LXIII Edición: Temporada de lluvias

Ascensión dantesca

Escuchaba un viejo villancico que me remontaba a los tiernos años de la infancia, cuando vino a mi mente el misterio que se me reveló en sueños aquel día; cuando mi maestro y guía, aquel sabio anciano alado, me llamó a que lo siguiera, urgiéndome a que abandonara las insulsas pesquisas en las que ocupo los días.

Hube de seguir sus ágiles pasos conforme ascendían la portentosa montaña. Me guiaba a través de elevados senderos que conducían a la cima del escarpado gigante que se alzaba en medio de la desolada planicie.  Mi fuerza flaqueaba todo el tiempo, pero había un vigor que nacía de la poderosa esencia del anciano. Un hormigueo exhilarante recorría mis miembros y me impulsaba a seguirlo en la rápida ascensión del sagrado monte.

Era de noche cuando empezamos nuestro cometido, pero veía el cielo pintarse con gradual armonía de tenues matices de rosa anaranjado: los primeros heraldos que van anunciando la llegada del Gran Señor del empíreo.  

Llegamos por fin a la cima de la gran montaña; no cansado sino eufórico. La rápida ascensión fue despertando algo en mi cuerpo: una gradual inquietud en mis miembros, una creciente emoción emergente de algún profundo letargo.

Ya en la cima del mundo se confirmó lo que los fieles heraldos de la aurora habían vaticinado. Nos preparábamos para la llegada de algo magnífico. Parecía como si mi cuerpo esperaba con anticipación el suceso de algún milagro, como si algo fuera estallar en la vasta bóveda del cielo.

Poco a poco fue emergiendo la gran esfera de fuego de la oscuridad del eterno retorno.  En su gradual e inexorable ascensión a raíz de las tinieblas se adivinaba un poderoso canto de victoria. Como si una vez más hubiera vencido este héroe primigenio del mundo en su batalla por todos nosotros, y regresara de nuevo a reclamar el trono que por ley le pertenece desde la creación de este pequeño planeta extraviado en el océano de la nada.

Victorioso, el héroe del mundo grita y estalla en el cielo, se esparce en una explosión de luz y poder sobre sus dominios. Conforme sus flamígeros rayos van reclamando cada palmo de esta tierra húmeda y fértil, se siente estremecer la tierra ante su cálido toque. Todo lo que ha surgido de ella se llena de una emoción profunda al sentir el regreso del padre después de una noche eterna de abandono.

Es entonces que sentí activarse en mí la premonición que mi cuerpo ya venía anunciando desde que ascendí a este extraño lugar.  Una emoción profunda estalló desde algún centro oculto en mi organismo, como fuego se esparció por todo el árbol circulatorio, ascendió hasta las puertas de mi espíritu, como un torrente de vida lo sentí fluir por mis ojos y mis miembros.  

No pudiendo contener el despertar de este poder arcaico que yacía latente en mí, perdí control de mi organismo, y lo cedí al antiguo poder que había despertado de su letargo. Movióme éste en una danza estática de emoción primigenia: un canto aullante y eufórico surgió de mis cuerdas vocales, una estruendosa celebración de toda la existencia.

Fue entonces que el sabio alado me otorgó el arco y la flecha, y yo supe en un fuero interno hasta ahora desconocido cuál era el ritual predestinado para este sagrado momento. Tomé la flecha, que era mi espíritu y toda la creación contenida en su punta, en su eterna devoción al héroe de todos nosotros…Tensé el arco con una solemne expresión de sacrificio a aquél que dio la vida por todos, y me lancé junto con toda la creación unificada en una flecha de luz, un sacrificio de vida para honrar la victoria cíclica y eterna del primer héroe que luchó por el mundo.

Créditos de la imagen: Pixabay

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