Bolero para un revolú
XXXI Edición (Temática: Boleros)12 de julio de 2021Yo fingía que bailaba bien, era un tema de creérselo. Ella se daba cuenta, pero podía ignorarlo porque quería estar ahí. Además, parecía que el DJ no iba a aflojar el ritmo. Él andaba preparando comida en la estufa y cada ciertos segundos giraba a la computadora, hacía un cambio y regresaba a la sartén. –Cánsense para que coman más—. Él no iba a ligar ese día así que no le importaba lo que sucediera en la pista. Estaba mezclando la música a su propio capricho, de acuerdo con la lista que él quería escuchar. No lo hacía mal, pero yo quería descansar y no daba tregua. Si yo quería fingir que bailaba, que lo sufriera.
El espacio nunca ha sido muy amplio, a veces reordenaban los muebles, pero no era suficiente para detener los recuerdos. El que parecía el jefe me volteaba a ver desde el otro lado del café. –¿Recuerdas cuando le escribiste una historia a una persona y dejaste las hojas dentro de un sobre junto a una copa de vino? Tú ni estabas aquí y nos marcabas cada 10 minutos porque querías asegurarte que todo funcionara. O aquella noche en la que no volteabas a ver a nadie porque te la pasaste besándote con otra persona en la esquina derecha, justo encima del otomano.—
Coincidentemente en ninguna de esas noches bailé tan mal. Estaba lo suficientemente preocupado en retener la atención de otra persona que la música fluyó de alguna manera. Mientras tanto el DJ seguía friendo papas y pasando los sándwiches por la parrilla. Ya me había entregado más de uno con el pan inferior quemado así que no quería reclamos. Algo tenía que sufrir si queríamos una noche perfecta y no sería la cocina. —¿Si no luego con qué pagamos la renta? Cualquiera puede cantar un Bolero, pero mantenerse cantando uno durante diez años no es rentable sólo con un tocadiscos.—
Luego estaba el perro que se salía de la cocina y se lanzaba contra la gente en la calle, bueno, más bien contra sus perros. No medía en un principio el tamaño, ya que estaba frente a ellos decidía si lo mordía o se hacía el muerto. Generalmente interrumpía el baile, se armaba la pelea. Salía otra persona de la cocina para separarlos. Mientras tanto, las papas seguían en la freidora y se acababa la música.
—Vuelta al disco— gritaba el que parecía el jefe.
—Vaya necesidad de tocar Boleros con vinil, pero se quejan cada vez que pongo la computadora— le regresaba el DJ desde la cocina.
A veces se armaba una mesa central en la calle para comentar las canciones. –Ésa es de aquella isla— decía uno, pero nadie lo verificaba.
—Ya que pongan la salsa —decía otro– la ponceña o de perdida una santiaguera.
—No hay humor para complacencias —pensaba el DJ– Qué se esperen, todavía falta mucho plátano por pasar por el aceite.
Y ya dije que no importaba mucho como uno bailara, pero siempre había quién nos criticara: en la esquina izquierda, sobre los sillones otomanos, sobre la pista de baile improvisada en el pasillo, en la mesa central exterior y en las diferentes sillas laterales. Qué si el paso es muy grande o corto. Qué unos daban vueltas como cubanos y que la salsa caleña era más refinada.
—Yo lo que sí sé hacer es jugar pelota —decía el DJ– la que sea, pásenme una, pero si me pongo a bailar se quedan con hambre.
—¿Recuerdas aquel día en el que jugamos ajedrez con las espinacas?
Es que ésas no tenían que pasarse por la freidora y quedaron duras como madera. Funcionaban mejor como fichas. Además, desfiguradas. Al final rellenamos los pimientos con carne, nadie reclamó. El vegetarianismo es como una lista de reproducción, hay errores.
—Menos en los viniles— dijo el que parecía jefe.
—También ahí –alegó el DJ— una de cada tres veces los rayan al ponerlos, por eso debería cada uno dedicarse a hacer sólo una tarea, pero no, todos quieren hacer de todo.
—Sí, pero ¿ya viste por qué no me levantó del asiento? —respondió el que parecía jefe– de vez en cuando superviso, alerto de lo que necesita atención, asesoro al personal, pero ¿ir a hacerlo? No, hay que esperar al que lo sabe hacer bien, no queremos problemas.
—¿Por qué no pones de nuevo ese bolero de la persona que recibió 47 disparos y ni así se lo acabaron? ¿O al menos una salsa? ¿De ésas que se escuchaban aquella noche de abril de hace tres años?
A los que bailan nunca los suelta el pasado. En especial por las fotografías que van juntando los de la mesa central exterior. Jamás los he visto mover los pies, pero en tres horas ya tienen un sticker circulando de cada uno de nosotros por las redes . ¿Recuerdas cómo se traían al que se quedó dormido y borracho en una silla de las de afuera un 16 de septiembre por la madrugada? Le colocaron una bandera en uno de los codos y le mandaron la escena a una de sus viejas parejas.
–Cabrones —respondió ese mismo desde la barra– sólo se las perdono por aquel día que me anduvieron cuidando las espaldas cuando me quedé atorado 45 minutos en el baño.
–No podía desatender la freidora, pero aun así te ayudé —dijo el DJ— nos quedamos sin música casi 20 minutos porque no podía acércame al tocadiscos. Se escuchaban todos los ruidos desde fuera. Vaya estómago que tienes.
—¿Estómago? Si ni siquiera se sentó en el asiento —gritó el que parecía jefe— menos mal que no duraste la hora entera porque el cliente que estaba enojado nos tiraba la puerta.
Mucho amor a los Boleros pero se les olvida que sólo son música. Amor, amor, sólo hay por la comida y tal vez por la cerveza.
—Te íbamos a llevar ese coctel que se prepara con una coca cola y un vaso con hielo. A falta de subsalicilato de bismuto, al menos una solución limpia tuberías.
La salud no es eterna en la pista de baile, pero finjamos que lo sea.
—Yo siempre he dicho que la cocina debería tener una hora de cierre –gritó desde el otro lado el que parecía jefe— pero la manejan a criterio.
A criterio suyo —le respondió el DJ— luego anda pidiendo arroz con pollo a la medianoche.
—Lo necesito ocupado, si no se apaga el horno y sólo podemos vender cerveza. ¿Alguna vez has cantado un bolero borracho?
—¿Y la mujer suya? ¿Ya le dijo que la extraña y que no puede con su ausencia?— gritaron desde uno de los otomanos.
—Yo sólo estoy cantando, no se asusten— gritó de nuevo.
—Ya viene pronto, la otra semana.
—Los boleros van semana por semana, no me pidan ni el menú ni la lista de reproducción con anticipación que el aceite se cambia todos los días.
—Cada ocho— gritaron desde la barra.
—No, no, ¡siete más uno! Como el paso doble de la salsa, claro, cinco, seis, siete, siete más uno…
—¡Vuelta al disco!
—Ya voy a poner mejor la computadora, se acabó el gas— respondió el DJ.
Yo seguía dando unos pasos, la música no se detenía. Había de nuevo una fila de personas esperando para entrar al baño. Podía seguir fingiendo que bailaba bien. Ella no se daba cuenta, tenía hambre y habían cerrado la cocina.
Créditos de la imagen: Bolero Café, Guanajuato 80, Ciudad de México (Foto: Cholulteca)
Adrián Hernández Santisteban
Letras tropicales
Editor de La idea lista
Las ideas nacen de repente y con algo sencillo y música para aprender a bailar.