LXIII Edición: Temporada de lluvias

Descafeinado

Recuerdo encontrarme en la cafetería de la calle Belgrano leyendo el diario del domingo y escuchar a Nelly, la camarera, hablando con fuerte angustia del tema. Manuel fue su compañero en el colegio, con quien supo entablar una fuerte relación en los últimos años de la secundaria. Era hijo del dueño del almacén más antiguo del pueblo, quien había fallecido a temprana edad, producto de un accidente ferroviario.
Había crecido con el sueño de ser periodista. Su fanatismo por el fútbol le había teñido la idea de que, con buen desempeño, llegaría a conocer a los grandes maestros del deporte; a los magos y hechiceros que pisan la faz de la tierra. Pero, la noticia en sí era su pasión. El descubrir, el describir, el informar. Compartiendo la realidad de lo que sucede en el mundo.

Siendo adolescente, había comenzado a publicar entrevistas y anécdotas en el diario local. Algo que inició como un hobby, un tipo de entrenamiento, terminó enseñándole acerca del mundo escondido detrás de cada persona: cada batalla, cada sueño retorcido que pudo o no cumplirse. Fue enamorándose de la vida en sí.

Tenía tanta pasión al escribir que se volvía contagiosa.

Era una persona que habituaba el bar de la esquina. Pude conocerlo hace un par de años, en una de mis tantas visitas a Córdoba.

Les confieso que tenía cierta gracia para comunicarse. Afirmaba que hay ciertos momentos en el que un relato puede mezclarse con un sentimiento tan puro que el alma deja verse a través de los ojos. Logró plasmar 709 historias e incluso algunas en periódicos y revistas nacionales.

Por las sorpresas que a veces nos trae la vida, a una temprana edad fue diagnosticado con una enfermedad neurodegenerativa, Parkinson. Es bien conocido que la edad es el principal factor de riesgo para desarrollarla, pero, existen algunas formas que se presentan en personas un tanto más jóvenes, y que están asociadas a una herencia familiar.

Valientemente y por el tiempo que pudo, lucho contra ella, pero, la enfermedad avanzó muy rápido en él. Abandonó las partidas de billar, las visitas al club y al bar. Fue muy triste ver cómo incluso el tratamiento parecía no ayudarlo como debía. Así y todo, no fue capaz de abandonar la escritura. Historias cortas de autoría, que seguramente habían quedado guardadas en algún cajón siguieron apareciendo, reinventando al mundo.

Tenía 43 años, y un cuadro de depresión que, aunque oculta a los ojos del mundo en esa sonrisa, latía muy fuerte. Batallaba todos los días a través de sus escritos.

Tristemente, un incendio en su edificio un 13 de noviembre se llevó su cuerpo y el de tantos más. El pueblo entero sufrió el golpe.

Invité a Nelly a sentarse y leer la nota conmemorativa publicada en ‘La República’, pero un nuevo cliente tomó asiento en la mesa 4. Con la vista empañada y el alma un poco más marchita que el día previo, le sirvió café, dejó el menú a su alcance y se volvió a sentar conmigo. No sé si alguna vez lograré presenciar algo como lo que Manuel experimentaba, pero ese día, compartí un café con la tristeza personificada. Descafeinado, por favor.

Créditos de la imagen: Pixabay, AnnyksPhotography, https://pixabay.com/photos/parkinson-s-disease-shiver-muscles-6855683/

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