Amante a la antigua
XXVI Edición12 de abril de 2021Ahí está el apuesto caballero a la misma hora y en el mismo lugar de siempre. Como cada mañana, al cuarto para las ocho en punto, en el transbordo del metro Chabacano, está esperando. Usa un viejo traje café de los años setenta, de terlenka, de esos que no se arrugaban; corbata de modelo muy pasado de moda; zapatos de charol color vino y un sombrero tipo Carmelo Benítez, la pareja de la Rojo en Danzón. Su porte gallardo a sus setenta y tantos hace pensar que fue un galán en su época de juventud.
Miles de personas van y vienen en esa hora pico en ese transbordo del metro. Todos miran ansiosos a un lado, a otro; corren para hacerse de un espacio en los trenes; comen alguna guajolota y un atole mientras recorren el pasaje de conexión entre las dos líneas de metro; pero pocos se han percatado de la presencia cotidiana del dandy extraviado.
En la mano siempre lleva una flor. No carga bolsa ni mochila alguna que denote ser un abogado venido a menos o un vendedor que hace entregas en las estaciones del suburbano. En mi rápido tránsito por su sitio, lo miro de reojo. Su cara relajada, como Buda mirando el Himalaya. No busca a nadie, no da indicios de estar ansioso por esperar a alguien. Nadie llega y mis minutos son escasos para continuar el viaje a Chilpancingo donde aún debo caminar hasta la oficina. Me apresuro a continuar el transbordo.
Por la flor en la mano, imagino que espera a una mujer. ¿Será acaso una joven encantada por sus galanteos? ¿será una mujer madura como él, pero elegante y bella? Me inclino por este escenario, no le veo cara de depravado al hombre. La musa debe ser una doña madura, con porte de Cocó Chanel, aunque pertenezca al proletariado que viaja en metro. La imagino con un vestido escarlata, y unas zapatillas negras, su bolso haciendo juego y una flor en el cabello canoso y bien arreglado.
Imagino que, en una mañana de primavera, los amantes se encuentran y se miran como adolescentes que recién descubren el amor. Ella extiende la mano y él la toma y la besa. Ella se sonroja y acepta con una sonrisa la caricia. Todo el mundo se detiene, los movimientos se congelan, en ese momento, sólo existen ellos, el apuesto caballero y su dama. El galán le ofrece su brazo vuelto percha para avanzar venturosos por en medio de la gente que ha formado una valla para verlos pasar. Los amantes a la antigua se pierden en medio de la multitud que, de pronto recobra su prisa y su ansiedad por llegar lo menos tarde al trabajo o a la escuela…
Regresé al metro Chilpancingo después de dos semanas de vacaciones. Nunca volví a ver al galán ni supe si encontró a su elegante amada. Sin embargo, cada mañana, busco entre la masa amorfa de gente que va y viene, un traje café de terlenka o un vestido escarlata por si acaso tuviera que hacerles valla.
Créditos de la imagen: Metro Chabacano, Mexico City, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Metro_chabacano.jpg
Artesana de paz y facilitadora de diálogos. Amante de las buenas historias en todas sus versiones.
Saludos, me encanto este relato romántico,; me trajo recuerdos de cuando vivía cerca del metro Chabacano, en la colona Vista Alegre, de hecho el gobierno subsidio mi casa donde vivía para extender las líneas. También recordé cuando el INAPAM organizaba el baile “La cana al aire” Vi muchos señores con sus trajes de pachuco y a muchas señoras con vestido de fiesta y tacones altos.
Hermoso relato… Muy tierno y, algo que creo es muy importante, no habla de amantes jóvenes, como suele suceder la mayoría de las veces, sino de un amor entre gente grande, por esa razón, al menos para mí, tiene más valor. ¡Felicitaciones!
Buenos tiempos, cuando viajaba en el metro.
Gracias por la añoranza.
Escribes lindo.
Efectivamente, esa mañana a las 8:30 se encontraron en la puerta de la terminal.
Gracias por el encanto de soñar.
Hermosa historia! Me trasladó a ese lugar y a esa situación. Deseo de corazón que los enamorados se hayan encontrado!