LXIII Edición: Temporada de lluvias

Amnesia disociativa

En un principio el universo fue confusión, desorden y un abismo de incertidumbre e inestabilidad. Sin embargo, y en apego a la tesis de Heráclito, la existencia del caos implicaba de manera necesaria al orden. Fue así como se dio paso al origen de todo.

Música y soledad, los ingredientes perfectos para indagar en diversos temas de índole filosófica. Las noches de verano que me han acompañado siempre parecen ser un poco más largas. Fue en una de ellas en donde me di cuenta de que el bien y el mal no tenían un significado ya dado. 

Los recuerdos de aquel veinte de agosto parecen ser un episodio de amnesia disociativa. Nada de lo que pasó aquella noche es lúcido. La única información en mi memoria es que abrí los ojos y la sombra ahí estaba, ni siquiera los medicamentos hacían que desapareciera. No eran sueños. Mi mente quería decirme algo.

Aquella noche lluviosa el reloj marcaba las veinte horas. La cena estaba lista; la tetera por su parte comenzaba a dar un ligero silbido; la vajilla se encontraba puesta; y, la noche me acompañaba como de costumbre. De igual manera, en mi ímpetu de querer relajarme, prendí el televisor y comencé a escuchar las noticias, a la par tomaba un libro y procedí a recargarme en el sofá. Sin darme cuenta me quedé dormido.

Desperté. El frío que entraba por la ventana me hacía sentir dolor articular, pareciera que mis huesos fueran de vidrio. Me levanté, y aún adormilado me dirigí a la recámara, tallé mis ojos y me detuve. Parado, después de unos segundos escuché un ruido detrás de mí, alguien caminaba a mi ritmo. Sentí escalofríos en todo el cuerpo y de manera inmediata vino a mi mente la cadena causal de eventos que habían ocurrido.

En primer lugar, yo no había abierto la ventana; en segundo, la tetera ya no sonaba; tercero, el televisor estaba apagado; y, cuarto, había un extraño olor a tabaco. Tic, tac, el reloj a lo lejos sonaba. Aquello fue una inmensidad de tiempo. Volteé con gran ímpetu para intentar ver qué estaba detrás de mí. Enfoqué la mirada y pude ver una gran sombra. Estoy seguro que ella también me miraba, seguramente olía mi miedo y adivinaba mis movimientos. Cerré los ojos y esperé lo peor. Aquella noche tan tranquila parecía cambiar de manera abrupta.

Mis recuerdos a partir de aquel momento son como trazos aleatorios en hojas blancas. En ocasiones recuerdo que despertaba y comenzaba a dibujar un cuerpo, un rostro, una silueta, en otros momentos recordaba que algo cortaba lentamente mi carne, incluso, recuerdo que llegaban a mí destellos del instante en el cual corría al baño, cerraba la puerta e intentaba salir por la ventana. Un camino con “diversos senderos que se bifurcan”, tal como decía Borges. Una y otra vez, esto y aquello, aquello y nada, nada y todo.

Al día siguiente las autoridades encontraron un cuerpo irreconocible en aquel lugar. Las personas que vivían alrededor reportaron a la policía haber escuchado gritos y ver dos siluetas a través de las cortinas que parecían estar peleando. El caso fue llamado comúnmente como “la carnicería de la Felipe Ángeles”, pues quienes llegaron e hicieron el peritaje se encontraron con pedazos de corteza de cráneo por todos lados, así como sangre en las paredes y cosas que resultaban inexplicables.

Lo más extraño de todo esto es que el culpable del asesinato fui yo. La soledad, el sentido de bien y mal, la confusión y caos fueron las estrellas de la noche, y yo como un ejecutor, llevé a cabo el acto final. Aún, hoy en día, sigo pensando que cometí varios errores ya que dejé que aquella persona gritara muy alto y que muchas pistas sin sentido me delataran.

Créditos de la imagen: Pixabay, MIH83, https://pixabay.com/illustrations/background-blood-blood-stain-1759447/

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.