LXIII Edición: Temporada de lluvias

Los carros no pueden andar

La calle está vacía; los carros no pueden andar. Los motores todavía prenden y se vende gasolina, pero cerraron todos los sitios a los que uno puede ir. Dejaron la acción de echar llave a la puerta de la casa y moverse por la ciudad sin un sentido porque sólo caminar por el hecho de hacerlo es difícil sin un estímulo. Yo lo hacía con un libro en mano y a veces los automóviles se tenían que frenar en seco porque no veía la calle. Así se mueren los distraídos y los lectores, por eso no se debe leer novelas en la calle, es demasiado enganche. ¿Cuántos autobuses no dejé pasar porque no quería interrumpir la lectura hasta que se acabara el capítulo? Los que duran más de 15 hojas son un riesgo. Yo salía con la encomienda de no regresar hasta terminar. Una vez llovió y me tuve que meter a la banca de una iglesia a terminar la lectura. Me parece que empezaron la misa de las 6 antes, para que me apurara. Tenía que adelantarle a las páginas de relleno para poderme levantar al momento del órgano y terminar en la calle antes de que cerraran las puertas. No suelo acabar a tiempo si me colocan presión. Salía por una de las puertas laterales y seguía caminando con el libro en la mano pero ya para ese momento oscurecía y sólo me quedaba colocarme debajo de un poste de luz, mirar de reojo la avenida y avanzar lo más posible antes de que saliera el último autobús. No siempre lo lograba, ya en la sala me quedaba hasta la madrugada. Las calles vacías a esa hora y uno estaba encerrado leyendo, y eso que en aquel entonces sí se podía salir después de las 6 de la tarde.

La casa se quema si uno lee todo el libro sentado en el mismo sillón. Hay que hacerlo por partes y en movimiento. En las actividades mecánicas se puede leer, por ejemplo, trotando sobre una pista de un parque. En una hora sin obstáculos, o sobre una cinta de 400 metros de tartán. Ahí se corre y se lee en automático. El cuerpo ya sabe en qué puntos debe voltear ligeramente el ángulo de los pies y avanzar hacia adelante. La misma acción repetida constantemente deja a la cabeza con libertad para otra actividad. Dos pájaros volando en el mismo momento. Aún no he probado que pasaría sobre un vehículo eléctrico que toma sus propias decisiones o, ¿habría algún incendio si uno lo hace a caballo?

Regresando a las calles vacías después del toque de queda recuerdo que solía suceder que no quería leer más y asomaba la cabeza por la ventana central y veía colores en el cemento de la calle. En eso se escuchan tres personas pasar por la calle que saludan. Hago como que no veo pero es evidente que todos estamos presentes. Hace calor, ¿quién quiere estar adentro? Siguen por la banqueta, caminan hasta la otra cuadra, yo sigo en la ventana observando ahora las líneas blancas que separan los carriles vacíos. Vienen de regreso, –Papí— gritan, saludo con la mano. Tal vez querían entrar, el departamento está vacío. Simulamos que lo hacen, me las imagino adentro. Sólo hay agua, no está fría, da igual, a ver si ya funciona el aire acondicionado y se refresca un poco el cuarto. El portero del edificio sonríe, ante cualquier acción fuera del guion solicita dinero. Puede pasar también si lo desea, a lo mejor él sí tiene cerveza en su nevera. Todo es simulado, continúan de frente. Dan la vuelta en la otra esquina y desaparecen. La calle continúa vacía, pasa algún camión con carga, dos o tres veces, vacío y lleno, así repetidamente. Algún carro de servicio también y después la policía con las luces prendidas pero las sirenas apagadas. A lo mejor vieron a las tres personas que pasaron frente a mi ventana, pero con una ciudad tan vacía ni cómo detenerse a interrogar a los que ignoran la orden de queda. Finalmente, todos pasan de largo y ni cómo prender un incendio, no hay leña en ningún sitio. Cae una lluvia ligera, se escuchan las olas romper a lo lejos.

Tal vez debería robar un caballo y andar sobre su lomo llevando el fuego. Hay gasolina de sobra, nadie la está usando. Una ciudad en llamas haría que todos estuviéramos ocupados buscando agua, sin embargo, la lluvia no cesa, controla los impulsos. Avisan que el toque de queda se extiende una semana más. Siguen sin circular los carros. La orden no es para los caballos, insisto, necesito aprender a montarlos. ¿Será que también se puede leer sobre ellos en forma automática? El animal puede tomar sus propias decisiones, ojalá sólo me regrese a la casa antes de las 6 de la tarde. Si no, no quedará de otra más que pasar ahora sí a la estación de servicio, verter gasolina sobre las hojas y comenzar la quemada. La policía tendría que prender las sirenas, echarían abajo las restricciones y podría leer con tranquilidad de nuevo junto al poste de luz, o en el atrio de la iglesia. Dejaría de quemar el sillón de la casa con las novelas y las terminaría junto al camión de bomberos. Al fin que la lluvia en la ciudad no demora, ya se controlará el incendio.

Créditos de la imagen: Pixabay, marsblac, https://pixabay.com/photos/arrow-road-road-signs-sign-1043850/

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