LXIII Edición: Temporada de lluvias

Amigos

Alejandro Segura*
(Buenos Aires, Argentina)
3er lugar
III Concurso de La idea lista
“Comensales Pandémicos”

“Cuando te duele el estómago de tanto reírte con tus amigos es cuando te das cuenta que la vida no es tan mala si están ellos a nuestro lado”.

Esto es un whatsapp de Martín. Una verdadera afrenta como todos los mensajes que me envían mis amigos. Los traigo desde la infancia, qué podría yo hacer. La última vez que los vi, hace tres años, celebramos un cumpleaños mío, con un típico asado argentino. Éramos doce y faltaba el Cristo para el brindis final. Imaginen la escena: yo, con mis dos metros diez de altura, rodeado de personas normales, levantando una copa y diciendo brindo por mis amigos, y agregando, es malsano tener amigos como ustedes; los traigo desde la infancia, y es malsano porque ya son mi sangre, y aunque los aborrezco, aborrezco sus pensamientos, no puedo evitar llevarlos conmigo a todas partes. Salud, exclamamos todos, y cada uno se acercó a darme un fuerte abrazo de amigo.

Vuelvo al whatsapp de Martín. Lo único que me interesó al verlo fue la ausencia de la preposición entre cuenta y que. Verdaderamente me sentí rozado por el pasado. Recordé que cuando comencé mi carrera como escritor también omitía esa de. Me entristecí. Otro mal que me viene de la infancia, pensé, en fácil asociación con Martín y los otros diez. Son unos ignorantes. Y al cabo de un momento me llegó otro mensaje.

Esta vez es un videíto. Se trata de un padre enseñándole a leer a su niño. El padre dice, la m con la a, y el niñito dice, ma. El papá repite, la m con la a; ma contesta el pequeño. Finalmente el papi dice, ¿y si le agrego la tilde?; Matilde, responde su hijo. Luego viene una risotada de Don Ramón -aunque nunca resistí ver ese programa, sé que es un personaje del Chavo del Ocho-. En fin. La verdad, es una condena cargar con tantos amigos de la infancia. Nunca pude tener otros. Mi capacidad de relacionarme públicamente ha ido creciendo de manera inversa respecto de mis años. La vida es un puro alejarse.

Le contesto, ja ja.

Estamos en cuarentena y todo el mundo está feliz, eso hay que decirlo. La cantidad de sujetos que muestran videos en los que aparecen cantando, haciendo bromas, imitaciones, tejiendo frases que nos harán pensar, tocando el violín en el balcón, es realmente inagotable. De modo que, al fin y al cabo, agradezco no haber tenido más amigos que estos de mi infancia. Al fin y al cabo he aprendido el modo de tratarlos y sé que nada de lo que diga o haga puede ofenderlos. Además los veo cada tres años. Aunque pensándolo bien podría estirarme hasta los cuatro. Si es que antes no nos morimos todos. La verdad es que éramos catorce. Al último que murió le escribí un poema. Era un bello poema aunque muy por debajo de los que salen de mi pluma. Todos lo apreciaron como corresponde y me enviaron caritas sonrientes con una lagrimita de tristeza y manitas aplaudiendo.

Hace treinta años que mi verdadera vida está aquí. Lejos de la vida. Mi vasto ideal es que las letras vuelvan a brillar en mi país, suelo decir con mi típica voz engolada y todos me escuchan con delectación. Y agrego que todo el mundo sabe que la literatura argentina del siglo XX murió en Ginebra el 14 de junio de 1986. Si fuera así, yo lloro esa muerte. Pero me duele aún más que, cubierta una parte de este siglo, la sombra de aquel poeta ciego e impenitente siga sobrevolando la escena. En verdad, Borges ha asolado nuestra lengua mejor. Mi afán es interferir mientras pueda hacerlo.

La otra vida, la que no comprendo, es la que aflora en la pandemia: alguien dice cuarentena y el otro escucha primavera, época de asados. La gente es muy simple y la televisión me ha permitido algo importante, saber que incluso los suizos son unos pelmazos. Hay que festejar, estamos en un apocalipsis. Y vienen mis once caballos. Yo los atiendo cuando estoy en mi lugar de intimidad, sentado, como Dios manda, dos veces al día. Veo sus whatsapps y les respondo con un ja ja. Cuando los caballos vienen en tropel, directamente no los leo, sólo los respondo como ya expliqué.

Aquí tengo cosas más importantes que hacer. Escribo todo el tiempo, para mi tarea no hay amigos ni pandemia. Y ahora que lo pienso, claro, estoy viendo que son dos palabras que van juntas. Todo el mundo, como parece que nos estamos muriendo, quiere tener amigos. Dar el famoso abrazo. Incluso si Borges viviera querría contar con uno, pienso. En cambio yo no necesito de nadie. Salvo de Vero, el Pocho Borges -mi perrito ciego- y de Juana, que cada día se sube a mi escritorio, y que de vez en cuando me maúlla para que le haga mimos. Esto es vida: mi ventana, por donde veo que camina más gente que antes, mi termo, mi yerba… mis libros: es lo que más siento. Digo, lo que más me preocupa.

