LXIII Edición: Temporada de lluvias

17 centímetros

Una línea de 17 centímetros me recuerda que tuve una segunda oportunidad: parte mi abdomen desde el ombligo hasta el pubis. Blancuzca, dura, pero viva, como yo.

A las mujeres suele ser el recordatorio “del día más feliz de su vida”, ese en el que dieron a luz a un hijo, el momento que les cambió la vida. 

A mí me recuerda lo mismo… pero diferente. Yo no di vida, en realidad ese día me quitaron la forma – biológicamente hablando – de hacerlo. Pero eso me dio vida, esperanza y un futuro. Además me quitó el dolor que por años padecí: ese también fue el día más feliz de mi vida.

¿Hace menos “perfecto” mi cuerpo? Sí, pero, ¿alguna vez lo fue?, lo dudo. ¿Me importa? No. Nunca he sido fan de los bikinis porque, simplemente, no me van. ¿Que me vean desnuda con una cicatriz? Tampoco. Cada centímetro me dolió, me costó y lo luché. Si alguien no entiende eso, no es ahí. Es parte de mí, como una peca o mi cabello chino.

Mi cicatriz cumple cabalmente con los significados del diccionario: 

1. f. Señal que queda en los tejidos orgánicos después de curada una herida o llaga.

 2. f. Impresión que queda en el ánimo por algún sentimiento pasado.

¿Cubrirla con un tatuaje para disimularla un poco? No. Los tatuajes son un memorial justo de un momento, hecho o sentimiento. Mi cuerpo no necesitó tinta, decidió solo cómo se vería. 

Esos 17 centímetros son mi señal de sanación física y emocional por las decisiones que tomé. A veces pica o punza, como para recordarme que está ahí cuando la olvido. Estamos juntas en esto, hasta el fin. 

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