LXIII Edición: Temporada de lluvias

Un taxista, un perro de tres piernas y un filete de pescado con mayonesa

Daban las tres de la tarde, mis ojos todavía estaban cerrados, el cielo estaba nublado pero entraba buena luz por mi ventana.

Estaba soñando que recorría la ciudad de noche, platicando con el taxista, mientras abría bien los ojos para encontrar a mi papá  en alguna de esas calles empapadas donde se reflejaba la luz del alumbrado público. Venía de un concierto de rock que había tenido lugar en un gran teatro. Toda la gente se había amontonado hasta que ya no cabía ni un solo cabello. Había rostros encima de rostros, piernas entrelazadas con otras, público volando por los aires y hasta el cuerpo de un pequeño que habían estrellado en un pilar de concreto destrozándole el rostro. La sangre corría por los suelos mientras todos coreábamos algunas canciones viejas y bebíamos cerveza.

Al final todos se pasaron a otro escenario y yo caminé cansado hacia la salida para buscar a mi papá que se me había perdido entre la multitud. Me fumé un cigarro y después sonó mi teléfono, era él, diciéndome que se encontraba en un bar cerca de ahí y que me esperaba para seguir bebiendo cerveza.

Miré algunas personas marcharse, después llegué a una esquina y tomé aquel taxi del que te conté al principio. Aquel era un tipo corpulento, piel morena y brillosa, de rostro sudado y camisa de manga corta abotonada hasta el pecho, tenía una sonrisa llena de experiencia, tendría muchas historias que contar, pero me distraían las prostitutas que se amontonaban en cada esquina.Miré el taxímetro y los números y letras cambiaban constantemente, estaban locos, así que no estaba muy seguro de cuál sería la tarifa de mi viaje.

El taxista se burlaba de los pordioseros, desdeñaba sus cobijas sucias y a sus perros mugrosos, le dije:

“Hey, ese perro solo tiene tres piernas”. Y se carcajeó como una gran morsa, hasta que parecía ahogarse e intentaba regular su respiración, yo miraba su gran papada temblorosa como gelatina y sus enormes tetas se agitaban por todo lo ancho de su barriga. Después se echó a reír y prendió un cigarro.

Ya habíamos recorrido bastante de la ciudad, parecía que no tenía fin y el pinche Yorch no se veía por ninguna de las calles, incluso dirigí mi mirada hacia lo alto de algunos edificios y por pura suerte pude contemplar como un sujeto se lanzaba desde lo alto de una ventana sólo para hacerse mierda al lado de nosotros. En ese momento el semáforo se había puesto en rojo y sólo pudimos echarnos a reír e incluso el taxista mojó sus pantalones.

Allí en la esquina vi al Yorch esperándome con un par de tarros de cerveza, me bajé del taxi y el gordo me cobró 36 pesos, luego abrí los ojos, daban las cuatro de la tarde y me preparé unos filetes de pescado con mayonesa, después me acordé del perro con tres piernas y me puse a escribir esto.

Créditos de la imagen: Colección del autor.

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