Entre santos peregrinos
XXV Edición (Temática: Peregrinaciones)29 de marzo de 2021Entre los peregrinos hay bastantes santos, pero en verdad hay de todo. Uno de ellos escondía piedras en la bolsa del pantalón que aventaba a sus pares cuando iban de bajada por la barranca. Así no les parecería tan fácil el camino, aumentaba la dificultad y de paso hacía que todos ganáramos un descanso en lo que se esperaba la atención médica de los caídos. También había uno que guardaba mosquitos en una botella de plástico y la abría cuando estábamos sentados. Sólo como motivación para seguir caminando. Peregrinar es un acto de sacrificio. Ya de por sí había una historia del año anterior, ¿se acuerdan cuando la burra que venía cargando la caja con la virgen se fue de frente? Sigo pensando que la aventaron, pero es mi palabra contra la de ellos. Entre seis hicimos cadena humana para que uno de nosotros pudiera descender por la barranca y agarrar la figura por la cabeza. Si se le rompía el vestido, los mayordomos que lo hicieron nos iban a soltar con todo y la tela. La virgen salió ilesa al final de la tarde pero ya no hubo manera de avanzar más. Dormimos a lo largo de la vereda. Decidí no armar la polémica y, al día siguiente, esperé a que pasaran los demás y pudiera caminar al final del grupo. Entre medio pueblo de peregrinos que caminaban hacia el santuario, al menos yo vería las piedras volar con unos segundos de ventaja. Si ya de por sí veníamos de caminar 26 kilómetros desde el día anterior para rodear al cerro, ¿todavía pensaban que mis reflejos funcionaban para eso? Además, yo me sumé a la peregrinación para comer. No sé porque dicen que peregrinar es una manda, si no se pasa hambre. Algunos van cargando hasta con el anafre y la parrilla para asar los elotes. Aunado a eso, entre los integrantes del contingente estaban las mejores cocineras. Todavía recuerdo que alguien me había dicho que me fuera de peregrino para así caminar tres días y bajar de peso, pero es de esas ilusiones fantasiosas, al llegar al santuario yo no veía a nadie en mejor forma, sólo personas saciadas y sin sueño.
No juzgo a los hosteleros que cierran sus puertas cuando ven que ya venimos bajando del cerro. Entre santos peregrinos lo que más llevábamos era ruido. A veces la música salía del teléfono, a veces del sonidero que venía en el camión que nos seguía por la carretera, a veces de nuestra ronca voz. Ya sabían que en el pasado no consumíamos mucho en los restaurantes, en general sólo queríamos pasar al baño. Nada aseguraba que sería distinto este año. Aún así, se arma una estrategia. Se manda al mejor vestido con la playera de Jesús, o con alguna estampa en el cuello de José y María. –Mire, le trajimos aquí a estos santos que vienen desde lejos, le vinieron hoy a honrar desde el otro lado del cerro—. Lo piensan varias veces, además preguntan de qué pueblo se está llegando y si todavía nos queda dinero. Ya con la apariencia nos juzgan. Alguno abrirá la puerta. No vaya a ser que sea un tunante –piensan— pero todo negocio debe asumir un riesgo.
Y los que no entran acampan afuera, o se esperan a la llegada de las camionetas por la noche para dormir en las cajas. Cualquier sábana y almohada funciona. Será pobre la morada, pero siempre hay forma de colocar el altavoz y continuar la música hasta la madrugada. Y eso que los hosteleros están acostumbrados al escándalo pero –en venganza— comienzan a trabajar desde temprano, hacen ladrar a los perros y despiertan a los de las camionetas. Qué si por favor ya dejan de molestar.
