LXIII Edición: Temporada de lluvias

Mi bisabuelo, el ‘loco’ de La Castañeda

Mi bisabuelo estaba loco, o eso era lo que decían. 

Fructuoso Fajardo nació un 21 de enero de 1892 en Uruapan, Michoacán. Pero no sabemos cuándo murió, solo que terminó sus días en algún lugar del manicomio general de La Castañeda y luego en la fosa común.

No hay tumba porque no hubo dinero para reclamar el cuerpo. 

La historia de cómo acabó en el manicomio, calculamos que entre finales de los 30 e inicio de la década de 1940, no es muy clara. Mi abuela Margarita contaba que en el pueblo decían que había acabado loco porque su segunda esposa le dio toloache y perdió la razón.

Lo cierto es que tenía cambios bruscos de humor, se ponía agresivo y amenazaba a quien encontrara con cuchillos. Pero luego volvía a ser el tranquilo panadero de Tacámbaro, Michoacán que había llegado junto con sus cuatro hijos a la Ciudad de México.

El marido de mi tía abuela Balbina tenía miedo de que el suegro le matara a los hijos, era el comportamiento de un loco, así que su lugar era La Castañeda, el enorme manicomio ubicado en los terrenos de la hacienda pulquera del mismo nombre en lo que era el pueblo de Mixcoac.

Así contaba mi abuela que su padre llegó a La Castañeda. Ella no recordaba si antes lo llevaron a un médico, seguramente no, porque no había dinero. Ella y su hermana Balbina eran muy jóvenes cuando llegaron a la capital a trabajar en lo que encontraran.

La familia dejó Tacámbaro cuando la bisabuela murió. Dicen que de cáncer por un parto mal llevado de su último hijo, José María, bautizado con el nombre de su abuelo. “Salte de esa cajita, qué haces ahí”, le decía ‘Chema’ a su madre, tendida en el ataúd.

Los niños huérfanos se quedaron al cuidado de su abuela Celestina, una mujer alta, blanca, delgada, “tenía tipo de española”, decía hasta con un poco de orgullo mi abuela. Sino era peninsular, sí era criolla. 

Los hijos crecieron al lado de Celestina, mientras Fructuoso atendía la panadería y se iba de parranda luego de la muerte de su esposa Jesús, sí, así bautizada con nombre de hombre, según consta en una hoja del Censo de 1930 de Tacámbaro de Codallos. Mi abuela tenía 9 años.

¿Sería un error o la llamaron Jesús porque esperaban a un hombre? Sus hijos ya no están para aclarar la duda. Pero gracias a esa hoja sé que tenía 21 años cuando tuvo a su primera hija, mi abuela, para entonces Fructuoso ya tenía 30 años. Vivían en la 2da calle de Guerrero en el número 98 con sus cuatro hijos.

La abuela no completó la historia. No sé porqué el Fructuoso decidió dejar su pueblo y la panadería y venir a la ciudad con Margarita, la mayor; Balbina, Juan y José María. Pero ya en la ciudad, Balbina se casó y Fructuoso terminó viviendo con ella y sus hijos.

Ahí vivieron hasta que la locura llegó al bisabuelo y lo internaron en La Castañeda.

Mi abuela y su hermana lo fueron a ver varias veces al manicomio en el pueblo de Mixcoac. Mi abuela recordaba verlo sucio, caminar sin zapatos porque los otros locos se los habían robado. “Ya sácame de aquí, hija, los otros locos me pegan, me roban mis zapatos”, le decía cuando iban a verlo.

Sabían que no estaba bien, pero ellas no tenían dinero para un tratamiento o para que alguien lo cuidara. Al menos dentro tendría techo, comida y se suponía que cuidados.

En La Castañeda no todos estaban locos, había de todo: aquellos que se comportaban fuera de los parámetros establecidos por la sociedad, familiares incómodos que se abandonaban ahí o mujeres y hombres que terminaban viviendo en las calles.

No sabemos cuál fue el diagnóstico que le dieron al bisabuelo, si es que lo hubo, pues con la sobrepoblación muchos “locos” no eran diagnosticados. 

Lo que mi abuela y sus hermanos supieron fue que su padre enfermó del estómago, se los informaron en una de sus visitas. Entonces no pudieron verlo, ni saber qué tan mal o bien estaba. Lo siguiente que supieron fue que estaba muerto y para que entregaran el cuerpo y llevárselo necesitaban dinero.

Hicieron lo posible por juntarlo -contaba mi abuela- pero para cuando lo tuvieron y volvieron al manicomio el cuerpo de su padre ya estaba en la fosa común. Las hermanas no tenían a nadie que les ayudara a investigar, pedir el expediente, exigir una explicación. Ahí quedó Fructuoso, uno de los cuatro hijos que tuvieron Celestina Villaseñor y José María Fajardo.

Créditos de la imagen: Enfermos mentales en una habitación del manicomio de La Castañeda Foto: INAH/Fondo Casasola.

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