LXIII Edición: Temporada de lluvias

Las plumas de oro

Finalmente, la familia se reunió. Ya sin llanto recordamos a mi padre: la figura robusta y amable, de sonrisa fácil. Hombre ordenado y reflexivo su testamento no causó sorpresas y mi madre fue su heredera universal con el beneplácito de todos sus hijos quienes únicamente aspiramos a un recuerdo personal; la foto en su despacho, su reloj de bolsillo, la medalla de gimnasia, las plumas de oro… bueno, no. Esas no.

Las plumas de oro no, porque esas eran mías. Recordé perfectamente que mi espíritu de artista fue impulsado, y alagado tempranamente, cuando mi papá me animó a participar en un concurso infantil, convocado por el periódico El Heraldo de San Luis. Se trataba de colorear los dibujos que se publicaban en el suplemento dominical.

Ese domingo se había publicado la figura de Pinocho, totalmente estilo Disney. Manos a la obra; afilé mis colores y cuidadosamente, sin salirme de la rayita, me apliqué a la tarea. Mi papá recogió el trabajo y supongo que al día siguiente de camino a su oficina, lo llevó a la redacción del periódico.

—Ven a ver el periódico. —¡Ganaste un premio! Contento me mostró la lista y me señaló una línea. —Mira, aquí está. Aquí dice tu nombre. ¡Ganaste! Eres una pintora.

Me llevó a recoger el premio. Recibí un cuaderno para colorear, el más “gordo” que jamás hubiera tenido, una caja de lápices de colores; de los buenos, y unas plumas de oro.

El cuaderno y los colores los estrené tan pronto llegamos a casa, pero las plumas las guardó mi papá para cuando supiera leer y, sobre todo, escribir. No me preocupó en absoluto, realmente no sabía escribir y las plumas no se comparaban con los colores. Eran muchos.

A cada santo le llega su fiestecita, así es que un buen día reclamé mi tesoro: —Papá, ya se leer y escribir, ¿Me das mis plumas, por favor?

—Griss, apenas vas a iniciar la primaria, estas plumas son difíciles de usar, y no las vayas a perder. Mejor esperamos a que termines sexto grado y entonces sí, en la secundaria ya sabrás cuidarlas.

Bien mirado no era tan importante. Eran de esas plumas que había que llenar con tinta líquida y efectivamente requerían cuidado y atención, ya que, al menor descuido, se vaciaban, o se les secaba la tinta y se tapaban. Bueno… será después.

El tiempo en la infancia parece distinto. Transcurre despacio, desgastando apenas las horas, duerme largas siestas y se mide por el lapso que va de la fiesta de cumpleaños a la Navidad.

Los preparativos para entrar a la secundaria ocuparon mis días. Estaría con las grandes, usaría medias (de popotillo, pero medias) y estrenaría mis plumas. A estas fechas la palabra oro, ya tenía significado y la marca, le ponía precio al valor afectivo. ¡Plumas de oro Sheaffer!

—Mira, son unas plumas muy caras, guárdalas un poco más.

Esa vez la negociación no fue tan fácil. Las plumas de oro fueron sustituidas, con éxito, por un estuche junior, completito y lujoso que, hay que reconocer, fue la envidia de algunas compañeras.

La secundaria me llevó a un mundo diferente: amigas nuevas, fiestas, vestidos de domingo y las primeras miradas lánguidas y corazones tan pronto rotos, como resanados. Trajo también la graduación; toga blanca y birrete, certificado en pergamino, un anillo con el escudo del Colegio Minerva y mis iniciales. Flores y… baile de graduación. Vestido de raso blanco, medias de nylon, tacones realmente altos y un auténtico chambelán de prepa. Con tanto revuelo, ni quien se acordara de las plumas.

Hasta que llegó la hora de entrar a la prepa de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

—Pero en la prepa te las van a robar. Con tanto muchachito que hay. Y efectivamente; ¡Con tanto muchachito como había! ¡Para qué quería las plumas!

Todo giraba alrededor del corazón y la sinrazón: paseos, admiradores, amigas, novios y hasta algunas clases que no tuvieron mayor problema. Al terminar la prepa, ya con novio y casadera, lo siguiente fue casarme. La vida cambió y mi nueva familia ocupó mi tiempo y espacio.

La voz de mi hermano me sacó de mis recuerdos:

—Soy el mayor, por lo que me corresponden las plumas de mi padre.

¡Las plumas! ¿Cuáles plumas?

—Las de oro. De mi padre. Me corresponden.

—Mi padre no tenía plumas de oro, esas plumas son mías.

—¿Estás loca? ¡Cómo le iba a regalar unas plumas de oro a una mocosa!

—Nadie me las regaló, son mías. Las obtuve en un concurso de pintura cuando estaba en el kínder.

En el kínder. Cuando escuché mis palabras las supe perdidas. En el kínder.

Se las quedó mi hermano. Nadie recordaba nada de esas plumas, siempre estuvieron nuevas en el escritorio de mi papá.

Estoy segura que mi hermano jamás escribió con ellas, ni su nombre. Tampoco debe haberlas conservado, debe haberlas a buen precio, pues si algo tiene mi hermano es que es un estupendo vendedor. He tenido muchas plumas, algunas de oro, y otras, las más, bolígrafos. Son prácticos, baratos, sin afectaciones de lujo, ni cargas afectivas. Pero aún las recuerdo con el desmedido orgullo de la infancia. Vanidad de vanidades, diría mi padre.

Corregidora, Querétaro, septiembre 2019

Créditos de la imagen: Pixabay, Free-Photos, https://pixabay.com/photos/notepad-pen-business-notebook-691250/

8 comments

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.