LXIII Edición: Temporada de lluvias

La Carga

El puerto estaba desierto. Desde el río soplaba un viento helado. Isidro y Lionel bajaron de su camión, cubiertos con sus abrigos raídos. Caminaban en silencio; parecían fantasmas deambulando entre los contenedores. Sus rostros reflejaban preocupación. Hacía mucho tiempo que los dos hermanos estaban desempleados; tenían claro que debían encontrar la forma de obtener algo de dinero para aliviar los apuros económicos por los que estaban pasando. Ya lo habían intentado todo, pero sin éxito, por lo que decidieron ir al puerto para tratar de conseguir trabajo como estibadores.

De pronto, de las sombras surgió, frente a ellos, un individuo con el rostro cubierto, sólo podían ver sus ojos; les preguntó qué hacían allí a esas horas y con ese clima inhóspito. Cuando contestaron que buscaban trabajo, les hizo una seña para que lo siguieran. Los hermanos, intrigados, caminaron detrás de él hasta llegar a un sitio en el que se toparon con un automóvil, con vidrios oscuros, oculto detrás de unos contenedores. El sujeto tocó con los nudillos en una de las ventanas; desde el interior se alzó la voz de un hombre y les indicó que entraran al vehículo. Isidro y Lionel sintieron escalofríos. Aunque estaban muy asustados, pensaron que, mientras estuvieran juntos, nada malo les sucedería, por lo que subieron a la parte trasera.                                                           

El hombre les hablaba desde el asiento ubicado al lado del conductor, su rostro no era visible para ellos, sólo podían escuchar sus palabras. Les dijo que si estaban buscando trabajo, él les podía ofrecer uno, fácil y con excelente paga. Antes de comenzar les daría un adelanto, pero tenía una condición: no debían hacer preguntas, y en caso de no aceptarlo, tampoco podrían comentar ese encuentro con nadie. Asimismo, les advirtió que, si no cumplían con esa exigencia, se expondrían a problemas serios. Durante unos minutos quedaron en silencio, meditando, luego se miraron y, sin intercambiar palabra alguna, aceptaron el trabajo. No estaban en condiciones de rechazarlo, aunque eran conscientes de que se trataba de algo ilegal y arriesgado.         

El hombre sin rostro le entregó un sobre al sujeto que los había guiado hasta allí, le susurraba: «aquí está la mitad de la paga junto con las instrucciones sobre lo que estos dos tienen que hacer, el resto lo recibirán al terminar el trabajo. Deben encontrarse contigo a la medianoche en el muelle número cuatro y esperar ahí la llegada de un barco que traerá la carga que tendrán que transportar a la dirección escrita». Sin hacer ningún comentario los tres hombres bajaron del auto.

Isidro y Lionel caminaron lentamente hacia el muelle, perdiéndose en la oscuridad. Decidieron ir a tomar unos tragos, algo que seguramente los ayudaría, no sólo a entrar en calor, sino también a levantarles el ánimo y a no pensar, al menos por un rato, en el lío en el que se habían metido.

A la salida del puerto había un bar en el que concurrían marineros, estibadores, pescadores y prostitutas y en el que esperaron hasta que se hizo la medianoche. Cuando las agujas de sus relojes se acomodaron una encima de la otra sobre el número doce se adentraron en las tinieblas. Un viento helado azotó sus rostros, enrojecidos por el alcohol. Se arrebujaron en sus abrigos viejos y se dirigieron hacia el muelle número cuatro.

Lograron vislumbrar un barco aproximándose al puerto. Luego de unos minutos atracó en el muelle. Varios sujetos saltaron de la nave y se perdieron en la niebla. Se oyó un ruido. De entre las sombras surgió un contenedor enorme enganchado a una grúa y se posó sobre el muelle. Cuando la puerta se abrió los hermanos escucharon gemidos y sollozos. Intentaron ver dentro, lo único que lograron distinguir fueron una cantidad de bultos amontonados. Alguien gritó: ─¡vamos… abajo… rápido… no tenemos toda la noche!

Los bultos, tambaleantes, comenzaron a moverse y se acercaron a ellos, los hermanos se dieron cuenta de que eran mujeres muy jóvenes, casi niñas. Estaban cubiertas con túnicas coloridas: sucias y desgarradas. Pañuelos envolvían sus cabezas, sosteniendo apenas sus melenas. Las adolescentes se apretujaban una contra la otra, como para darse calor. El terror se reflejaba en sus rostros. Estaba claro que no eran nativas del país, tenían la piel y el cabello muy oscuros. De sus ojos brotaban lagrimones. Isidro y Lionel se miraron atónitos y supieron que las jóvenes habían sido traídas contra su voluntad.

Los hermanos sintieron náuseas, cerraron los ojos y en sus mentes surgieron imágenes de sus propias hijas, que en ese momento tendrían, más o menos, la misma edad que esas jóvenes. No podían permitirse ser débiles, sabían que debían ocuparse de las necesidades de sus familias, dejaron sus escrúpulos a un lado y continuaron con “el trabajo”.

Las jóvenes lloraban y se quejaban, mientras que un sujeto las obligaba a caminar hacia la parte de atrás del camión y las empujaba para que subieran a la caja donde se acomodaron, como pudieron, sobre el piso. Una vez que estuvieron todas dentro, se le ordenó a uno de los hermanos cubrirlas con una lona. Luego le hicieron una seña al otro para que cerrase la puerta trasera del vehículo. Dejaron de escuchar los llantos y gemidos que, volvió a reinar el silencio.

El sujeto que tenía el envoltorio con el dinero y las instrucciones se acercó a ellos, se los entregó y les dijo que debían transportar “la carga” a la dirección que estaba dentro del sobre y que, cuando la entregaran, recibirían el resto de la paga. Los hermanos subieron al camión, contaron el dinero y leyeron las instrucciones. Luego levantaron sus cabezas y alcanzaron a ver el barco alejándose lentamente del muelle y perdiéndose en la bruma.

Mientras partía, los dos hombres se sentían oprimidos. Se preguntaban cuál sería el destino de “la carga”. Se miraron e instintivamente supieron qué hacer. Isidro conducía el vehículo, apretó el acelerador y tomó a toda velocidad el camino opuesto al que decían las instrucciones. Sintieron detrás de ellos un sonido de motores. Al mirar por el espejo retrovisor vieron que un par de autos los perseguían. El miedo los invadía, estaban seguros de que la decisión que habían tomado era la correcta. Finalmente, Isidro y Lionel se sentían tranquilos. 

Créditos de la imagen: Pixabay, justincobb1, https://pixabay.com/photos/warehouse-bay-storehouse-industry-2696005/

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