LXIII Edición: Temporada de lluvias

Ella y Él

Han pasado los años y se ven por la ventana las estaciones suceder una tras otra irrevocables como lo es su amor. Ella despierta primero que el sol, se sienta al borde de la cama, respira profundo, incorpora sus sentidos y revisa que Él también respire como Ella. Se toma unos pocos minutos, hace una oración, se levanta de la cama, va al baño para lavar su cara, para ver su rostro en el reflejo del espejo y reconfirmar que es Ella, que aún está. Después de arreglarse y quedar aceptable (según sus criterios y los del espejo) para estar en casa, baja a la cocina enciende algunas luces y prepara el café.

Él, aunque dormido, siente el desnivel del peso en la cama, ya sabe que Ella se levantó. Entonces observa su reloj aunque sospecha claramente cuál es la hora, aún así se sorprende, recostado empieza a incorporar su cuerpo, despierta totalmente y se sienta en la cama, suspira con aparente desazón aunque no la tiene, reflexiona en silencio observando la ventana y la aparición de la luz del sol. Al terminar vuelve a suspirar con aparente satisfacción. Alista sus pantuflas, va al baño, se acicala y se percata que huele a café, baja las escaleras apaga algunas luces. La ve a Ella disponer la cocina para preparar el desayuno, se acerca, le da buenos días a Ella con un “good morning, honey”, a lo que Ella responde de igual manera. Se abrazan y se besan sutilmente, con la suavidad de la nieve cuando toca la tierra. Así inicia el día.

Café o a veces té, jugo de naranja, pan tostado con mantequilla y mermelada, huevos fritos, revueltos o con tocino. Es el menú recurrente y esto se acompaña con una importante conversación sobre la vida de los otros: vecinos, familiares o amigos, y lo que sucede en la vida y la muerte, el trabajo, los conflictos personales y las celebraciones, y por supuesto del clima. En estas regiones geográficas el tiempo determina la agenda de los días. Todos estos temas son comparados con su propia vida no para justificar lo correcto o lo incorrecto, quien lo hace mejor o peor, sino para entender su propio trasiego cotidiano. Ella termina de beber su café, el empieza a lavar los platos, todo funciona en un compás armonioso, adentro de las paredes de su acogedor hogar el tiempo transcurre ligero, no se agota ni se choca, no es áspero ni azaroso.

Ella sube a tomar una ducha, Él baja al sótano para arreglar un asunto de herramientas. Ella se cambia de ropa y vuelve a bajar, revisa el correo y algunas cuentas por pagar. Él regresa del sótano, habla de las cuentas con Ella y luego sube a bañarse. Se cambia de ropa, baja y regresa a revisar el buzón que está afuera en el frente de la casa. Recoge las cartas y algunos paquetes, regresa a la sala. Está contento, sus tabacos han llegado. Ella revisa su e-mail, realiza algunos pagos en línea, envía tarjetas de felicitación por diferentes motivos, en el buzón había una tarjeta para Ella de parte de su hija que dice que la quiere y que la extraña. Ella se siente contenta. La mediana del día ha llegado y para la sed ambos beben un par de tragos de agua fría y filtrada.

Hoy no hay compras, la alacena está llena y el congelador del sótano también. Hoy no hay ropa que lavar, toda esta limpia. Hoy no hay visitas, la cena con los amigos será mañana. Hoy será tranquilo, sólo los dos, como casi toda su vida, como casi todas sus horas. Aunque apenas inicia la primavera y el viento es fresco, se presenta benévola y la tarde podrá disfrutarse en la terraza del patio trasero. Él mira el reloj de la pared y aunque sabe que hora es, se sorprende. Apresura el paso a las escaleras del sótano, toma una botella de whiskey irlandés, va a la cocina y prepara dos vasos con hielo. Uno para Él y su irlandés, otro para Ella y su Coca-Cola regular con azúcar de caña hecha en México. Salen a la terraza, el sol es tenue, hablan de su pueblo y las elecciones locales y cada tanto también hablan del resto del estado. La tarde se acentúa. Él fuma su puro, Ella lee un libro, música a volumen suficiente para escuchar y conversar sale de un par de bocinas mimetizadas con la sencilla decoración de la terraza. En medio de los rituales personales, Él comenta sobre la cena y Ella le dice que le gustaría comer de ese delicioso pastel de carne que Él prepara. La cena queda concertada.

El salvoconducto primaveral ha terminado, el viento se torna frio y ambos regresan al interior. La tarde-noche cede su luz y su voluntad. Ella toma una pequeña siesta en el sofá, sentada con su libro en la mano y Él prepara la cena y escucha su emisora con los hits de los 70´s. Ella despierta, Él tiene lista la cena, sólo esperaba en el sillón al lado del sofá el despertar de Ella para cenar juntos en la barra de la cocina, tal vez su lugar favorito de la casa. Comen el jugoso pastel de carne y, mientras Él termina el ultimo pedazo, Ella se levanta y empieza a lavar los platos, una sincronía asombrosa. Mientras organizaban la cocina quedó acordado que esta noche habrá show policiaco, siempre dos capítulos tal vez tres. Ya en la sala con el show listo, Él en el sillón con su irlandés, Ella en el sofá con su té.

La noche se ha concretado, de nuevo una conexión magnifica para cerrar, apagar y guardar, el último en subir apaga la luz no sin antes observar la sala y la cocina y cerciorarse que todo está listo. Su mundo interior, sus cosas, sus días, todo lo que han diseñado juntos funciona con armonía, su amistad es férrea y su amor irrevocable, así que se pueden retirar al cuarto, seguramente a soñar sincronizados.

Para Cecilia y Jack

Créditos de la imagen: Edward Hopper, “Cape Cod Evening” 1939

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