Enfermo de memoria
LIII Edición01 de agosto de 2022Orugas recién teñidas posando en los rostros de los sexagenarios, edición viva de las facciones y las expresiones en las caras de la gente. Bisturís y delineadores que modifican y filtran visualmente a hombres y mujeres. Agobiados por la sensación del tiempo pasando entre nosotros, sufrimiento constante que parece curarse con dosis de anacronismo.
Creemos soportar nuestra existencia finita con fotos, con historias y publicaciones en el vasto mundo virtual, ese mundo en las nubes de la memoria. Sabernos perecederos ante nuestras propias imágenes nos obsesiona con la idea de la trascendencia pero repetirnos en reels o gifs de diez segundos nos vuelve a condenar y sepultar. Georges Didi-Huberman (Ante el tiempo, Adriana Hidalgo Editora, 2008) deja muy claro este síntoma de este mundo en el que vivimos actualmente: “La imagen a menudo tiene más de memoria y más de porvenir que el ser que la mira”.
Entre las enfermedades que aquejan a las personas de este presente, y que se contagia de igual manera en la virtualidad, está la de las paradojas visuales, paradojas que se sobrevienen, que interrumpen el curso de la vida cotidiana, una enfermedad que importuna nuestro presente, el anacronismo es sólo otro síntoma de este mal.
Estamos envueltos en una vorágine de imágenes, éstas son objetos impuros, son policrónicas o heterocrónicas, nos daña mentalmente la falta de concordancia temporal entre nosotros y nuestros desdobles en fotogramas.
De la misma manera en que Aby Warburg (El ritual de la serpiente, Sexto Piso, 2013) termina su ciclo de conferencias en el asilo mental en el que residía, podemos concluir que estamos convulsionando como ranas decapitadas ante estas realidades y que escribo este texto como una muestra de mi experiencia con los espasmos que esta enfermedad me ha dejado.
Créditos de la imagen: Groucho Marx, Creative Commons
Parece Ser, en rehabilitación y reconstrucción. Lentes, nariz chueca y dientes torcidos.
Deja un comentario