LXIII Edición: Temporada de lluvias

3:20

Iba a ser un golpe magistral. Lo planeó durante un año: le tomaría sólo 3 minutos con 20 segundos volverse rico. 

Javier había entrado a trabajar a la joyería La Princesa, como vendedor de mostrador. Era alto, rubio, ojos miel. Tenía la pinta de gente decente para que nadie sospechara de él. 

Las señoras y señoritas, ricas o no, entraban constantemente para preguntar por cualquier cosa para ver y hablar con aquel vendedor, que además era un encanto.

Su popularidad se tradujo rápidamente en ventas y fue así como pasó de vendedor a gerente. Luego a la mano derecha del dueño, Urbano Aragón, un viejo usurero que había logrado entrar al negocio de las joyerías de la mano de su compadre, el ‘güero’ Arciniegas.

El viejo Urbano veía en Javier un signo de pesos; Javier veía lo mismo en Urbano. Se preguntarán, ¿qué más buscaba ese rubio, guapo, en sus treintas, si tenía un buen trabajo, una carrera ascendente en el negocio de las joyas?

Quería ser tan rico para no necesitar trabajar nunca más, darse la vida que si se daban Urbano y Arciniegas, y nunca, nunca más ser humillado como lo había hecho Paula, aquella joven de ojos verdes que conoció en un bar del centro de la ciudad. Ella, al ver el porte de Javier, pensó que sería un niño rico, de los que frecuentaban el bar, no el mesero.

El flechazo fue intenso. Él le invitó unos tragos, ella le dio su teléfono. Por meses, Javier escondió su verdad hasta que un regalo delató su pobreza: un collar de amatista púrpura, el color favorito Paula que colgaba de una delgada cadena de plata. Había ahorrado semanas para comprarlo. 

Su regalo “corriente”, como lo llamó Paula, terminó en el suelo, cuando Javier confesó lo que era. Ahí se acabó el amor. “¿Qué van a decir mis amigas si les digo que ando con un mesero?”, dijo antes de dar media vuelta e irse. Javier juró que nadie lo volvería a mirar con lástima y desprecio. Un día tendría diamantes, rubíes, oro, sería rico, podría comprar a quien quisiera.

Mirando el aparador de La Princesa fue como Javier consiguió trabajo, sin pensarlo y sin pedirlo. Urbano le vio buena pinta para mostrar sus productos.

En unos meses sabía mucho más de piedras, quilates y pesos que Urbano. Aprendió a diferenciar lo valioso de las baratijas y también que lo exhibido en los aparadores no era lo más caro. Eso era lo “del tesoro”, como decía Arciniegas, estaba atrás, en la caja fuerte del despacho de Urbano.

Collares, pulseras, aretes, que no valían cientos, sino millones. Joyas sobre pedido o de exhibición para los realmente ricos del país. A ese par de viejos tontos cuando se emborrachaban y se ponían a escuchar boleros y rancheras les daba por alardear de lo ricos que eran y de quiénes habían usado sus joyas: desde Sofía Loren hasta María Félix. Le mostraron el queso al ratón más codicioso.

A partir de la primera vez que vio aquellos tesoros comenzó a fraguar el plan para robarlos. A la par contactó traficantes para vender las joyas, que según sus cálculos valían unos 5 millones de dólares, porque de nada servía robarlas para tenerlas bajo el colchón.

El plan era simple: como cualquier día se despediría y se iría a 7:55 pm y no a las 8 para salir por la puerta delantera, antes de que se bajara al cortina, así la cámara lo tomaría saliendo y caminando hasta desaparecer de la toma. 

A partir de entonces tendrían unos 10 minutos para regresar por la calle de atrás y esconderse en la caja de la camioneta de Beto el de los abarrotes. Ahí esperaría a que llegara el chofer por los viejos y se fueran. El sonido del arranque del auto sería el aviso.

En ese momento empezaba su carrera contra el tiempo. Una vez cerrada la puerta trasera le tomaba a la alarma bloquear todas las puertas 3 minutos con 20 segundos. Una vez configurada, si alguien la cancelaba con el código, se mandaba una alerta a la compañía y a los dueños. Javier sabía que si entraba y salía en ese breve tiempo, la compañía no registraría nada. El reto era lograrlo o se quedaría atrapado. 

Por días ensayó la ruta. Sólo le faltaba medir esos últimos y cruciales 3 minutos con 20 segundos. Lo más fácil era llevarse un cronómetro pero tenía dos inconvenientes: al final del tiempo sonaría una alarma y alguien podía escucharla; además perdería valiosos segundos en mirarlo.

Un día, en una borrachera con los viejos, de un chispazo le llegó la idea: usar una canción, una con 3 minutos y 20 segundos. Así sólo por la melodía o la letra sabría cuánto tiempo le quedaba. Incluso podría medir en qué verso de la canción debía estar ya frente a la caja y en cual otro dejar lo que ya no pudiera echarse al portafolio y salir de prisa. 

Pensó en alguna de las canciones que le gustaban a los viejos, así podría ponerla durante el día y hacer el recorrido del robo mientras contaba sus pasos. ‘Júrame’ fue la elegida.

Júrame que aunque pase mucho tiempo

Nunca olvidaré el momento en que yo te conocí…

Mírame, pues no hay nada más profundo

Ni más grande en este mundo que el cariño que te di…

32 segundos, suficientes para que los viejos doblaran en la esquina.

Bésame con un beso enamorado

Como nadie me ha besado desde el día en que nací

49 segundos, mete la llave, abre la puerta y entra. 

Quiéreme, quiéreme hasta la locura

Y así sabrás la amargura que estoy sufriendo por ti

1:08 minutos, ya está frente a la caja. Los viejos no sospechan que por semanas Javier los ha espiado, para descifrar la clave. Hace unos días lo logró. Sus manos ágilmente, pero con cuidado, sacan las joyas de sus cajas y las meten en un portafolio.

Todos dicen que es mentira que te quiero

Porque nunca me habían visto enamorado

Yo te juro que yo mismo no comprendo

El por qué tu mirar me ha cautivado

Cuando estoy cerca de ti ya estoy contento

No quisiera que de nadie te acordaras

Tengo celos hasta del pensamiento

Que pueda recordarte a otra persona amada

2:00 minutos comienza el estribillo. Tiene un minuto 20 para acomodar las cajas ya vacías, cerrar la caja, atravesar el pasillo hacia la puerta y salir.

Júrame que aunque pase mucho tiempo

Nunca olvidaré el momento en que yo te conocí

Mírame, pues no hay nada más profundo

Ni más grande en este mundo que el cariño que te di

2:45 minutos camina por el pasillo, por la prisa se le atora el zapato en un borde de la alfombra, caen con la rodilla derecha. No hay tiempo de dolor. Ni de acomodarse el audífono izquierdo.

Bésame con un beso enamorado

Como nadie me ha besado desde el día en que nací

Quiéreme, quiéreme hasta la locura

Y así sabrás la amargura 

3:03 Con las manos temblorosas de excitación, abre la puerta.

Que estoy sufriendo por ti…

Mientras Javier dobla la esquina con la rodilla punzante y un portafolio que lo hace caminar ladeado a la izquierda termina el bolero que lo ha ayudado a iniciar la que planea será su vida de rico.

Créditos de la imagen: Pxfuel, https://www.pxfuel.com/en/free-photo-jxrnc

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