LXIII Edición: Temporada de lluvias

Saudade

Desde lo alto las observaba, ahí iban ellas una detrás de la otra, a buen paso. Bajaron por las escaleras desde el segundo piso para alcanzar la banqueta. Se encimaron entre ellas. Cuando lo lograron se organizaron en fila, marcharon en orden, diez metros adelante había una coladera, se tomaron de sus extremidades, formaron un puente, se turnaron para caminar como equilibristas. Todas pasaron a la otra orilla.

Avanzaron recostadas a la línea de paramento entre la vereda y las casas. Las miraba con detenimiento, agaché un poco el cuerpo para poder darme cuenta de que transportaban algunas cosas.

La que encabezaba la caminata aceleraba el paso, se adelantaba tantito, soltaba un paneo al horizonte, esperaba conectar con las retrasadas y avanzaban unidas. 

En la hilera, como la del puesto siete, cargaba una cuerda de guitarra. Cinco puestos atrás, otra llevaba un diapasón. La número cien tenía las letras de una canción. Mucho más atrás otra, con cierta dificultad, arrastraba la caja de resonancia. Entre el número trescientos veinte y trescientos veintiséis, las clavijas, bueno las clavijitas.

Seguro en otros espacios de la caravana transportaban: el clavijero, la cejilla, los trastes, el mástil, las otras cuerdas, el puente. De todas maneras de ese trasteo tan aparatoso que a veces simulaba una comparsa, o una guacherna, salían sonidos armoniosos acompasados. Por ratos se escuchaba un murmullo. Incliné más el cuerpo, caminaba muy cerca del piso, casi gateé al lado de ellas y logré entender las notas de una canción. Las voces evocaban a un amigo y con todas las refacciones se podía armar la guitarra de Claudio.

Créditos de la pintura: Colección privada del autor de la columna

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