Los libros, como los dinosaurios, van a desaparecer. ¿Quién va a publicar después de todo esto? Todo esto me refiero a lo que todos sabemos y mis amigos ignoran, porque claro, ellos que ni siquiera leyeron Le petit prince, lo único que desean es que termine la cuarentena para comer un asado, un lechón, un corderito, lo que sea, con tal de emborracharse, y decir cómo te quiero. Odio esas palabras, te quiero. Mis hermanos también son empalagosos. No escriben nada sin agregar corazoncitos y varios te quiero. En fin, nos va a matar el caramelo.

Mientras escribo me siguen llegando mensajes de Martín. A ver qué dicen. Éste es una cara de John Lennon. Y una frase con letras mayúsculas. Las primeras que son blancas dicen: Ser honesto puede que no te dé muchos amigos… Y el final, con letras amarillas, agrega: Pero te dará los amigos adecuados. Y ya le estoy contestando: Martín, seré honesto contigo. Salvo “Imagine”, Lennon y sus Beatles siempre me parecieron unos compositores vacuos. Espero que sigas siendo mi amigo después de este acto de honestidad. ¿Quieren saber qué me contesta? Aquí viene: No digas nada, pero yo empecé a saber algo de ellos cuando mis hijos fueron adolescentes… es decir, por culpa de ellos. ¿Qué le podemos contestar? Sí, claro, una mentira: Prefiero a los Stones. ¿Qué dice él? Síiii… Adamo, los Quilla, Serrat, Sabina, Los tucu… ¡Noooo!, ¿Qué le digo ahora?, ¿Qué a mí me gusta Alexandra Conunova? No señor, yo le respondo: ¡¡¡Ni hablar!!! Y ¡Un abrazo! (¡Déjame escribir imbécil!).

Aquí la tengo a Juana, maullándome. Quiere que la deje salir de la habitación. Me paro, le abro la puerta y apenas la atraviesa se escuchan los ladridos de Pocho Borges. Que Borges es ciego ya lo he contado en casi todas mis interferencias en la literatura. Y es malo como el viejo que nunca ganó el Nobel. Se maneja con un único concepto: comer. Todo lo que hace se encamina en esa precisa dirección. Vero dice que es hermoso y que es un santo. Yo creo que es lindo, sí, es un peluchito, sí, pero es malo como el escritor que devastó las letras argentinas durante todo el siglo XX y lo que va de este XXI.

Ayer leí algo interesante sobre ése. En sus últimos años se encargó de correr la voz de que nunca le habían interesado los premios, las ventas de sus libros o el reconocimiento del público. Parece que uno de esos críticos que te miran las suelas de los zapatos para ver si sabés escribir, un tal García descubrió que en su juventud Borges luchó a brazo partido para que su obra se conociera. Su primer poemario, Fervor de Buenos Aires, salió en 1921. No lo recomiendo, es muy malo. Lo importante es saber que García da fe de que se imprimieron sólo 300 ejemplares. ¡Qué bueno! Y que la edición la pagó el padre del cieguito. Y que él regalaba estos libros a sus conocidos. Y que vivía mendigando “críticas”. En fin, todavía no era célebre y quizás pensaba en el futuro. En cambio yo… en cambio yo… ¡en cambio yo! Sólo tengo pasado. Y entre ellos estos amigos pelmazos que no entienden que si se calla la literature se muere el mundo.

Apropósito de esto último, ahora mismo le escribo a Martín un whatsapp: Estimado Martín, ayer escribí una letra que creo se ajusta para convertirla en un bello tango. Se llama “Suburbio” y en ella hablo de la nostalgia que me provoca recordar nuestro barrio, la amistad, la inocencia de aquellos años en el arrabal porteño. Te quería preguntar si conoces algún músico que pueda ponerle una melodía.

No contesta el hijo de su madre.

*Profesor de Historia egresado de la Universidad de Buenos Aires. Adscripto al Instituto de Literatura Hispanoamericana. Editor de la revista Círculo de la Historia. Textos míos se publican en España, Francia, México, Chile y Argentina. Como novelista he publicado “El romance del perón y la Evita”, “Jesús era bipolar” y “La venganza de Facundo Quiroga”. Colaboro regularmente en la revista Madrid Histórico y en el Boletín de la Sociedad Histórica y Arqueológica del Distrito XV de París.

Créditos de la pintura: Black Cat on a Windowsill (1902). Konstantin Korovin.

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