LXIII Edición: Temporada de lluvias

Del amor…

—No hay nada mas valioso que tenga el ser humano que el amor— me dice mi esposo enojado en la cocina cenando sus quesadillas. No me lo está diciendo a mí. Él y yo tenemos una idea bastante clara de lo que el amor significa para nosotros. Nos conocemos hace quince años y tenemos dos hijos. Se lo está diciendo a él mismo.

Más especifico se lo estaba diciendo a su padre. Su padre: un hombre con mucho dinero, muchas mujeres y muchos hijos. Un señor que tiene absolutamente todo y decide ignorarlo. Pareciera que el amor lo rodea a cada paso que da, pero las personas a su alrededor no lo respetan, hablan a sus espaldas, y le temen. Un hombre que podría tener todo el amor de sus hijos y nietos vive completamente solo, bueno, con su enojo que lo paraliza y nos paraliza a los que lo rodeamos.

Recuerdo cuando fue el temblor en el 2017, como las personas estaban amontonadas en las calles intentando ayudar como fuera. Las colas de los supermercados eran interminables con carritos llenos de aguas y víveres para donar. Las calles vacías para dejar pasar a las ambulancias. Ahí estaban todos haciéndole gran honor a Frida, la perrita rescatista que ayudo a encontrar tanta gente en los escombros.

Eso fue lo que yo vi, pues, vi el amor, la comunidad y la ayuda entre personas desconocidas, las unas con las otras. Esa necesidad de nosotros de hacer lo que fuera posible para apoyar en esas condiciones en las que nos encontrábamos en ese momento. Me asustaba cómo le iba a explicar ese momento a mi hijo mayor cuando fuera más grande y me acordé de algo que un día leí en algún lugar. Decía, “cuando haya un terrible accidente o un desastre natural, voltea a ver a toda la gente que está ayudando, siempre la hay”. Y por supuesto que la vi.

Claro que –cuando tuve esta platica con mi suegro— tuve la reacción completamente contraria. Enojado con el gobierno, mentando madres por todos lados, viendo que sus oficinas no hubieran recibido daños, pensando en cuanto le iba a costar este chistecito a su empresa. No dudo que no se haya preocupado por sus hijos y por sus nietos, pero sus prioridades parecían estar muy alejadas a lo que yo estaba viendo.

Después de terminarse su tercera quesadilla –y recordar aquel temblor y para quitarse el enojo con el mundo— mi esposo comienza a hablar de otra de sus pasiones en la vida. Una película del espacio que a mi me parece tremendamente larga, pero que él ama. La música, la fotografía, el diálogo, puede hablar horas sobre el diálogo. Sobre todo, ama la parte en la que mencionan que “el amor trasciende el tiempo y el espacio” y en eso estoy completamente de acuerdo con él y su eterna película. De verdad, espero que sea cierto.

Claramente en su padre no trascendió el término del amor. No entendió lo que decía su hijo, amador de las quesadillas, de las películas largas y de las pequeñas cosas en la vida. Su hijo, que reconoce perfectamente ver lo fácil que es querer a alguien y lo idiota que son los seres humanos al querer complicar uno de los sentimientos más profundos.

Y luego estoy yo, viendo a mi esposo como se le chorrea el queso entre los dedos, la salsa por la boca, con su pelo mal peinado porque son las ocho de la noche y sus hijos ya lo agotaron.

Créditos de la imagen: Pixabay, UserBot, https://pixabay.com/es/photos/quesadilla-tortilla-comida-plato-5487578/

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