LXIII Edición: Temporada de lluvias

Caminando hacia mí

Me asomo por la ventana y veo un carro con todos los vidrios rotos.

Amanecí con malestar estomacal y un leve dolor de cabeza. Desde ayer por la tarde siento la certidumbre de que el asombro se acabó. Sé que todo lo que soy se extinguirá, que sólo quedará esta sensación de congoja producto de la convicción de que no hay respuesta posible, que la congoja es un cobro a la vida hecho por nadie, que de nada me sirve añorar lo anterior a lo añorado, que antes de todo y después de todo está la sombra de la mueca: el arquetipo del grito de horror jamás dado.

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Nunca se parte porque nunca se va a otro lado. El lugar al que se va siempre es el mismo, todo transporte ha salido de mi pueblo con destino a mi pueblo. Nunca he conocido a ningún forastero, nunca he dormido en ningún cuarto que no haya sido el mío; camino y camino y nunca he visto mi celda desde fuera. ¿Quién dijo que se camina con los pies?, con ellos no se va a ningún lado, con mis pies he hecho de mi pueblo otros pueblos, con mis pies he soñado tierras, gramas, lodos, asfaltos; pero yo sigo en el mismo pueblo, en mi misma celda. Sólo hay un pueblo en el mundo, y cuando camino en el mundo camino en mi celda; el mundo sale de mis pies, y mis pies no salen del mundo. Quiero salir de mi celda, del mundo; quiero que me palpe el aire, pero el de afuera, no el que sale de mis pies, porque a ése lo conozco desde mucho antes. Quiero divisarme, caminar hacia mí y palparme.

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Todo lo que es producto de la acción no puede generarnos más que náusea. Quien no está consciente de la muerte está muy lejos de vivir. Actuar no es moverse. Las plantas, los animales y muchos de los humanos, se mueven pero no actúan. Cuando actuamos sabemos que morimos; por eso actuamos porque morimos, y no queremos morirnos. La consciencia de la muerte es el motor de la acción. Cuando actuamos matamos a la muerte: nos morimos. La vida siempre está un paso más delante, que digo un paso: una micra. Alcánzala, Aquiles.

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Todo lo que se vive se desvanece porque lo vivido mata a lo soñado. Un sueño se alimenta de la abstinencia: mientras más nos alejamos de su posibilidad, más vive dentro de nosotros. La experiencia es un obstáculo para la imaginación: nos encajona, nos enclaustra. Por eso es más grande la imaginación de un ciego que la de uno que ve, y el ciego mira más porque se imagina muchos mundos: todos los que no puede ver. En cambio los que vemos nos reducimos al mundo que tenemos enfrente. Morir antes de vencer es el gran triunfo. Los héroes no son los que materializan, los que vencen; éstos, tarde o temprano, serán vituperados por la Historia. Los vencedores no tienen mañana, son como esos platillos que son muy bien recibidos por el paladar pero que el estómago los rechaza. Morir en busca de la victoria pero sin encontrarla es lo que lleva al gran triunfo. Pobre Fidel, cuánto diera por haber muerto en la Sierra Maestra.

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Ser como ese ciego trotamundos, acompañado de su lazarillo e imaginándose todo lo que éste le describe.

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Don Quijote decidió cerrar los ojos al mundo, quedarse ciego para ver. Por eso se buscó un lazarillo, a Sancho, un hombre que tenía los pies en la tierra.

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Sigo aquí y estoy triste. Estoy triste pero satisfecho de seguir aquí. Estoy solo y triste, y nadie puede pararlo porque al salir a la calle soy invisible. No estoy muerto porque entonces, por compasión, sería mirado. Tampoco estoy vivo. Estoy triste pero satisfecho porque no he perdido; he ganado. He ganado el no estar ni en la vida ni en la muerte. Estoy triste pero no es tristeza de lágrima; es tristeza de pared, de maleta vacía, de teléfono cortado. Y estoy satisfecho pero no de instinto, estoy satisfecho porque estoy satisfecho donde no se puede estar satisfecho.

