. Ya hay que dormir. Acuéstate por favor para leerte la historia de Buck.

No sé qué tanto me escuchó. Pero quedó prendada de los oniros. Apagué el foco del cuarto y le prendí su luz de noche. Salí del cuarto y cerré la puerta.

Fue ahí donde, de nuevo, desperté. Afuera del cuarto de Laura, en el pasillo sin luz con los pies descalzos al frío y la casa vacía. Abrí de nuevo la puerta a su cuarto, vi la cama hecha. Sobre de ella, muñecos de peluche me miraban estáticos y con sonrisas. Como sorprendidos en medio chacoteo, pero sin destenderla.

Cerré de nuevo la puerta para evitar que el olor de Laura escapará. Poco después de su muerte, dejé de entrar. Pero ella, me sigue visitando y espero nunca se cansé de visitar y espero nunca se termine de escapar.

Créditos de la imagen: Pixabay, Engin_Akyurt, https://pixabay.com/photos/hairdresser-maintenance-hair-4682950/

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