LXIII Edición: Temporada de lluvias

La delgada línea

Eran pasadas las dos de la mañana y Laura y yo andábamos por la tercera fiesta. Empezamos en un bar que se tornó aburrido. Allí nos encontramos con dos amigas que nos invitaron a su casa pero descubrimos que su intención era sumar gente a una propuesta de orgía. Salimos corriendo de allí para terminar en la fiesta de la casa de alguien que nunca supe quién era.

Como todos los sitios anteriores el ambiente era cualquier cosa menos divertido. Estaba tarde y ya los presentes se encontraban medio ebrios y sin energía o un poco drogados. Laura andaba por ahí saludando a todo el mundo buscando qué hacer, yo me fui para la cocina, aburrida, a revolcar cajones y sacar comida. Después de haber comido me recosté en el mesón a tomarme unos tequilas mientras observaba la pobre dinámica a mi alrededor.

Laura finalmente se dio por vencida y vino a buscarme. Desde el otro lado de la barra de la cocina me dijo que no había nada que hacer allí y me preguntó: ¿encontraste a alguien interesante? No dije nada, apunté en su dirección y la señalé. Laura sonrió y caminó alrededor del mesón para acercarse a mí, tenía esa sonrisa peculiar de cuando quería coquetear con alguien. No recuerdo antes haberla tenido así de cerca con esa mirada. Llevábamos años siendo amigas, bebiendo juntas, saliendo de fiesta juntas. La consolé durante muchas de sus malas relaciones, ella había hecho lo mismo. Conocía a su familia y pasaba tiempo con ella, pero nunca había pasado algo entre nosotras. A mi ella siempre me había gustado, pero ella me veía como alguien inocente y frágil, nada que ver con su personalidad.

Me besó la mejilla sin ninguna inocencia y se quedó a centímetros de mi cara. Le seguí la insinuación con ciertas dudas rozando lentamente mi nariz con la suya, sentí su aliento que me entró hasta el ombligo, y ella quieta siguió sonriendo. La miré por uno o dos segundos, quería leer sus gestos. Mordí suavemente su labio inferior, le pasé la punta de la lengua por ambos labios muy sutilmente. No se movió hasta que le di un beso y me correspondió, no solo con su boca, su cuerpo entero se pegó al mío y me abrazó por la cintura y el cuello, y entonces me encontré con su lado más dulce, algo que no conocía de ella.

Siempre me había parecido una mujer muy fuerte y dominante, inclusive pensaba que era muy energética en la cama, tal vez brusca, pero sus besos me contaban algo distinto, eran intensos, suaves y sensuales mientras con su pelvis empujaba la mía contra el mesón en el que había pasado sola un buen rato. Ambos cuerpos se sintonizaron al tacto, con naturalidad. Al sentir su lengua contra la mía una corriente atravesó mi cuerpo de la garganta hasta el ombligo. Laura apretaba mi pecho y yo le tiraba el pelo, me rasguñaba la espalda y yo le apretaba la nalga, me agarraba la cabeza y yo el cuello. Nos besamos sin parar por horas, sin cansancio, sin esfuerzo.

La luz del sol nos sacó del mundo en el que nos encontrábamos al iluminar esa cocina de la que nunca nos movimos. Era un espacio abierto. No supimos a qué horas se fueron todos, ni a qué horas la dueña de la casa se fue a dormir o cuándo la música dejó de sonar. Nos fuimos.

Me llevó a recoger mi auto que seguía parado afuera del bar que habíamos visitado varias horas antes. Al bajarme intentó besarme, pero yo solo le di un beso en la mejilla. Se quedó mirándome sin entender. Yo quería dejar esa noche en la cocina de aquella casa donde pasé una de las mejores noches de las que tenga memoria.

Laura nunca supo que me gustaba. Volvimos a la normalidad de siempre. Unos días más tarde la acompañaba a ver a una mujer que había acabado de conocer por internet. Sabía que ella nunca me vería como material para una relación, yo mientras tanto estaba a un paso de enamorarme de ella.

Créditos de la imagen: Pixabay, Engin Akyurt, https://pixabay.com/photos/fashion-model-youth-fashion-shoot-2333269/

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