Veo el perfil de los árboles que dialogan, trato de intervenir y, aunque no me ignoran, no paran. Volteo hacia arriba y veo sólo espaldas: las nubes sonríen pero hacia el otro lado.

Hoy veo las caras del antitranspirante caído y de la hoja arrugada, hoy me escuchan atentos el recibo del súper y la pluma sin tinta. Hoy estoy triste y satisfecho como ese sobre roto de un costado. Hoy el asiento no está en el patio. Mejor será que me meta en ese resquicio entre la pared y el refrigerador con la esperanza de que el motor me arrulle.

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¿Qué le falta a la realidad para alcanzar la solidez de los sueños? ¿Por qué apagamos la luna si queremos mantenerla encendida?, ¿qué me cuesta aplastar la tecla que sueño?, ¿por qué he de usar el jabón que sé que me provoca sarpullido? Se comprende que Adán haya mordido la fruta, pero yo ya sé. Soy el albatros que planea arriba del pescador y de todos modos muerde la carnada. Me pregunto y digo lo que ya me he preguntado y dicho. A la realidad no le hace falta nada, los sueños no son proyectos de realidad, están en la realidad; si sueñas con quedarte en tu casa y te vas con un amigo, la realidad es que sueñas con quedarte en tu casa y que te vas con un amigo; la realidad no concuerda con los sueños de la misma manera que tu cuerpo no puede concordar solamente con tu mano. No se trata de transformar la realidad sino de mirarla; en el mirar no hay juicio, sino apacibilidad. Contempla tu cáncer en el pecho, su belleza no es mayor o menor que la del clavel. Aprende de Hitler así como has aprendido de Buda.

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No aprendemos. La razón nos alejó de esa virtud animal. Hemos puesto el lenguaje al servicio de nuestras taras. El meditar lo tenemos bajo control: no lo dejamos pisar esos parajes donde lo veríamos como juguete de fantasía.

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Hace mucho que no escribo. De repente me quedé sin destinatario. A mí no me escribo porque para escribirme he de ser íntegro, y el rompecabezas que soy está desarmado. Mis fichas no se han perdido pero están desperdigadas por toda la casa. Quien ahora aplasta las teclas es una esquina de mí. Busco la frase, la ficha que me sigue; lo mismo da si es la vertical o la horizontal, lo importante es que me airee, que abra una ventana y que surjan otras. Ahora completo mi clavícula derecha y se configuran algunas costillas, veo la punta de mi esternón, y la ficha que ahora se ensambla se extiende hasta el ventrículo izquierdo. Soy líquido espeso y ligero en donde giran lombrices y serpientes todavía sin forma, se abren dos cauces y me precipito, ahora soy ríos, arroyos, quebradas…

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El odio fluye en mi tuétano, y el amor está arraigado a mi piel. Mis soldados se matan entre ellos mismos porque cuando estoy frente al enemigo en vez de dar el grito de ataque doy una sonrisa llena de olvido. Mi mente planea, tiene los mejores estrategas a su servicio, y de súbito siento el rodar de camiones y de tanques por las terracerías que bordean mis cordilleras. Allá van los aviones, no a proteger mi soberanía sino a destruir la del vecino; es una chulada oír los cantos y ver los rostros llenos de alegría debajo de los cascos porque por fin la guerra comienza. Los aviones han salido de mí, ahora planean encima de los pueblos enemigos, abajo hay una estampida, los adultos corren con sus críos a sus guaridas; la orden ha sido dada, pero las bombas que caen no son ni de napalm ni de neutrones, son de bolsas de té y de café. Al amanecer sólo quedan rescoldos en las fogatas, y mis Compañías emprenden el regreso; los lugareños las acompañan y muchos de mis soldados van de la mano de alguna muchacha. Llegan a la frontera, la despedida es abrazos y besos. Mis soldados se alejan y los vecinos presencian cómo la luz de sus espaldas es absorbida por la penumbra de mis bosques.

Créditos de la imagen: Pixabay, 0fjd125gk87, https://pixabay.com/photos/swimmer-swim-road-street-surreal-1678307/

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