LXIII Edición: Temporada de lluvias

Filistea

Dejé Filistea con la esperanza de no abandonarla nunca.

Era tarde. Las sombras se alargaban en un desvarío postrero y fúnebre. Aurelio me había acompañado hasta la puerta, esa puerta que en las villas honradas carece de sentido.

-Volverás.

Busqué interrogaciones tras aquella palabra, tras aquella determinada conjugación en segunda persona. Ni un pestañeo. Aurelio se mostraba más imperativo que de costumbre y, como de costumbre, no supe rebatirle.

Desde el asiento del coche aún pude distinguir la sonrisa de ambos, de ese matrimonio feliz por el mero hecho de serlo. Nuria achinaba los ojos y me regalaba un ademán indescifrable tras el que yo creí vislumbrar añoranza presentida. Entonces, sí; entonces auné mis menguadas fuerzas para, una vez rehecha sobre el volante, murmurar:

-Nunca me he ido.

La última casa -que había sido la primera a mi llegada- orbitó hacia el flanco derecho del espejo retrovisor. Era un adiós matizado por la plena consciencia y aquel trasunto de epifanía que me embargaba desde hacía senderos; senderos, en efecto: la comarca dispone de medidas propias, longitudinales o temporales.

Filistea es el mundo.

El movimiento de traslación que emprendió aquella última casa fue emulado, a velocidad equiparable, por un cerro hecho de leños, un distraído caballo y el ciclista de rigor. Estampas sucesivas jalonaban mi regreso, participando de mi nostalgia aún no encauzada.

Afortunadamente, la radio era incapaz de sintonizar frecuencia alguna. Su incapacidad delimitaba los contornos de ese mundo que era el mío, que ya era mío.

Phil Collins ejerció de cruel topógrafo con su Two hearts sonando tan límpido como amenazador: una emisora cualquiera volvía a adueñarse del espacio sonoro, recordándome, de paso, dónde se fijaba el límite invisible para esa Filistea que retrocedía, desandando montañas.

-Volverás.

Entre los acordes musicales -por así denominar el estruendo que aquel aparato exudaba-, la voz de mi amigo Aurelio volvió a requerirme, fantasmal, incidiendo en lo que ambos intuíamos.

“Filistea es el mundo”, recordé.

A partir de ahí, de algún punto kilométrico que no he situado en mapa de carreteras alguno, la indiferencia habitual se adueñó de mi persona como antes hacía siempre y como haría desde entonces hasta consumar el regreso a aquella comarca revelada.

Me sorprendió hallar en el buzón una carta, un papel ajeno a la propaganda electoral o a obsequiosas proclamas de la hamburguesería adyacente. En un primer momento llegué a sospechar de la hacienda pública -que, a su vez, somos todos y de todos sospecha-, mas, dejando a un lado el estupor, comprobé que la misiva era tal, que en papel estaba escrita. Y de Filistea llegaba.

Bajo un sello que conmemora los ciento cincuenta años de otro sello, bajo unas manchas de dudosa adscripción, emergían mi nombre y mis apellidos; en el remite se enseñoreaban las iniciales de Aurelio, orgullosamente -creía yo- escoltadas por sus filisteas señas.

Tal vez se debiera a mi imaginación, pero al rasgar el sobre me pareció intuir los perfumes de aquellos campos, de aquellas vaguadas fuera del tiempo. Había transcurrido un mes, un abundante mes, y mis fosas nasales permanecían atrapadas en el nemoroso paisaje de la Filistea profunda.

Querida Carmen:

Te envío estas líneas porque ya supondrás que la coherencia, en el lugar donde ahora habitamos, exige desdén hacia la era de las comunicaciones, que todo lo arrolla y pervierte.

Iré al grano…

Es de vital importancia que regreses. Nunca osaría condicionar tu vida o ese tiempo del que con tanta y tan agradable profusión hablas, pero Filistea ha hablado, a su vez, e impone tu regreso.

Si la mera hipótesis del viaje te agobia o amedrenta, nos ocuparemos de gestionar ese agobio con la mejor actitud: estamos dispuestos a acudir en busca de todo aquel que en los parajes filisteos incursione.

Abrazo correligionario.

A.

P.D.: Filistea exige respuesta veloz e inequívoca.

