LXIII Edición: Temporada de lluvias

El paso de la barranca

Una vez me propuse encontrar un camino para atravesar una barranca. Claro que ya había algunos puentes para entonces, uno de ferrocarril, otro para autos y un tercero curvo, destrozado, antiguo y abandonado. Parece que era una barranca muy importante y por eso requería cruzarse rápido. A primera vista ni siquiera parecía tan ancha. Si uno se para de frente en un lado o en otro, frente al abismo, y grita con ganas, con bastantes, pasan las palabras. No sé si en el pasado ya había freesbees, pero con un músculo poco ejercitado se le puede hacer cruzar con un tiro promedio. Ahí se le pega a la madera un papel ajustado, al punto que no genere fricción, y listo. Mensajes de un lado al otro y –ya si se iba por el precipicio— le correspondía al que lo había lanzado bajar y subir para rescatar el recado y llevarlo hasta el otro lado. No era cómodo, se podía correr por una parte del sendero pero después había que descender con cuidado, buscar el punto más angosto del río, atravesarlo, subirse al árbol en el que se había atorado el freesbee, porque casi siempre sucedía así, y ascender por el otro lado para llegar cuatro o cinco horas después con el destinatario final. No había forma de regresar en el mismo día, dormían unas horas, comían y volvían. Casi nunca había terminado bien los que habían intentado cruzar de noche. Perdían los zapatos, se resbalaban, terminaban perdidos y acaban durmiendo dentro de la barranca, sin poder hacerlo bien, y despertándose cada cinco minutos para tratar de aplastar a los mosquitos.

La barranca es profunda, no lo voy a cuestionar. Impone. Lo más audaz que pude hacer fue atravesarla por el puente viejo. Demoré tres horas, por miedoso. Pensaba cada paso diez minutos, temblaba, me agarraba con las manos de los durmientes podridos y avanzaba. Justo cuando se atravesaba el punto en el que el puente se curveaba había un vacío de casi diez tablas. Me agarré del acero oxidado e, ignorando las arañas, avancé de lado hasta llegar nuevamente a la madera. Probablemente hubiese sido mejor buscar el sendero de las viejas personas que atravesaban corriendo. Además, abajo ahora había un balneario, se podía nadar, descansar y comer a medio camino. Mientras tanto yo chorreaba de sudor, será una barranca sombreada pero no evita el efecto invernadero. Si hubiese querido brincar del puente hacia el río sólo había roca debajo, no era buen punto para refrescarse, sólo me hubiera descalabrado.

Temerario, me enterqué con el puente viejo. A lo mejor ahí encontraba el sendero de los de antes porque había tanta maleza que ya no se intuía por ningún lado. Era un desenlace natural, ¿quién iba a seguir bajando por la barranca cuando había tres puentes? Los dos superiores y modernos, de acero y concreto, atravesaban la barranca en línea recta. Hice la prueba de cruce corriendo, tardé dos minutos y medio a paso medio, y eso porque en el cemento cuido las rodillas. Además, me detuve en dos momentos a observar el paisaje. Al norte la barranca se profundizaba hasta llegar a la cima de una montaña bastante nevada, al este había puestos de comida y un mirador, al oeste carros abandonados, oxidándose, y hacia el sur no se veía nada. Tal vez hacia allá había un mejor paso, así que al día siguiente tomé un autobús que recorrió media hora río abajo. Había unos cuantos cañaverales, casas y una carretera bastante sencilla que atravesaba una especie de vado casi insignificante. Una señora me decía que su abuelo recordaba que por ahí hace unos cien años todavía pasaban las diligencias. Antes de los puentes –por supuesto— hasta había un restaurante. ¿Ya vio el vado? Ése es el río. La gran barranca podía cruzarse aquí pasando entre tres o cuatro piedras anchas y secas.

Todo por el afán de trasladarse sobre las líneas rectas.

Créditos de la imagen: Puente sobre el río Metlac, José María Velasco, Rics Recordrack en Pinterest https://www.pinterest.com.mx/pin/378865387380863338/

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