El niño del mar
XLV Edición28 de febrero de 2022El muchacho se lanza en un destello y atrapa con los dientes la langosta. Hoy, la comida está asegurada. Se ha caído de un barco, tal vez, pero no se ahogó, no murió ni por el hambre, ni por la sed. La corriente lo ha llevado, junto con todos los objetos abandonados en el océano, hasta una extensión de basura flotante, de plástico y madera, que las corrientes han formado en el océano. Las olas llevan hasta ahí todo lo que flota. Árboles arrancados por las tormentas de los arrecifes de coral y también casas enteras, desarraigadas por los maremotos.
Al niño no le falta nada, ni la comida ni el sol, en ese mundo sin viento, nunca golpeado por lluvias o tormentas. Nunca ha conocido a depredadores más grandes o más inteligentes que él. Se desplaza en busca de comida, pero también impulsado por la curiosidad. Sus orígenes terrícolas lo empujan hacia el centro de la gran isla de basura. La mayoría de los objetos que flotan en el círculo interior está hecha de fragmentos de naufragios antiguos. Los cascos de los barcos son transformados en granjas de algas y moluscos. El montón inextricable de escombros parece una balsa enorme, inmóvil bajo el sol y el cielo estrellado. En las profundidades, galeras y sentinas con olor a moho, pobladas por pulpos y colonias de cangrejos, siempre dispuestos a disparar al menor movimiento.
Continuando su camino, el niño ve el castillo alto de un barco europeo. Llega al lado de la nave, suave y redondeado, imposible de escalar, pero el árbol bauprés se ha doblado y está colgado con su propio aparejo. El muchacho se agarra a las cuerdas y se sube. Logra así subir en el barco. Llega a la toldilla que todavía contiene los instrumentos para la navegación. El descubrimiento de un telescopio es un milagro, cuando apoya su ojo a la lente y contempla el mundo que se expande. De repente, el chico descubre en la pared algunos retratos. Un hombre vestido con el uniforme de oficial naval y el rostro de una mujer. Trata de explicar las letras de las palabras impresas, recogiendo recuerdos lejanos.
El chico se construye una escalera de cuerda, lo que le permite bajar y subir por los lados de la nave y se instala en el buque. La curiosidad lo lleva a hurgar en todos los rincones, hacia los libros y otros objetos. Hay ilustraciones con paisajes y edificios, personas en diferentes escenarios. El mundo conocido por el joven se limita a un brazo de mar, cubierto de basura flotante, en un estado de calma eterna. Los recuerdos le sugieren, sin embargo, que existe otro mundo. Ahora, en las imágenes de los libros, descubre fragmentos de otras realidades. Una de esas visiones no quiere salirle más de la cabeza: una niña, sobre un fondo de montañas cubiertas de nieve. Le hace sentir una excitación extraña, sueña encontrarla. ¿Dónde podría ser ese mundo tan diferente, sin las olas del mar, sin las enormes extensiones de plástico y de basura flotante, con el horizonte recortado por picos nevados? El joven siente, por primera vez, el impulso para apuntar hacia un objetivo definido, más allá del pequeño horizonte diario. Quiere explorar el mundo y de avanzar fuera de la zona de la calma eterna. Todo pueden el amor y la locura. El joven se aplica en busca de un medio de transporte. La bonanza eterna hace imposible confiar en el viento o en las corrientes para escapar. No sabemos cómo lo hace, pero al final él lo logra de alguna manera. Un día, el joven se mete en la parte trasera de un cachalote para su viaje a otro mundo. Como único equipo lleva una especie de bolsillo para poner con mucho cuidado el libro, con la imagen de aquella chica maravillosa. Gracias al cachalote, el joven logra salir de la isla de residuos en la dirección del sol naciente. Un día, por fin, se perfila en el horizonte una raya larga y oscura. Las olas se estiran rítmicamente en la larga playa soleada. Nuestro protagonista, por primera vez, pone los pies en tierra firme. La tierra, el polvo, las espinas en los pies, los insectos, el susurro del viento sobre la arena y entre los arbustos, los cangrejos que asoman de sus agujeros y salen corriendo por la playa. Es un cúmulo de sensaciones nuevas que dejan aturdido a nuestro viajero.
El niño del mar camina durante meses, en busca de la chica de la que guarda celosamente el retrato. A sus llamadas hacen eco las cigarras, en los días soleados, y los grillos debajo del cielo nocturno. Finalmente, después de meses de vagabundeo, llega a una ciudad. Los esqueletos de los rascacielos se quedan de pie, sombríos, en medio de enormes montones de basura. Todo lo que era de metal está corroído por la meteorización y la sal. En las aguas del puerto flotan grandes cantidades de residuos plásticos, el único asunto eterno, duradero, en el que la humanidad ha dejado huellas de su existencia.
El joven sobreviviente no sabe lo que le ha pasado a ese lugar. Millones de hombres han pasado su vida corriendo de una calle a otra, hacia arriba y abajo entre los enormes edificios, cuyos esqueletos se erizan contra el cielo sombrío. De todos estos hombres, de sus inquietudes, sus ambiciones y esperanzas, no hay ni siquiera el rastro. Han desaparecido, como devorados por sus propios residuos. Comunidades de ratones y cucarachas han proliferado entre las ruinas.
Nuestro viajero se da cuenta de ser el último sobreviviente de su especie. Se acerca lentamente a la escollera del puerto. La bahía llena de basura flotante le recuerda su mundo, el oasis feliz en medio del océano. En la boca del puerto, las olas y la corriente recogen los restos de plástico y se dirigen, como la cola de una cometa, a un punto lejano del horizonte. En ese momento, el joven sabe qué es lo que queda para hacer. Alcanza el muelle, cerca de las ruinas del faro. Espera a que un trozo de plástico, un poco más sólido y cómodo, zarpe de la bahía del puerto en la corriente. En ese momento preciso, con una zambullida ágil y elegante, se precipita en el vórtice de agua en movimiento. Él juega unos minutos en las olas que le gorgotean alrededor, como para celebrar su decisión. Entonces se aferra a la chatarra que había visto y comienza su viaje de regreso. Sabe que el largo rastro de basura flotante lo llevará a la isla de la bonanza, donde ha pasado sus años mejores, como un niño feliz y sin preocupaciones.
Créditos de la imagen: Pixabay, ThomasWolter, https://pixabay.com/photos/environment-pollution-waste-4540209/
(1947) Arquitecto italiano. Tiene larga experiencia de proyectos de cooperación para el desarrollo en varios países africanos, como profesor y especialista en tecnologías apropiadas para la habitación. Es presidente de la Asociación Cultural Liutprand, de Pavía, que pública estudios sobre la historia y las tradiciones locales, sin descuidar las relaciones inter‑culturales. Autor de numerosas publicaciones y libros sobre diferentes asuntos: sobre el patrimonio histórico y la historia de su ciudad, otros asuntos de arquitectura, tecnologías para el desarrollo y países de África. Escribe cuentos y poemas en diversos idiomas: italiano, español, portugués, francés.
Hermosa historia
Me gusto este relato distópico, post apocalíptico, me recordó un reportaje de una isla con residuos plásticos que esta flotando por el mar.
Excelente texto, felicidades!