A pesar de eso no perdíamos la santidad. Nos íbamos rotando la caja que transportaba a la madre del Divino Verbo y el que organizaba los turnos decidía a quién colocaba en las subidas y a quién en las bajadas. Ya cuando me tocaba a mí las asas estaban sudadas y olían feo. Además había que aprender a caminar, no nos dejaban hacerlo de manera normal, porque si vibraba la madera entonces se ponía a bailar la figura. Había dicho el cura que evitáramos eso, ya nos habían regañado lo suficiente hace unos años cuando unos jóvenes del pueblo hicieron bailar al niño Dios para la Navidad. Así que, con mi caminar solemne y amortiguando las pisadas, me tocaron unos cinco kilómetros con el sol en el cenit y la vereda resbalosa. Mejor así, mencionaron, la figura tiene memoria, favorece a sus mejores cargadores.
Y pasábamos por los lugares de siempre en el camino. Las piedras gigantes a medio cerro al que cada año se les llamaba con el nombre de una comadre y un compadre diferente. Tantos años hechos piedra y, ¿todavía no les perdonan el adulterio? No sean inhumanos, denles caridad. La verdad era justificado que ahí siguieran, la comadre y el compadre se habían hecho pareja a la espalda de sus esposos y esposas, pero a estas altura del año, ¿quién no había hecho lo mismo dentro del pueblo? Si por eso todos íbamos de santos peregrinos, qué caminando se llega más rápido al perdón. Los que no tenían culpa mejor habían tomado un autobús desde la terminal de pasajeros. En menos de dos horas ya estaban comiendo en el santuario y nos estaban buscando un espacio para dormir. Los jóvenes son los que íbamos con pena y ni siquiera se había terminado el tercer mes del año. Era lo bueno de la cuaresma, nacía Jesús y había borrón y cuenta nueva. Además, todavía daban cinco días adicionales de gracia durante la Pascua. Son días de transición, se puede pecar pero ya con el conocimiento firme de que una vez más, no hace daño. Finalmente, unos y otros, al terminar la peregrinación volveríamos a ser cristianos comunes y corrientes y compraríamos los papeles que venden en el santuario para hacer promesas con un porcentaje de pago ligeramente mayor como seguro por si fallábamos en nuestros propósitos. Cualquier humano puede recaer un día en la bebida y luego continuar el resto del año abstemio. No es problema para ninguno, ¿quién no falla un poco? Los peregrinos somos santos, no perfectos. Además hay bebidas santificadas por los curas, como el alcohol y las cervezas que venden en la tienda junto a la capilla del santo. ¿A poco les van a dejar vender envases sin santiguar? Si por eso peregrinamos hasta allá, que nos bendigan hasta el pecado. Además, los días de caminata y peregrinación son días libres. Si uno comete una falta, no es importante, es parte de las adversidades que se viven durante la travesía, las tentaciones a las que sucumbimos, todo en su normalidad. Ya la vida ejemplar comenzará al regresar a la humilde morada. Si uno se vive toda la ruta en el adulterio, en la casa se muestre el papel de perdón y se regresa a la vida anterior. Para todo hay lugar y momento. Ninguno de nosotros pretende regresar y convertirse en el Divino Verbo, somos peregrinos, santos por los días necesarios para caminar hasta el santuario. Sacar a la virgen del pueblo en su caja y llevarla a bendecir al santuario nos da licencia a unos días de excepción. Ella es la patrona, y la apoyamos en su camino anual para rendir cuentas ante su patrón crucificado. Ni modo que le vaya a contar de cuando la aventaron con todo y burra por la barranca. Si eso lo hicimos nosotros, los imperfectos, peregrinos humildes, de esos que viajan con su bocina, las cervezas y el anafre. Pecadores como todos, pero respetamos jerarquías. Le hacemos sus vestidos a la madre de Dios y la cargamos en la espalda sin moverla demasiado. Aún así, nosotros seguimos aventando piedras y comemos bien para seguir y no bajar de peso. Santos peregrinos todos, aunque santo –lo que se dice santo— sólo el Señor.
Créditos de la imagen: Colección del autor, Camino a Chalma
Adrián Hernández Santisteban
Letras tropicales
Editor de La idea lista
Deja un comentario