LXIII Edición: Temporada de lluvias

Nuevo comienzo en un lugar conocido

Comencé mi trayecto por el barrio viejo de un país llamado Líbano. Mi primer recorrido empezó en el en un lugar llamado Hamra. Me pasó algo que nunca sentí, pensé –yo ya estuve aquí–. Es un lugar viejo, hombres toman café en la calle con viejas cafeteras, sobre la banqueta, fuman sin parar y discuten a gritos muchas veces, me hacen espacio al pasar y sonríen al verme.

Mi primer día, hace no más de una semana desde que comencé esta aventura nueva. Una crisis económica, política y social está pegando nuevamente en el país. No quiero opinar, todo esto si que me parece ajeno a cualquier otro país en el que he estado, es mi primera vez en el Medio Oriente también y me gusta estar aquí. Antes de llegar, todos los libaneses de mi generación a los que me atreví a preguntar cómo sería Líbano en estos días, me daban referencias muy negativas sobre la situación actual, todos y todas me decían que su mayor intención era obtener un segundo pasaporte, que no soportan más ver el país en estas condiciones con mucho rencor y melancolía, en general una postura muy negativa sobre la élite política dominante.

Llegué, y sí… La electricidad no es constante, puede que la comida de tu refrigerador no dure, la energía de la ciudad depende de generadores que funcionan con gasolina. La demanda por energía eléctrica es excesiva, aún así, todos los bares y restaurantes están llenos por las noches. La gente parece seguir disfrutando. Varios mundos conviven y colapsan en el mismo espacio, cambias de un lugar a otro en cuestión de metros cuadrados. Envolverme en las calles que algún día recorrí, no sé cuándo ni cómo pero este lugar me resulta tan familiar. Caminaba entonces por vez primera por la costa, sólo pescadores urbanos haciendo su trabajo en un mar visiblemente contaminado, muchas rocas también. Mientras caminaba, un niño se atraviesa en mi camino, sale de la playa, brinca la barra metálica que divide la costa privatizada. El niño tiene un tono color cartón, su piel está tan bronceada por el sol, de ojos profundos, no pasaría de los 9 años. Me miró y sacó un cigarro, lo prendió frente a mí y comenzó a fumar con la intensidad que tiene un adicto al tabaco de esos que tiene los dientes y dedos amarillos, apestan a ropa vieja, tienen arrugas profundas y tosen como si tuvieran tuberculosis.

Salí de la ciudad, me parece en general un lugar magnifico. Como todos los lugares, hay desigualdad, contaminación, problemas ambientales que pueden romperte el corazón, consumo excesivo, normalidad de la violencia y desigualdad, migración, refugiados, frustración, guerra, inflación, post colonialismo, racismo, xenofobia, cultura, música, alcohol, café, cigarros, comida deliciosa y, a la vez, los McDonald’s más grandes que he visto; esclavización moderna, seducción, pasión, mar, montañas, Israel, Siria, Islam, sunnís, chías, cristianos, niños, ancianos, mujeres con hijos y mucho botox en su cara y limonadas. Todo eso en un mismo y pequeño lugar. No hay un solo libro que lo explique todo a la vez, una persona que me diga qué pasó o que está pasando, sólo es antes y después de la explosión en el puerto. Teorías especulativas sobre lo que pudo haber pasado, cosas vinculadas a sus vecinos o a la religión, al hambre de poder y del dinero. La personalidad de la mayoría de los y las que me rodean es la competición y la gentileza, no puedo evitar seguir siendo desconfiada. Son pocos los ojos sinceros que atrapan mi atención y me intrigan, normalmente son aquellos de la gente desfavorecida del puerto o de los viejos del barrio tomando café, ahora más que nunca quisiera aprender árabe.

Créditos de la imagen: Colección de la autora.

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