LXIII Edición: Temporada de lluvias

Juanito

Un día estábamos en el río, en La Higuera, tres días después de una crecida. Yo chapaleaba en las aguas de la orilla cuando de repente un hermano mayor no ubicó a su hermano menor. Juanito, dónde está Juanito, gritaba. Todos dejamos de movernos. Al rato se vio una manita y una cabecita que emergía y se zambullía en el medio del río. Todos los muchachos que sabían nadar se lanzaron a las aguas en calma y entre cuatro llevaron a Juan al paredón. Nadie sabía qué hacer; el más fuerte lo cargó a lomo y se perdió en la pendiente. Los demás nos fuimos detrás de él. Al salir del despeñadero, vi a mi padre que le movía los brazos al ahogado de arriba hacia abajo mientras otro le presionaba el pecho. La boca de Juanito se llenaba de espuma y de vez en cuando soltaba un chorrito de agua. Luego mi padre puso su boca en la suya y le soplaba. Juanito soltaba más espuma y más agua. Yo veía el cuerpo de Juanito en trusas y no creía que estuviese muerto. En cuanto le saquen toda el agua, se va a levantar. De mi padre resaltaba su ceño fruncido. Llegó el doctor Torís. Puso su estetoscopio en el pecho, tomó el pulso, se levantó y negó con la cabeza. Fue en el tiempo de las vacaciones largas, cuando no se iba ni al kínder ni a la escuela. Juanito vivía por la calle Isidoro Peraza. Lo habían acomodado en el cuarto de la entrada, estaba vestido de domingo y tendido sobre una mesa llena de flores. Antes de las seis de la tarde, lo metieron en una caja blanca, el papá se la puso al hombro, salió a la calle y todos los niños con algunas madres lo seguimos. Aquí, en vez de música se oían cohetes. Nos encaminamos hacia la iglesia, pero sólo pasamos por enfrente. A los niños no se les hacía velorio, tampoco entraban a la iglesia, y se les enterraba con su rostro mirando hacia el campo. No necesitan de la clemencia del Señor, decía el sacerdote, son inocentes; cómo vamos a llorar si a Juanito ahora Dios lo tiene en su regazo. Al momento de morir, los niños volvían al llano a continuar con los juegos interrumpidos en la Tierra. Mientras nosotros le echábamos terrones, él chapoteaba en su río. Casi nadie lloraba: en el aire flotaba la certeza de que a Juanito ya no le hacía falta nada.

Crédito de la imagen:
Pixabay, https://pixabay.com/photos/water-ocean-see-lacquer-river-2076827/

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