Llevaba tanto tiempo sofocando el impulso que yo fui la primera sorprendida cuando me descubrí aferrada a la página en blanco, a la estilográfica, al miedo que una crisis creativa genera en aquellos ilusos ebrios de posteridad. Mi último artículo, mi postrera incursión en algo semejante a una capilla literaria, había visto la luz casi ocho años atrás -¡ocho años!-, si bien con elogiosas críticas y amagos polemistas entre dos lectores ociosos. A continuación, el mutismo más absoluto, el bloqueo más devastador. Ni una sola línea.

Dejando pasar un prudencial período de tiempo, el director del periódico se puso en contacto conmigo: pretendía reanudar la frecuencia acostumbrada, que ya de por sí emulaba los choteos del Guadiana más prototípico.

-Vuelve, Carmen.

“Volverás”.

-Se me hace cuesta arriba, Jotaele.

-No dejan de preguntar por ti y por la opinión que manejas respecto a la actualidad (que es mucha, Carmen). No dejan de preguntar por el punto de vista de una mujer.

-Mal está admitirlo, Jotaele, pero apenas leo la prensa, apenas salgo, apenas creo que deba emitir juicio alguno sobre nada en especial.

-No hables así.

-Ni hablo, siquiera. Considérate afortunado por oír mi voz, que es un hilillo bajo la marea de gritos y sobreactuaciones.

-¿De qué hablas, Carmen?

-Ni hablo, Jotaele. Ya, no.

Fue la primera -aunque no la última- llamada que osó y logró quebrar mi silencio: desde la editorial, la de siempre, armados de psicología afectiva, hurgaron en los arrabales de mi magro entorno para reclamar atenciones y prosa hecha novela o, cuando menos, sucesión de relatos tan cortos como arracimados.

No hubo tal. No hubo esperado regreso.

Me los imaginaba mordiéndose las uñas, teorizando sobre qué podía estar ocurriéndome. Fue incluso divertido mientras duró. Pero no duró mucho.

Después de semanas en las que me estafé arguyendo para mis adentros que la inspiración tornaría, que los grandes escritores también se comunican empleando silencios, llegó la alarma.

¿Volveré?

Mi ahijada cumplía años -mala costumbre la de los tiernos infantes, ajenos aún al destino inexorable que los hará viejos y temerosos-. Era ya junio. Seis meses desde diciembre, desde el último opúsculo entregado en la redacción por ese ángel de la guarda que ya entonces custodiaba mi privacidad y que responde -siempre- al nombre de Sonia -único vestigio de una adolescencia eterna-. La inserción de tales líneas en el ejemplar matutino del domingo, entre una columna de opinión glosando la Semana Santa y el consabido anuncio institucional que nada anuncia, supuso mi canto del cisne literario, ése que tenía por momentáneo y teatral; mas lo cierto es que nunca, después del domingo beatífico y administrativo, había vuelto a experimentar la ardiente vocación.

Para honrar a mi ahijada, cubierta ya por una montaña de regalos multidisciplinares, pequé de ingenua y decidí explotar mi raída vena escribiente profanando una tarjeta colorista en la que vivaqueaba un oso -más antropomórfico de lo esperable- al cual, de forma inverosímil, dos globos distanciaban del suelo; sobre ellos, refulgentes como una lentejuela de vedette, el uno y el cero menos cabalísticos anticipaban la incursión en una nueva década por parte de aquella niña, indiferente aún a los estragos que reporta cualquier festín.

Abrí el díptico y no tardé en derrumbarme. La pluma estilográfica ajaba los dedos que la sostenían ante el mero impulso de redactar una salutación. Los sudores más fríos que en el mundo -y en el cuerpo- han sido me recorrían la espalda con precisión de tarántula. El plantígrado infantiloide se antojaba fiera cavernosa.

Cerré la tarjeta. Renuncié a manipularla. Privé a mi ahijada de buenos deseos. El torpe mirar del oso planteó la verdad sin tapujos: no volvería a escribir. No se trataba de la recurrente crisis creativa, esa que lleva a incrementar la popularidad del autor bloqueado tiñendo su andadura de misterio. No era la desidia que antecede a un guion previsible. No. Era el pálido reflejo de una certeza envolvente, la gélida caricia del fracaso.

Si Filistea era el mundo, yo ya no formaba parte de él.

Créditos de la imagen: Pixabay, vinsky2002, https://pixabay.com/illustrations/old-post-cards-vintage-collection-4019265/

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