LXIII Edición: Temporada de lluvias

Las olimpiadas y el vino: diálogo entre Khayyam y Píndaro

Como parte de la temporada olímpica, hemos invitado a dos poetas de la antigüedad a dar respuesta a las justas deportivas. Por un lado tenemos a Píndaro, que según Ignacio Montes de Oca es desconocido porque “se me antoja que una de las razones porque Píndaro se lee tan poco, es la idea que [sus] títulos sugieren al vulgo, de que sólo canta su musa golpes y heridas, hazañas de carreteros ordinarios y de púgiles de baja ralea.” Y por el otro lado tenemos a Omar Khayyam, fiel escritor del desierto, el vino y otros vicios. A manera de elogio deportivo, de recordatorio que cada uno practica el deporte que mejor le place y para publicar buenos versos, hemos puesto una adaptación literaria de las odas olímpicas de Píndaro a hablar y a algunos rubaiyats escogidos de Khayyam a responder.

-Zaforatsel

A Gerón, rey de Siracusa, vencedor en las carreras de caballos

Nada hay mejor que el agua: brilla el oro
Como luciente llama en noche oscura
Entre las joyas de real tesoro.

[Mostrando su medalla de oro]
¿No ves, ¡Oh Musa!, en la celeste altura
Que en medio al solitario firmamento
Ninguna estrella como el sol fulgura?

A Píndaro, autor de odas olímpicas y deportivas

[Levantando su copa de vino]
¿Quisieras que renunciáramos a gozar de los bienes de este mundo?
¡Pero si es tan imposible como invertir una copa sin derramar el vino que contiene!

Buscar la paz en este mundo es una locura.
Creer en el reposo eterno, también.
Después de muerto, breve será tu sueño:
renacerás en el césped que todos hollan o en la flor que el sol marchita.

Si celebrar victorias es tu intento,
A la Olímpica lid lleva tu lira;
Que otra no habrá más digna de tu acento.

Ella a los vates el cantar inspira
Del Tonante en honor; con que resuena
La augusta casa de Gerón respira;

[Mientras se regodea en el centro del podio de premiación]
Rey que a Sicilia (de ganados llena)
Mientras la flor de las virtudes liba,
Con cetro bienhechor rige y ordena.

La música dulcísima cultiva,
Y, brillante cantor, el arpa hiere
Con que el poeta en el festín cautiva.

[Desde los asientos del público]
¡Actúa con prudencia, viajero! Peligroso es el camino que transitas
y afilada la daga del Destino.
No te hartes con las almendras dulces.
Contienen veneno.

Procede de forma que tu prójimo no se siente humillado con tu sabiduría.
Domínate, domínate. Jamás te abandones a la ira.
Si quieres conquistar la paz definitiva,
sonríe al Destino que te azota y nunca azotes a nadie
.

[Levanta la medalla frente al público]
Descuelga ya del clavo que la adhiere
A la pared, la cítara de Doria
¡Oh Musa! si cantar tu numen quiere

Del Alfeo y Ferénico la gloria.
¡Noble bridón! corrió sin acicate
Y a los brazos llevó de la victoria

A su dueño, de Pisa en el combate.
¡Ah! Con razón del Rey siracusano,
Sus corceles al ver, el pecho late.

Su fama admira el pueblo fuerte y sano
Que Pélope, de Lidia, condujera;
A quien amó Neptuno soberano,

[Postrado sobre las gradas]
En el vértigo de la vida sólo son felices
los que presumen de sabios y los que no tratan de educarse.
Me incliné sobre todos los secretos del Cosmos y retorné a la soledad
envidiando a los ciegos que hallé por el camino.

[Mueve en círculos la copa]
Quien me trajo a este mundo sin duda sabe dónde
me arrojará después. Nada ni nadie puede
cambiar su decisión. Bebamos, jovenzuelo.
¿Para qué he de esforzarme en variar lo invariable?

[Observa al público que lo aclama]
Mil maravillas hay; y al hombre encanta
Fábula que de bella se gloria,
Más que verdad cuya crudeza espanta.

[Señala a Khayyam]
Tal hermosura da la Poesía
Y tanta autoridad, que hace creíble
Lo que antes imposible parecía.

Mas la posteridad es infalible
Juez. Hable de los Númenes el sabio
Sin proferir jamás calumnia horrible.

Nunca te atormentes por lograr oro o plata.
Antes de que tu aliento se enfríe, haz lo posible
por disfrutar tus bienes con un amigo, antes
de que tus enemigos los derrochen si mueres.

[Señala el vino]

Importa muy poco que vivas cien, mil años,
pues llegará un momento en que será preciso
que abandones tu vieja taberna. Porque aunque seas
sultán o pordiosero, al fin lo mismo vales.

Aborroce el peligro y la fatiga
lmbele corazón; mas el valiente
Que de morir la certidumbre abriga,

¿Cómo será posible que indolente,
Sin gloria y sin honor, vejez oscura
En paz inútil a aguardar se siente?

¿Te entristece tal vez que no te recompensen
cual mereces? Olvida y no te apenes. Todo
cuanto deba llegarte, escrito está en el libro
de lo eterno, que el viento al azar va hojeando.

El Cielo es la visión de un ideal que puede
llegar a realizarse. El Infierno es un símil
del espíritu ardiente que ha surgido del caos
para volver al caos, aun cuando sea tarde.

De la victoria pende mi ventura,
Y emprenderá la lid: a mis afanes
El anhelado triunfo tú asegura. »


[Coloca tres botellas de vino en forma de podio]
Puesto que nuestra estancia en el mundo es precaria,
es absurdo vivir sin amor y sin vino.
¿A qué discutir sobre el mundo? Cuando muera
no ha de importarme nada que fuese o no creado.

Una vez encontré en la taberna a un sabio venerable
“¿Qué puedes -le pregunté- decirme
de aquellos que se fueron? ” “Bebe -dijo solícito-,
porque muchos marcharon, pero ninguno ha vuelto”.
¿Por qué debe inquietarme lo que oculta el futuro?

Me dicen: «¡No bebas más, Khayyam!»
Yo les digo: «Cuando he bebido,

oigo lo que dicen las rosas, los tulipanes y los jazmines.
Digo, incluso, lo que no puede decirme mi bienamada.»

Tal olor a vino emanará de mi tumba,
que todo aquel que pase cerca se embriagará.
Tal serenidad rodeará mi tumba,
que los amantes no podrán alejarse de ella.

*Odas de Píndaro. Traducidas en verso castellano. Ignacio Montes de Oca (Madrid 1883) Píndaro, príncipe de los poetas líricos. Fue Tebano, del pueblo de Cinoacéfalas, entre Tespias y Tebas, en Beocia. Su padre fue Daifanto; otros dicen que Escopelino ó Pagondas: algunos conjeturan que este último fue su padrastro, y no falta quien llame al segundo su tío. Tuvo por madre y primera preceptora Mirtis o Mirto, y nació, poco más ó menos, el año 520 antes de Jesucristo, contando de 37 a 40 cuando la armada de Jerjes fue vencida frente a Salamina. Su principal maestro, no sólo en la poesía, sino en pulsar la lira, fue Laso de Hermione, célebre poeta, tutor de famosos ditirambos. Tuvo también por preceptor Simónides, el lírico más insigne de aquellos tiempos; aunque, si esto es cierto, poco imitó el fogoso discípulo al suave templado maestro.
**Rubaiyat de Omar Khayyam según la versión de Edward Fitzgerald

Créditos de la imagen: Colección de la revista, arte veneciano

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