LXIII Edición: Temporada de lluvias

Estaciones de paso

Tendría gracia que no hubiera sido igual en su caso.

Nunca supo decir “no”. Tampoco le importó mucho, hasta que cumplió dieciséis años. Fue entonces cuando todos advirtieron que estaba hecha de la misma pasta. Menos ella: ella se daría cuenta con el tiempo y el tiempo les dio la razón.

Aquella mañana, al despertar, la desgana se apoderó de ella. Nada le ilusionaba como antes ni le motivaba un solo reto de la jornada por venir. ¿Se habría hecho mayor de golpe? –La gente habla de eso— pensaba. Parecía un poco tarde, según la lógica daba a entender. Pero, ¿desde cuando la vida es puntual?

—¿Qué quieres?— preguntó él.

—¿Qué tienes?— respondió ella.

—¿Qué necesitas? más bien, diría yo.

Y así quedó ensimismada, gran parte de la jornada, sin atisbar que no era sino de su sentir de dónde afloraba aquel nuevo pensamiento.

—¿Qué quieres?— insistió de nuevo.

—¿Qué tienes?— volvió ella a responder.

—Veo que andas perdida, por hoy te dejo.

Efectivamente, no fue así. Ahí se quedó con ella para el resto de la jornada. Y aunque a ratos se distraía, cuando se ensimismaba, el qué quieres volvía de nuevo a perturbarla.

Había sido piadosa, buena chica, solícita y hasta pacíficamente guerrera. En Adviento se preparaba; en Navidades se alborozaba; asumía lo rutinario con normalidad. Ayunos, limosnas y oraciones guiaban su preparación al Paso: la centraba el Orden.

-Las Estaciones de anoche ya no sonaban a realidad— pensaba. En su lugar, un deseo de evanescerse se había apoderado de ella. Desintegrarse. No dejar rastro. Ni huella. ¿Por qué todo aquello no sonaba ahora a real? ¿Dónde quedaba aquel Orden que tanta seguridad le había dado?

La razón le gritaba –quédate—. Sin embargo, en sus oídos aún resonaba el qué quieres de la mañana. La fría verdad racional quedaba anegada por la pasión atrayente de las nuevas distracciones. Y éstas podían más, no por ser éstas más poderosas, sino por haber quedado aquella más apagada, casi extinta, inusitada. Ella se dejaba llevar por aquella voz y parecía no haber remedio. Tampoco lo combatía.

—Las Estaciones de anoche ya no sonaban a nada— rumiaba de nuevo, recién levantada, aquella mañana de abril que la oscuridad la visitaba por primera vez.

-¿Dónde quedaba ahora el sentir con el Sentiente? —insistía— ¿se habría enfriado el amor?, ¿se habría frivolizado la vida?

Llamaron a la puerta. Quiso que no fuera alguien preguntando ¿qué quieres?”. Pero, entregada ahora a la deriva de sus sentimientos, no era dueña de su vivir. Así es que… ésa fue la pregunta.

Y así pasaron los años.

Y fueron pasando, habiendo abandonado al más Sentiente mucho antes del Calvario. ¿Qué digo Calvario? Ni antes de su Primera Caída o de la Carga del madero o de ni siquiera la Condena. ¡Ni de cerca se hubiera brindado ella a ser ahora un cireneo!

Es la juventud que asoma; es el desengaño de la utopía; es el despertar a la vida –prefabricadas respuestas que se avenían ni por poco a la verdad. Y ante las múltiples teorías de quien no piensa, sino reacciona, el qué quieres iba y venía con la misma rapidez que el qué necesitas. La razón la había abandonado. El sentimiento ahora guiaba su vida. ¿Qué rumbo tomar cuando la pasión bandea a derivas?

—¿Recuerdas a tu madre?

—¡Calla!— Le cortó ella de inmediato.

—Tu madre: después del primer cáncer, ¿la recuerdas?

—¡Calla, he dicho!

—¿Recuerdas su enorme capacidad de simpatizar con todos después de superarlo?

—¡He dicho que calles! —Mirando hacia otro lado— ¡así no ayudas! —Y ahora mirándole a los ojos —sabrás tú mucho de vencer a un cáncer.

No se caracterizó su madre por ser especialmente sensible o compadecida del mal ajeno. Después del cáncer fue otra. No había dolor que no la desgarrara por dentro. Como la cornada, va rasgando sin piedad al entrar y va rompiendo la carne de quien descuidadamente quiso sin fortuna burlar la envestida, así quedaba ella atrapada en el dolor de quien ahora experimentaba la misma agonía. Nadie como su madre, tras superar el primer envite del cáncer, sintió y sufrió aquello que éste traía a los que por vez primera lo padecían. Nadie mejor lo entendería ahora que ella. No hay mayor solidaridad que la misma miseria compartida.

—¿La recuerdas?— ahora ella se daba por vencida. Asintió. Cabizbaja se dispuso a escuchar, no sin antes protestar.

—¿Qué mi madre tuvo cáncer? No hables en pasado, ese nunca se fue. No fueron las canas las que con los demás la hicieron padecer. No fue su enorme corazón. No la bondad. Fue su experiencia –su pavorosa experiencia– la que la hizo detestar la misma vivencia en los demás. Entendía mejor que nadie lo que pasaba por sus vidas.

—¿Para qué me valió, pues, ser reflexiva toda mi vida?

—La experiencia es un grado, pero creeme que se agría, si sólo la guía el sentir. No te lamentes por tí —me dijo él— la reflexión, la razón, pone norte al afecto.

* * *

Las Estaciones de aquel entonces enmudecieron de realidad. Ahora, a mis cuarenta y tantos, algo volvió a cambiar: numerosos infortunios, incontables decepciones, muchas ilusiones fracasadas, un aborto, una adolescente que a ratos me odia, consanguíneos despedidos y otras idas sin despedir, proyectos sólo empezados, muchos de ellos fracasados. Un final de la vida que de cuando en cuando se asoma; un mundo descabezado, rugidos nacidos de frustración… No es que las Estaciones recobren mayor realidad ahora, ¡no! Es que ahora, mejor que nunca, me puedo solidarizar con el Doliente de los dolientes, pues pude atisbar un poco de ese sufrimiento en mí. Y es ahora cuando en mi querida Ucrania, veinticuatro años después de aquella insólita noche, ese viacrucis recobra, por fin, una total realidad. Irónico, ¿verdad?

Por un momento enmudecieron las bombas. Entonces me desperté: preparé café, salí al parque, me senté en un banco y cerré los ojos como solía hacer. Tomé aire, despacio, saboreando, como quien respira por primera vez. Millares de pájaros me envolvieron, invadiendo aquel lugar. Volví a escuchar. Volví a sentir. Volví a pensar.

Créditos de la imagen: Pixabay, panos13121, https://pixabay.com/photos/mask-virus-medical-coronavirus-4877098/

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