LXIII Edición: Temporada de lluvias

Recostada, esa noche…

Esa era su noche, el resultado de tanto trabajo pero no estaba ella. Él iba solo en el asiento trasero de la lujosa camioneta que la organización que lo premiaba había puesto a su servicio. María no se sentía bien esa noche. 

-Me siento lenta, fuera de mí. 

-Pero, ¿te duele algo?, le preguntó él. 

-Nada, ve tranquilo, sólo tengo un poco de náuseas y frío. Tal vez me dará fiebre. 

Sería un resfrío por la caminata nocturna del día anterior, después de festejar con los amigos el premio tan anhelado por Jorge: un Ortega y Gasset. 

Su pluma había revelado cómo el presidente de su país había tomado del erario lo suficiente para comprarse una isla en las Bahamas, lugar al que se retiraría para siempre tras terminar su gobierno. Y efectivamente, éste terminó, pero con él en la cárcel. 

Ésta es la consolidación de años de correr tras funcionarios, recibir insultos, azotones de puerta en la cara. Ahora era el periodista de moda. El libro en el que narraba cómo había descubierto las triquiñuelas del presidente ya era un Best Seller

Quería decirle a María que ahora sí empezaba una nueva vida para ambos. Podrían mudarse a un mejor barrio, a una casa con jardín. Tener perro, hijos… 

¿Y si María estaba embarazada? Los mareos y debilidad de los últimos días, ¿serán por un embarazo? 

Es probable, pensó. Según el conocimiento adquirido, en series y películas, esos eran síntomas de embarazo. Haciendo cuentas la última vez que tuvieron sexo fue la noche que le avisaron de su triunfo y fue tanta la euforia que olvidó el condón. 

-De eso hace… 3 semanas, no tendría un mes. 

Sin aviso alguien abrió la puerta de la camioneta. Habían llegado a la ceremonia. Era su noche, pero no estaba María. 

La idea de ser padre no lo abandonó durante la velada.

María había estado más dormilona de lo normal. No había comido como suele hacerlo. La noche del festejo, mientras bailaban un bolero, por un momento la sintió desvanecerse en sus brazos. Sería el vino, pensaron ambos entonces. 

Había sido una semana de emociones: el premio, María le había pedido matrimonio. “O lo hago yo o nunca daremos el paso”, le decía a sus amigas y familia. Y lo cumplió un par de días antes de que avisaran a Jorge que era uno de los ganadores. 

Llevaban más de cuatro años juntos. Reían, peleaban, pasaban tardes enteras en silencio cada uno con un libro o escribiendo. Eran amigos, amantes, compañeros de farra. Eran todo. 

Pero esa noche ella no estaba ahí. 

Él no había querido que ella saliera sintiéndose débil y un poco febril. Había vomitado la comida. Ahora las náuseas tenían una explicación, pensó.

Transmitirían la ceremonia por streaming así que ella podría verlo todo igual que si estuviera en el auditorio, cómoda desde la cama. 

Su vestido azul se había quedado en un gancho colgado detrás de la puerta del baño. Hecho a la medida, impecable. María lo intentó. Se puso el vestido, comenzó el ritual del maquillaje y peinado pero no decidía aún cómo usaría el cabello cuando llegó otro mareo, escalofríos. 

Es mejor que te quedes, le dijo Jorge. Yo sé que estás conmigo. 

Ambos bromearon: si María no usaba el vestido esa noche, podría llevarlo en su cena de compromiso. “En esta casa nada se desperdicia”, le dijo ella, uno de sus mantras de vida. Lo había aprendido haciendo rendir hasta la última verdura del refrigerador durante el año en que Jorge no conseguía un trabajo estable y ella luchaba por conseguir varias traducciones al mes para pagar la renta. 

Ahora tendremos una casa. Un estudio para dejar de trabajar en la mesita del comedor. 

Jorge se tomó fotos, platicó con los otros ganadores de la noche, los de otras categorías. Entonces llegó la hora, entraron todos al auditorio, los ganadores estaban sentados juntos en la primera fila, los acompañantes en las filas de enmedio.

Comenzó la entrega, uno a uno subieron al escenario para recibir el premio y dar un breve discurso. Llegó su turno. Subió seguro, tenía unas pequeñas tarjetas en bolsillo interior del saco por si de pronto se quedaba en blanco. 

Justo cuando recibió el diploma que lo acreditaba como un ganador y volteó hacia el público la vio ahí, en el fondo de pie. Con un vestido azul, hermosa. Se preguntó cómo había logrado arreglarse tan rápido, debió salir unos minutos después. 

La hora y media antes que él debía estar para dar entrevistas y tomarse fotos era suficiente para que ella pudiera arreglarse y llegar. Tenía su invitación y el boleto para el auditorio. 

Había decenas de personas pero la luz hacía resplandecer el vestido de María. Jorge no dio un discurso para cientos, le habló sólo a María tal como habían ensayado días antes durante horas. 

-Mira un punto, una lámpara, una puerta, una columna, las escaleras. Jorge sería un premio Ortega y Gasset pero era muy malo hablando en público. 

La miró a ella. Se sintió confortado por su mirada. El último agradecimiento fue para María, ella respondió sujetando el dije en forma de árbol que él le había regalado en su primera cita. 

Era su forma secreta de decir “te amo” en público. 

Cuando la ceremonia acabó el auditorio empezó a vaciarse. El lobby estaba lleno. Jorge se topó con un par de amigos, les preguntó por María pero nadie la había visto. Le llamó no respondió, tal vez se sintió mal de nuevo y regresó a casa. En el número fijo del departamento tampoco respondía.  El camino fue eterno para él. Llegó desesperado, pensando lo peor. 

Abrió la puerta, entró al cuarto. Desde la puerta, con la poca luz que entraba por la ventana de la calle, se veía recostada, dormida plácidamente. 

Jorge estaba sorprendido de la rapidez con la que había salido del auditorio, vuelto a casa y dormido. Pero estaba aliviado de verla ahí. 

Prendió la luz, valía la pena despertarla y preguntarle su opinión sobre su discurso, si había hablado bien, si la corbata estaba en su lugar. 

Descubrió que María nunca se movió de la cama, estaba arropada como la había dejado. El vestido estaba en el baño, impecable, las zapatillas nuevas intactas en su caja. La pastilla que debía tomar antes de dormir estaba en la mesita de noche.

Ella seguía hermosa, pero fría.

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