LXIII Edición: Temporada de lluvias

Amo a México y odio a Colombia… declaraciones de un caminante resentido

Allá en la parte norte del sur, allá donde nací, hay una patria empantanada de fango vísceras y sangre, una nación fallida de hombres violentos y salvajes que llevan en el hombro un carriel en la cabeza, un sombrero en la mano izquierda, las riendas de un caballo y en la mano derecha una motosierra -para coleccionar sombreros-. Allá, en ese extraño lugar, sus habitantes están convencidos que las personas que habitan los países vecinos son más pobres, más brutos y sobre todo más feos que ellos. Este lugar está auto aislado del mundo, está censurado para sus pobladores, es como un pueblo fantasma habitado por zombis, lo más raro es que otras personas que lo visitan siempre me dicen que es un sitio maravilloso, lleno de gente alegre y paisajes hermosos… ¡Ja! Lo maravilloso es un eufemismo para describir lo atractivo que es el exotismo, la alegría de su gente es la gran farsa de un carnaval siniestro, una máscara que esconde un dolor perpetuo. Y esos paisajes hermosos son sólo una gran tumba abonada con cuerpos.

Colombia es un matadero adornado de una falsa democracia que esconde una gran estructura feudal inamovible y perpetua, gusano gigantesco que engulle las almas de quienes lo habitan. Es increíble pensar que aún después de décadas de genocidio le sobrevivan las comunidades negras e indígenas atrincheradas en la selva, el desierto y la montaña. Es increíble pensar que la mujer que habita ese territorio resista los embates de una “masculinidad” tan podrida. Nada absolutamente nada me ata a ti, maldito lugar que todo lo niegas, que todo aniquilas, nada extraño de ti, espacio de sombras y estelas sicariales, eres como una nube de vapor de sangre, nada florece ya en ti. Nada te debo, nada me debes. Lo siento por eso que llaman familia, lo siento por algunas amigas y amigos, lo siento por no estar allá con los pequeños grupos éticos y de resistencia, lo siento por ser egoísta, lo siento mucho por algunos amores, lo siento aún más por algunas personas decentes que alzaron su voz en medio de los insultos y las balas, así como por María Mercedes Carranza, poeta y activista, que decidió terminar con su vida en 2003, por Piedad Córdoba, abogada y política, que aunque sigue viva ha soportado toda la mierda de la profunda ignorancia del pueblo colombiano, por Jaime Garzón, pacifista e idealista moderno, asesinado el 13 de agosto de 1999 y por Fernando Vallejo, un pesimista romántico, que tuve el placer de conocer en un café de la ciudad de México y que sigue vivo y ya mayor y solitario decidió regresar a morir cerca de su hermano. Soy un prófugo del terruño que no sabe amar, prefiero vivir.

La patria

Esta casa de espesas paredes coloniales

y un patio de azaleas muy decimonónico

hace varios siglos que se viene abajo.

Como si nada las personas van y vienen

por las habitaciones en ruina,

hacen el amor, bailan, escriben cartas.

A menudo silban balas o es tal vez el viento

que silba a través del techo desfondado.

En esta casa los vivos duermen con los muertos,

imitan sus costumbres, repiten sus gestos

y cuando cantan, cantan sus fracasos.

Todo es ruina en esta casa,

están en ruina el abrazo y la música,

el destino, cada mañana, la risa son ruina;

las lágrimas, el silencio, los sueños.

Las ventanas muestran paisajes destruidos,

carne y ceniza se confunden en las caras,

en las bocas las palabras se revuelven con miedo.

En esta casa todos estamos enterrados vivos.

María Mercedes Carranza

Acá en la parte sur del norte encontré una patria que más que aquello es una gran Matria. Acá en esta extensa y árida tierra, en esta hosquedad, apareció la verdad. Todos los aspectos de la vida allá negada, aquí se manifiestan con versatilidad, con olor, con sabor, con una fuerza desmedida, una vorágine llena de muerte pero también de vida, con un aire tóxico que destila caos y libertad. Que brutalidad de belleza, amargura y dulzura extrema, bendita Matria. Aquí es la mujer la que traduce el espacio, las costumbres, el amor y la vida, ellas son las dueñas de esta tierra y la siguen arando y cuidando a pesar del intento de nación que pretenden los hombres, los machos, otro grupo decadente de eso que llaman lo masculino, uff, que karma, que flacidez de miembros, no por grandes o pequeños sino por ausencia de contenido, sin erotismo, sin ternura, sin claridad, sin casi nada que ofrecer, y a pesar de ellos y su absurda ilusión de control y poder, ellas son las que construyen el camino.

México tiene todo el recorrido de la sangre y el dolor, no hay lugar en la tierra que escape a ello, pero tiene ante todo algo que es muy extraño de hallar en el mundo de hoy, tiene espacio, material e intelectual, tiene refugiados políticos y del alma, tiene suicidas conversos, es de los pocos reductos para la creatividad que le quedan a la humanidad, a pesar de su profunda violencia te deja decidir cuándo amar y cuándo morir, no te agobia ni te niega a la primera, te da chances, te da opciones. Y es rudo pero es honesto, un lugar donde el pobre y el rico tienen terreno, donde las playas no tienen fin, donde la muerte tiene un sentido poético. Esta tierra sí te enseña a amar, embriaga sin compasión, y golpea con fuerza en la quijada y en la moral. Ha sido el filtro de contención del imperio más maravilloso y oscuro que han dado las sociedades humanas y aun así no claudica, no se rinde, no se deja aplastar. Lleva por años siendo el real sueño americano, le da cobijo, vida y alimento a todas y a todos, siempre brindando, siempre generosa, está llena de fisuras y de grietas pero no se queda derrumbada, no se lamenta eternamente sobre las ruina. Nada tan áspero y bello como el nopal, nada tan fuerte como el jade del que están hechas las Mujeres acá, nada tan certero como los tragos de verdad, los tragos de Mezcal.

Créditos de la imagen: Frederick Mccubbin (1855 – 1917), Down on his Luck

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