LXIII Edición: Temporada de lluvias

Mis fronteras

Nací en un país con una de las fronteras más obscenas y representativas de la marginalidad y el establecimiento de la democracia como un valor predominante. Entre el país que le confía todo a Dios padre, in god we trust, y el país en el que miles y miles de personas transitan al año. Ésta es la frontera del lado del sueño americano y el Brown Proud. Tenemos fronteras naturales, como el río Bravo y barreras construidas por los humanos, que no sólo impiden el paso libre de personas si no también de especies endémicas, algunas ya en peligro de extinción.

La migración ordenada es el complejo concepto para regular el sistema de visas y pasaportes, que bien depende de tu capacidad económica, la de tu país, el apego que tengas en tu lugar de origen, tu identidad cultural y religiosa, entre muchas cosas. Porque eso sí, no importa si ya tienes el pasaporte, aún te falta la visa, aún con todo eso, existe gente determinada a los dos estilos de vida, a hacer las cosas bien o a hacer las cosas como se puedan. Parte del territorio que algún día fue México es inmenso y basto, con recursos naturales, riqueza, marginalidad, ahí se habla -para ser honesta- en su mayoría español. Esa frontera es un monumento, más que un impedimento, es articulo estético a la vista de las personas para intimidar y hacerte ver diminuto, es una competencia a la impotencia de lo basto de la naturaleza. Es algo obsceno a la vista, es tan feo y gris, tan incompleto y absurdo, tantos recursos ahí y tanta contaminación. ¿Por qué no intervenir con ese dinero en la recuperación de los espacio sociales y económicos en América? ¿Por qué una barrera física? ¿Y después qué? Después que por fin se den cuenta que nada ha frenado el tránsito ilegal de personas y sustancias, ¿qué sigue? ¿Una barrera enterrada 100 metros bajo tierra y que llegue al espacio?

En el sur, ahí también hay una frontera grande. Con nuestros hermanos y hermanas mayas, guatemaltecos y guatemaltecas. Vamos pensando que la visión humana del impedimento a transitar libremente son siempre el confinamiento, las barreras, los obstáculos. ¿Qué nos hace hacerlo? ¿Eso nos hace sentir más seguras? Siempre cerramos las puertas con llave, el auto, los espacios, todo. Así establecemos también fronteras morales entre lo que es bueno y malo, lo mestizo y café para lo blanco y rubio.

Vamos entendiendo que somos ya mucha gente en espacios pequeños, nos gusta el hacinamiento, la cercanía, las ciudades. Es una esquizofrenia de la humanidad seguir tratando de controlar los deseos humanos de la reproducción, la ambición y demás. No entendemos que las barreras son sólo obstáculos, pero no impedimentos.

Ahora pienso en un país del tamaño de Líbano, con tantas fronteras entre Israel, Siria y Palestina. Tanta gente viviendo en el mismo lugar, muchas de ellas sin posibilidades de salir a ningún lugar. Me pregunta hoy un compañero, ¿qué haces cuando quieres escapar y ya no puedes más? Se agarra la cabeza, me dice -¿A dónde vas?- Le digo –yo no he hecho más que andar sin parar y a veces me pregunto, ¿en dónde me quedaré?–

Créditos de la imagen: Pixabay, dzenteno066, https://pixabay.com/photos/stairway-walls-abstract-empty-5730511/

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